La historia de un hombre que ha adoptado una hiena herida en su casa y ha terminado domesticándola para asombro de todos en el barrio.
Por: Giordan Rodríguez Milanés
La vio por primera vez en Ciego de Ávila cuando apenas aquella «bolita» tenía unos días de nacida: la trajo para Manzanillo, la alimentó, aprendió a combatirle la invalidez, se volvió una especie de fisioterapeuta a base de masajes con aceite de pescado, le dio vitaminas… La convirtió en una más de la familia.
«Quien siembra amor, recoge amor más tarde o más temprano hasta por parte de una fiera; quien siembra violencia, puede incluso recoger violencia hasta por parte de aquellos que normalmente dan amor», me dice Juan Palomino Fuente, en su muy humilde casa de la avenida Céspedes número 100 en Manzanillo, y agrega: «Yo creo que al salvajismo, sólo se le puede contraponer el cariño, si se quiere vivir en paz y armonía».
Me invita a sentar mientras va al patio, y continúa con la historia:
«Yo trabajaba en la seguridad del circo de Granma cuando nació. La tenían recluída en Ciego de Ávila y a mi me daba mucha lástima, porque yo venía un fin de semana y, cuando regresaba, la encontraba en el mismo lugar sin moverse. Entonces le pedí al jefe del circo que me permitiera cuidarla y, desde entonces, vive con mi esposa Adis Vázquez y conmigo, come lo mismo que nosotros, y se ha recuperado casi por completo de la patica lisiada.
«¿Y nunca ha atacado a nadie?» -le pregunto, mientras una nieta de uno o dos años juguetea como si nada entre nosotros.
«No, nunca. Solo una vez vino a casa el alimentador del circo, que una vez siendo chiquita le dio una pela, y se le erizaron los pelos, pero le hablé con cariño y enseguida se calmó. Y ya era un animal adulto».
«¿Cómo se llama?».
«Le puse ‘Niño’.
«¿Niño o niña?
«Niño, porque es una hiena, pero es macho» -me contesta Juan mientras el animal lo mordisquea en una oreja cuando él le pide un beso.
Entonces pienso en la delimitada línea entre el salvajismo y el humanismo, en las diversas formas de violencia que la Naturaleza nos enseña como mecanismo de supervivencia y selección natural, que los seres humanos no sólo hemos aprendido, sino que además hemos «enriquecido» y potenciado cuando, el hecho de ser razonables y poder reír, debería conducirnos hacia lo contrario.
«Sólo la encadeno como precaución cuando la saco a tomar el sol y a que se familiarice con el barrio. Lo ideal fuera que viviera libremente en la selva, como aquellas que vi allá en África en 1978, pero nació inválida y de seguro hubiera muerto si la hubieran soltado entre otros animales salvajes».
«¿Y las autoridades saben que usted cuida una hiena en una casa de Manzanillo como si fuera un perro fiel?» -le pregunto.
«Sí, incluso una veterinaria viene y la atiende, y ya ‘Niño’ la reconoce y se han hecho buenos amigos».
Así dejo a Juan Palomino Fuentes con su hiena macho ‘Niño’ que ha cuidado y que comparte con ella la comida de su familia. Un hombre humilde que, sin saberlo, me ha devuelto la esperanza en el género humano; un hombre bueno que, cuando en el 2014 recogió a este animal desechado por los de su especie y por los humanos, no sabía que estaba salvando el amor, la solidaridad humana y la ternura…
En la noche, para consolar a La Caro después que vio el desafortunado video de ayer, le digo que quizás el cachorro quemado encontró uno de los tantos seres humanos como Juan que, seguramente, habitan en esta bella y derruída ciudad bañada por el mar…
Ya lo cantó Fito Páez: ‘¿Quién dijo que todo está perdido…?
Una historia conmovedora
Una historia conmovedora