Resulta que para este ingrato la ciudad que le propició el gran salto internacional es la dictadura, y no el régimen que lo incluyó en la lista negra de los cantantes prohibidos
Nicolás Águila
Julio Iglesias se nos pone estupendo. O más bien, bombástico. Quiere ir a Cuba para hacer «un unplugged, grabando sones y boleros con unos buenos músicos habaneros». Antes no había podido ir —nos revela en una entrevista en ‘El País’— porque «te ponían bombas en Miami».
Para mí que la vida sigue igual, pero no tanto. Debe ser por eso que no acabo de entender por qué este y otros famosos deciden instalarse permanentemente en Miami (o sus islitas y cayos adyacentes), siendo como dicen que es una ciudad tan peligrosa, donde viene cualquiera y te pone un petardo en la retambufa.
Pero ese no es el quid de la cuestión. Ahora resulta que para este ingrato la ciudad que le propició el gran salto internacional es la dictadura, y no el régimen que lo incluyó en la lista negra de los cantantes prohibidos. Pues bien se sabe que, desde que en 1981 visitó el Chile de la junta militar para cantar en el Festival de Viña del Mar (no sé si será exageración, pero se corría que le había cantado en privado a la hija de Pinochet), los comisarios castristas tienen a don Julio en el ‘index cantorum cagatorum’, como decía un viejo colega en su latín macarrónico.
No manches, Julio, que tú no tienes tan buena voz. Cosa que por cierto él mismo reconoce en la entrevista citada: «Mira, soy un golfo que ha tenido mucha suerte… El secreto está en cantar con el corazón, aunque no tengas una gran voz«. No te pintes, galleguíbiri. Ni gran voz ni corazoncito tan romántico. Lo que tienes es mucha cara (la parte que enseñas, porque te pones de perfil para que no te vean el lado oscuro y perverso de tu personalidad).
Así que por este medio lo estoy anunciando. Esta vez sí que me voy a acompañar a Saavedra en su protesta de la calle 8. No hallaría estridente su emblemática aplanadora en esta ocasión. Al contrario, me parecería de una justicia poética insuperable.
Pero ese no es el quid de la cuestión. Ahora resulta que para este ingrato la ciudad que le propició el gran salto internacional es la dictadura, y no el régimen que lo incluyó en la lista negra de los cantantes prohibidos. Pues bien se sabe que, desde que en 1981 visitó el Chile de la junta militar para cantar en el Festival de Viña del Mar (no sé si será exageración, pero se corría que le había cantado en privado a la hija de Pinochet), los comisarios castristas tienen a don Julio en el ‘index cantorum cagatorum’, como decía un viejo colega en su latín macarrónico.
No manches, Julio, que tú no tienes tan buena voz. Cosa que por cierto él mismo reconoce en la entrevista citada: «Mira, soy un golfo que ha tenido mucha suerte… El secreto está en cantar con el corazón, aunque no tengas una gran voz«. No te pintes, galleguíbiri. Ni gran voz ni corazoncito tan romántico. Lo que tienes es mucha cara (la parte que enseñas, porque te pones de perfil para que no te vean el lado oscuro y perverso de tu personalidad).
Así que por este medio lo estoy anunciando. Esta vez sí que me voy a acompañar a Saavedra en su protesta de la calle 8. No hallaría estridente su emblemática aplanadora en esta ocasión. Al contrario, me parecería de una justicia poética insuperable.