España no se gastó hasta la última de sus pesetas en la guerra hispano-cubana como nos han dicho hasta ahora ni Moscú todo el oro que le regaló la República
Para los rusos, toda la década de los años treinta del pasado siglo no fue un periodo de tiempo en el que se fueron de veraneo al Mar Negro o al Caspio porque la preocupación mayor de todos ellos, especialmente de los de siempre, de los de abajo, no fue otra que no fuera quitarse las hambres de encima; pero hambres de esas que, por citar una cifra, en la extensa China, en la década de los años treinta a los cuarenta, con el mil novecientos por delante, ocasionaron la muerte directa a más de treinta millones de seres humanos, solo bajo aquella bandera China, y la soviética no se quedó atrás.
Hay cosas que no tienen ningún sentido: En la guerra hispano-cubana, en la que como es norma de la casa, los yanquis intervinieron cuando lo vieron todo claro, masticado y una superioridad armamentística manifiesta, la España de Madrid, hasta la saciedad nos han dicho que gastó hasta la última de sus pesetas, de sus malas pesetas en defender la Perla del Caribe, Filipinas, Guam, Puerto Rico, y, de paso, pero solo de paso, algunas fincas, ingenios, cafetales y demás bienes raíces de españoles madres y padres patrios, que gracias a su enorme patriotismo no les importaba ni les importa, que los jóvenes de entonces, pobres porque no tenían dinero para pagar el cupo que los libraba de ir al frente de batalla, murieran defendiendo la sagrada propiedad patria, arrebatada a los aborígenes de aquellos lugares.
Cuando se acaba el conflicto bélico ultramarino, y vuelven la mayoría de las tropas imperiales españolas nadando a la metrópolis porque no había, según, un duro para fletar naves que trajeran a los enfermos y supervivientes, esa España paupérrima que pregonaba que no tenía ni la última peseta, treinta y ocho años más tarde, cuando se produce la rebelión clérigo-milico del santo mil novecientos treinta y seis para el clero vaticano y los militares “africanos españoles”, ambos estamentos sentían el mismo desprecio de minusvalía hacia la población civil, sin que tengamos noticia de que se hubiera descubierto ninguna mina de oro en territorio español, resultó que dijeron y dicen los franquistas que Moscú, los rojos, se llevaron dos barcos enteritos cargados de oro en tonelaje de asombro universal.
Los entendidos, los expertos en la materia, por un lado nos dicen que no había un duro en España, y Rusia, la del rabo rojo, que por hablar de unos años, de un arco de tiempo, desde el treinta dos, con el mil novecientos por delante, hasta el treinta y nueve, que fracasó la gran alianza que buscaba Stalin de no agresión anglo-franco-soviética, las gentes empadronadas en Rusia y sus territorios iban de hambruna en hambruna, sin olvidar los grandes “ajustes” que hizo Stalin (no se debe de hablar de purgas en Rusia, el frío las mata cada invierno hasta el siguiente) para controlar un pueblo tan extenso y variado.
Por tanto, si damos por bueno las cifras que los expertos en el asunto nos han suministrado. Si los rusos obedientes a Stalin, al que la suerte de España le preocupaba lo mismo que a Madrid la suerte de un guajiro en Amarillas de Cuba, enviaron a la España democrática, esos dichos y redichos setecientos aviones, más las referidas mil quinientas piezas de artillería, medio centenar de coches blindados, unos ciento cincuenta mil fusiles, cuatrocientos tanques, veinte mil ametralladores ligeras, treinta mil toneladas de munición, cifras que vamos a admitir con correctas, lo que no podemos admitir es que los rusos estalinistas estuvieran tan mal organizados para que en las contabilidades del país, dotado de un formidable aparato burocrático, no hayan aparecido para la posteridad y la crónica ningún documento que de fe del peso de oro, de la cantidad de oro entre monedas y lingotes y demás, que se recibió como pago en Rusia, y que salió del puerto de Cartagena en España de un modo tan misterioso, que en pláticas que en su día mantuve con un carabinero de guardia en el lugar de la custodia del oro, me manifestó que él solo vio sacar unas cuantas cajas que cupieron perfectamente en dos camionetas de la época.
Pero, como nunca llueve a gusto de todos, por el lado franquista siempre se ha dicho y se dice que salieron más de quinientas toneladas en oro, en su inmensa mayoría en oro amonedado, y solo unas sesenta y cuatro barras o lingotes de oro. Y claro, quinientas toneladas de monedas de oro, son muchas monedas para que se la haya tragado la tierra soviética. Porque, de otro lado, los rusos serán bobos para la propaganda gringa, pero saben que el valor de una moneda antigua es muy superior a estar fundida y hecha oro en barra o lingotes.
Por otro lado, si de verdad existían en España semejantes tesoros en metal precioso, no es de recibo que para encontrar préstamos en los bancos europeos, fueran tan fundamental y requisito básico hipotecar las cosechas de azúcar de Cuba como garantía para obtener créditos y comprar armas durante la guerra hispano-cubana. Y, desde luego, con tal tesoro, aquellos políticos que permitieron que el ejército español se muriera de hambre en Cuba, no merecen un recuerdo amable.
Y como contables, como gente que lleve el control de un gran imperio como el ruso, que no tuvieron ni la precaución de pesar y anotar, aunque fuera a nivel privado estatal, el oro con el que le pagaba España a Rusia su ¿ayuda?, hay que ponerles un suspenso en tan elemental y fundamental control ¿O todo son mentira tras mentira?
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.