Me parece admirable la descripción del sacerdote cubano José Conrado Rodríguez Alegre: “El miedo que genera un régimen totalitario no es definido, es un miedo que provoca una angustia que paraliza, porque ni siquiera puedes definir a qué le tienes miedo”
LA HABANA, Cuba. -He leído con sumo interés las dos partes de la entrevista realizada por Nora Gámez Torres, periodista de El Nuevo Herald, al sacerdote católico cubano José Conrado Rodríguez Alegre. Decidí escribir este trabajo al observar que, en la entrega final, el valeroso cura tuvo a bien recordar el título del documento que otros tres compatriotas y yo dimos a conocer en el verano de 1997.
“La Patria es de todos”, afirma el padre José Conrado, y acto seguido puntualiza: “No de uno o de dos, o de un grupito”. Para el presbítero no se trata de una simple frase: toda su exposición y su actuar apuntan en esa dirección. En sus declaraciones, él denuncia “la indefensión en que ha caído el pueblo cubano” y reconoce que éste “necesita empoderamiento”. Una forma concreta en que él trabaja en esa dirección es su participación personal en el Espacio Abierto de la Sociedad Civil Cubana.
En verdad, el clérigo entrevistado cumple con el ofrecimiento hecho a la colega Gámez: el de hablar “a calzón quitado”. Como reza el refrán, le gusta llamar al pan, pan, y al vino, vino. No se esconde para calificar a nuestro país como “un estado totalitario”, para hablar del “sufrimiento de mi pueblo”, ni para denunciar ante el mismísimo General-Presidente “la violación constante y no justificable de los Derechos Humanos” en la Isla.
Por eso no deja de recordar la carta abierta que dirigió a Fidel Castro en lo más álgido del llamado “Período Especial”, cuando el fundador de la dinastía se hallaba en la cúspide de su poder. Aludiendo al estado crítico en que estaba sumida Cuba, José Conrado escribió: “Todos somos responsables, pero nadie lo es en mayor medida que usted”. Uno no sabe qué valuar más: si la valentía del planteamiento o la habilidad con que fue hecho.
Me parece admirable una descripción del sacerdote: “El miedo que genera un régimen totalitario no es definido, es un miedo que provoca una angustia que paraliza, porque ni siquiera puedes definir a qué le tienes miedo. ¿Qué nos pueden hacer? ¿Nos pueden quitar la vida? ¿Nos pueden quitar la honra, en el sentido de hablar mal de nosotros, hacer campañas de difamación? Eso lo hacen continuamente”.
Y continúa: “Por lo menos a mí me lo hacen, y el trabajo mío es el triple de difícil porque se encargan de sembrar cizaña dondequiera que voy. Yo me doy cuenta después del miedo, de la desconfianza que la gente tiene cuando me acerco a ellos. Bueno, sí, ¿y qué? Al final se impone que la gente cuando te mira, descubre que tú no tienes segundas intenciones, que tú no dices mentiras, eso es más fuerte que todas las mentiras que puedan decir de uno”.
El padre Rodríguez Alegre no se siente abandonado por la institución a la que pertenece: “La Iglesia estaba conmigo. La Iglesia era yo”, dice. Y explica que considera que lleva en sí mismo los genes de dos arzobispos que mantuvieron una postura vertical en su provincia natal: Pedro Meurice y Enrique Pérez Serantes. Pese a ello, se muestra terminante: “La Iglesia necesita ser más audaz”.
Gracias a El Nuevo Herald, hemos podido conocer una anécdota sobrecogedora. El cristianismo a ultranza del presbítero José Conrado le impide calificar lo sucedido. Pero no hacen falta adjetivos: Basta y sobra con la exposición escueta de los vergonzosos hechos.
En lo más crítico del “Período Especial”, el sacerdote logró que varios empresarios de Estados Unidos acordaran obsequiar un millón de dólares en medicinas a la Iglesia Cubana. También obtuvo la autorización de George Bush padre, entonces presidente de ese país, para el envío del valioso regalo. Pero las autoridades comunistas no consintieron su recepción.
La burócrata encargada en el Partido de “atender” a los religiosos, que fue a verlo por esas fechas a su parroquia de Palma Soriano, comentó algo así como: “Bueno, es que la Iglesia se quiere ganar galones frente al pueblo”. Después de contestarle que estaba “mintiendo descaradamente”, el entrevistado comenta: “Esa fue la última vez que me visitaron”…
Hace unas semanas, me sentí obligado a rebatir ciertas afirmaciones falsas del actual arzobispo de La Habana Jaime Ortega. Ese trabajo se intitula “El cardenal equivocado”. Ahora, después de constatar esta nueva manifestación de civismo de otro destacado religioso católico cubano, me parece justo dedicar un artículo a “un cura acertado”.