La ocurrencia de un cubano en Italia

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-Por Andrés Alburquerque

Visto que hoy estamos en vena mundana y la espada descansará a medias envainada en un rincón de mi exigua morada deseo compartir con ustedes uno de los episodios que este vuestro negrito parejero vivió precisamente en el Piamonte italiano; en las afueras de Cuneo, en un pueblecito llamado Dronero. Por estas cosas de la vida mi colega de entonces Marco Bernardí, me invitó a la cena de beneficencia que se organizaba en un lugar que por desgracia no logro recodar. Lo cierto es que estaban presentes todos los apellidos que contaban; quizás ustedes se pregunten qué carajos hacia Alburquerque entre ellos y les confieso que yo llevo 16 años haciéndome la misma pregunta. Pero bueno allí estaba yo y casualmente sentado frente a Mara Isoradi; la esposa del antiguo propietario de Alpitour, el más grande tour-operador italiano de todos los tiempos, que a la sazón había vendido a IFIL de la familia Angelli, la propietaria de la casa Odero; donde se crea un óptimo Dolcetto y el enólogo Paolo Massobrio, en el ápice de su carrera y con un espacio televisivo en la Fininvest de Berlusconi. 


Una de las veladas más encantadoras de mi vida y créanme que me ha regalado muchas. El doctor Massobrio; en italiano dottore, es como decir licenciado en México, nos deleitó con una disertación sobre el vino y sus distintas fases; sobre las uvas; sobre los tiempos; se imaginarán a vuestro servidor tan sibarita y tan paluchero absorbiendo todo para soltarlo más pa’lante y parecer culto. Esa ha sido la historia de mi vida.

Massobrio me confirmó algo que Leo Brower una vez me había revelado en términos de música. La música se divide en dos; la buena y la mala; en última instancia la mejor música es la que nos gusta más. Yo creo que eso fue en una entrevista que yo traduje en Cuba antes de que me apagaran la luz, entre el maestro y Charlie Keil; decano de musicología de la Universidad de Buffalo. Massobrio sentenció que el mejor vino era el que nos deleitaba más allá de convenciones y de cultura enóloga.

Al final de la noche; recogiendo los sobretodos a vuestro amigo le escapó del alma una de esas salidas criollas: “certo dottore che suo cognome non giova” doctor su apellido no ayuda mucho; ser enólogo y apellidarse Massobrio no es muy coherente. No tengo que decirles el tipo de carcajada que se desató en aquellos oscuros y vetustos pasillos. Me pregunto cuántos cubanos antes de mí habrán tenido ocurrencias similares…

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