Historia: pasado, presente y futuro de los Reyes y Navidades en Cuba

Las fiestas navideñas constituían sin ningún género de dudas, uno de los más importantes eventos dentro del calendario cubano

 
Era una tradición que se venía repitiendo generación tras generación desde que los españoles emprendieron la conquista de la isla cuando corría el año de 1511 y Diego Colón se lanzó a incorporar la isla a la Corona de Castilla,  contando para ello con Diego de Velázquez, un militar   segoviano que  había llegado a la Española en  el segundo viaje de Colón  allá por el año 1493, desde allí desembarcó en  Puerto de Palmas con un contingente de unos 300  hombres,  en una expedición al Oriente cubano cerca del actual Guantánamo. Sin más tiempo que perder Velázquez fundó en agosto de 1511 la primera villa en Cuba, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, a la que hizo capital y sede del primer obispado cubano.
Una vez que los españoles se asientan definitivamente  en Cuba, traen con ellos sus tradiciones religiosas, entre las que no podían faltar las fiestas de Navidad  y la Epifanía del señor más conocida en el acerbo popular como la fiesta de los Reyes Magos de Oriente, noche mágica donde las haya, cargada de sueños e ilusión para los padres y sobre todo los pequeños, que esperan ansiosos la llegada de sus majestades  de Oriente, para la entrega de sus presentes por haberse comportado bien a lo largo del año.
Las fiestas desde ese momento se incorporan a la tradición de la isla, ocupando un lugar destacado dentro de su acerbo cultural, eran fiestas profundamente familiares donde todos se reunían en torno a una mesa para disfrutar de los manjares que dentro de sus posibilidades cada uno se podía permitir, olvidando aquellas pequeñas rencillas y roces  que sin duda sucedían en el transcurso de la vida cotidiana, mientras los niños esperaban ansiosos la llegada de los Reyes Magos de Oriente con los regalos que traían en sus cargados  camellos.
En las fiestas de Navidad antes de la llegada de la revolución, los comercios se surtían con las mejores mercancías, la televisión y la radio anunciaban los juguetes  que se exponían en las tiendas como novedades para ese año en las vidrieras de los almacenes,  como el Encanto o Flogar, allí los niños depositaban sus cartas a sus majestades venidos del lejano oriente donde expresaban sus deseos. Eran tiempos en los que cada uno deseaba lo mejor al otro y la gente disfrutaba de los lujos que no podía permitirse a lo largo de un  año lleno de sacrificios.
Las calles habaneras olían a lechón asado en hornos y panaderías, donde se vendía el típico pan flauta recién horneado relleno  con las masas de puerco, los típicos gorditos y pellejitos crujientes con un mojo de naranja agria, ajos y cebollas que hacían crujir los jugos gástricos de aquel que pasaba ante los quioscos y timbiriches repartidos a lo largo de toda ciudad, pero si a usted le gustaba picante tampoco había problemas, bastaba con pedirlo y el vendedor le echaba un aliño que celosamente guardaba, consistente en una salsa de vinagre con ají guaguao y pimienta de guinea.
La Habana rebosaba de alegría y vida en cada esquina, en cada casa y en cada rincón, era una Habana diferente a la del resto del año. En las bodegas se ofrecían toda variedad de artículos procedentes de España como los turrones y dulces navideños típicos de la época, que cada uno compraba según sus disponibilidades y donde no faltaba la famosa sidra asturiana de la marca “El Gaitero” presente en todos los hogares cubanos por aquellas fechas.
Las calles se adornaban con banderas  multicolores, hacía la aparición el alumbrado de Navidad y en el salón de la mayoría de las casas figuraba el árbol de navidad que se adornaba con productos traídos desde la lejana  Europa o de Estados Unidos. La Habana vivía sin duda la fiesta más importante que culminaba con la llegada de los Reyes Magos el día 6 de Enero, era una Habana distinta en donde las tristezas y penas del año quedaban enterradas temporalmente. Sin duda la magia de la Navidad lo inundaba todo y La Habana se vestía con sus mejores galas para celebrarlo.
La fiesta comenzaba el día 23 de Diciembre, los mercados estaban abarrotados de  todos los productos que uno pueda imaginar, encontrándose atestados de compradores ávidos de adquirir el avituallamiento necesarios para la cena del día siguiente, en función de su capacidad económica .
En aquellas mesas  en las que se reunía toda la familia  no podía  faltar el puerco, cuyo tamaño dependería del número de comensales que asistieran, los frijoles negros, la yuca, mucho ajo, y en aquellos hogares con mayor poder adquisitivo también podían degustarse las gallinas de Guinea de plumaje gris salpicado de motas blancas, o los pollos; el vino tinto, las toronjas para hacer dulce, las guayabas o los dulces de guayaba ya elaborados, el queso blanco y el amarillo, los turrones de yema, de Jijona, de almendras, de Alicante y la botella de sidra con la que se brindaba por la familia allí congregada, y los famosos postres cubanos como el bien me sabe, el cusubé, la catibía o empanaditas de yuca y el frangollo entre otros.
En la noche  del 23 se iniciaba  la fiesta, los chicos revoloteaban alrededor de la madre, quien adobaba el puerco y ponía a remojar en agua los frijoles negros para el día siguiente, era una noche  de jolgorio  y alegría que era el preámbulo del día grande que era la Navidad.
En la mañana del 24, muy temprano comenzaba el asado, casi siempre a cargo del padre, los tíos y primos, los hijos varones mayores y algún amigo, allí se disfrutaba con las bromas y los chistes que servían de antesala a la copiosa cena.
Los más pobres, con menos recursos, si no alcanzaba para cerdo se las ingeniaban para asar un pollo, aunque no hubiera turrón, buñuelos o empanadas: lo importante no era tanto la carne o la yuca como  reunirse en familia y disfrutar juntos y felices, olvidando discordias o enfrentamientos políticos, agravios pasajeros o malentendidos, donde todos se deseaban de corazón lo mejor durante esas fechas y para el año que comenzaba.
En el campo la situación no era muy diferente a la ciudad, en los patios de tierra o en las fincas, los campesinos cavaban un hoyo que hacía las veces de horno, donde colocaban sobre las brasas incandescentes hojas de guayabo, posteriormente  se colocaba el puerco, atravesado por un palo de lado a lado que los guajiros hacían girar lentamente hasta que alcanzara su punto de cocción, mientras reían y bebían.
El día 25 de madrugada llegaba Papa Noel que dejaba sus obsequios  al pie del árbol y los niños eran felices en esa noche mágica, mientras los padres disfrutaban de la emoción de ver la alegría reflejada en la cara de los pequeños.
La siguiente fiesta era el 31 de Diciembre, día  de fin de año  se repetía la cena con la salvedad de que al llegar las doce de la noche al toque de las campanadas se tomaban las doce uvas, que se habían preparado previamente en racimos de uvas verdes  y moradas. Toda la gente se deseaba felicidad para el nuevo año  brindando con la sidra  “El Gaitero”, que como pregonaba su anuncio era famosa en el mundo entero.
La fiestas concluían con el día de los Reyes Magos el 6 de Enero,  donde los niños disfrutaban de aquellos regalos que los Reyes les habían traído esa noche mágica por haberse portado bien a lo largo del año , daba gusto en la mañana de ese día ver la cara de  felicidad aquellos niños cuando abrían  aquellos preciosos paquetes  que sus padres habían preparado con toda la ilusión del mundo.
Eran unas fiestas con mayúsculas en el más amplio sentido de la palabra, se hacía familia, se convivía, se disfrutaba, y la gente aparcaba sus tristezas por un tiempo, en espera de tiempos mejores que sin duda llegarían.
La celebración de las primeras Navidades después de llegada la Revolución en el año 1959 no difirió mucho de las anteriores. Sin embargo se atisbaba en el horizonte que las cosas pronto cambiarían, había sido un año duro con grandes nubarrones por los fusilamientos en la   fortaleza de La Cabaña   construida en el siglo XVIII  por los españoles, en la que  muchos inocentes perdieron su vida siendo su único delito el de oponerse al proceso revolucionario triunfante, en ese año negro, preludio de lo que sucedería en años venideros acaecieron  además la extraña desaparición del Comandante Camilo Cienfuegos héroe de la Revolución , la detención y el juicio Huber Matos en Camaguey con su condena de veinte años y las actuaciones realizadas por el gobierno entrante que auspiciaban un régimen dictatorial en breve tiempo.
La Revolución a partir  de 1960, comienza a perder fuerza  principalmente después del desembarco en Bahía de Cochinos, las cosas comienzan a ponerse difíciles para el gobierno cubano y la población, las provisiones comienzan a escasear y la Revolución se niega a asumir su fracaso, pero a pesar de todo los cubanos siguen celebrando sus Navidades  con los escasos medios de que disponían.
Fidel se defiende y echa la culpa de lo que sucede al bloqueo, al  que es sometida Cuba  por los americanos, como respuesta a las expropiaciones por parte del nuevo gobierno revolucionario de propiedades de ciudadanos y compañías estadounidenses. Estaba preocupado desde su llegada al poder  por la Iglesia  Católica  y  de la fuerza de la tradición cristiana importada por los españoles a la isla, siendo uno de sus principales exponentes los Reyes Magos y la figura de Santa Claus propia  de la Navidad  americana.
El fracaso revolucionario se pudo observar  claramente  en el año 1968, el régimen ya no podía garantizar a los niños cubanos, una vez al año, ni siquiera un juguete “básico”, uno “adicional” y uno “dirigido”,  de mala calidad, que se proporcionaron  durante años anteriores , procedentes todos ellos de países del Este.
Ese mismo año el expresidente cubano Ramón Grau San Martín aprovechando la difícil situación que atravesaba el gobierno de la isla, dijo de Fidel Castro: “Durante años, muchos malos políticos trataron de acabar con el país y no pudieron. Este hombre lo ha conseguido en poco tiempo”.
El propio Fidel Castro el 2 de Enero de 1969, se dirige a los cubanos manifestándoles que quedan prohibidas las fiestas navideñas, esgrimiendo que eran fiestas capitalistas impuestas por los enemigos del pueblo como fueron los conquistadores y la iglesia católica, que por tanto había que sustituirlas por unas fiestas mas socialistas y revolucionarias, enterrando para siempre aquellas arcaicas tradiciones con las que se engañaba al pueblo.
Por muchas razones con que quisiera justificarlo, lo cierto era que el régimen cubano que el comandaba no era capaz de ofrecerle los juguetes a los niños, eliminando por tanto la fiestas de los magos de oriente   de tanta raigambre en la tradición cubana, con ello proporcionaba  un duro golpe a las familias que con sus tradiciones cristianas  cuestionaban los derroteros que tomaba la Revolución, por su ataque frontal al concepto de familia tradicional y a los valores morales que  ésta representaba, sustituyéndolos por unos valores mas afines a sus intereses y a su propia revolución de la que él se erigía como estandarte.
Esa misiva a los cubanos con sus burdas explicaciones, causó estupor e indignación entre la población, como podrían explicar los padres a aquellos pequeños que esperaban ansiosos la llegada de sus majestades, que estos no volverían más a visitarlos en la noche del 5 de enero, porque el Comandante les había prohibido arribar con sus presentes a la isla, pero la gente tenía miedo de manifestarlo públicamente por miedo de las represalias que podían sufrir de no acatar las órdenes, Fidel se había emborrachado de poder, entró dentro de las familias y les prohibió celebrar en sus hogares las fiestas  que disfrutaban desde siglos atrás. Fidel se consideraba Dios y nadie podía osar a contradecirle.
Pero por mucho que lo intentara los valores siguieron subsistiendo en la conciencia colectiva del pueblo cubano, que en secreto y a pesar de las prohibiciones seguían celebrando en la intimidad del hogar las fiestas navideñas, desafiando en privado al poder establecido que no podía negar la evidencia por mucho  que lo intentara.
Como no podía ser de otra manera las tradiciones y costumbres, que se  suprimen contra el sentir de  todo un pueblo por el mero capricho de una persona para la defensa de sus intereses, con el tiempo renacen  con fuerza y ante la asfixiante presión popular no le queda  más remedio que volver a admitirlas.  Es indudable que la razón, se impone siempre a la sin razón que tiende a suprimir la forma de vivir durante generaciones de una sociedad como en este caso la cubana .
Tuvieron que pasar treinta años desde la prohibición, con los cubanos haciendo malabares para celebrar las fiestas que el régimen odiaba, cuando el Papa Juan Pablo II visitó Cuba y pidió al régimen cubano que autorizara celebrar la Navidad. Castro cedió a las propuestas del Papa y de la propia población, no podía negarse si no quería tener un problema mayor, no le quedó por tanto otra opción que el reconocimiento de una celebración que los cubanos realizaban en privado aunque el gobierno pretendiera ignorarlo.
A ningún pueblo se le puede prohibir que celebre sus fiestas, que renuncie a sus tradiciones, a sus valores morales  y a sus convicciones democráticas, el tiempo que es ese juez implacable  que tarde o temprano pone las cosas en su verdadero lugar, pondrá a Cuba y a su pueblo en el lugar que sin duda se merece.
Agustín Ravina Pisaca escritor de “Mi Habana en el Recuerdo”

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