A día de hoy, en la América Hispana existe todo un caldo de cultivo gracias a esta historia crítica, a esta sensación de que las cosas no han salido, de que no se ha contado la verdad.
Antonio Moreno Ruiz
Los bicentenarios de las independencias americanas están pasando sin grandes entusiasmos. Como español emigrado en Hispanoamérica desde el año 2011, esa es la impresión que tengo; y es la impresión que asimismo me transmiten muchos amigos de diversas tendencias. No parece haber gran vehemencia al respecto, por más que se hayan esforzado las respectivas repúblicas; así como tampoco ha habido entusiasmo popular en España por el bicentenario de las Cortes de Cádiz.
Hace cuestión de dos décadas, sería impensable cuestionarse a Bolívar, San Martín o demás líderes de la independencia. Todos ellos recibían un culto idolátrico surrealista, en especial los dos mentados. Sin embargo esa infalibilidad fue pasando mejor vida gracias a una historia crítica hispanoamericana, a una visión contracorriente de este proceso tan complejo y doloroso cuyos datos verdaderos, alejados de querencias ideológicas/manipuladoras, hemos podido contrastar por obra y gracia de colombianos como Luis Corsi Otálora o Pablo Victoria Wilches; peruanos como Heraclio Bonilla y José Antonio Pancorvo; argentinos como José Manuel González; ecuatorianos como Francisco Núñez del Arco. Algunos ya no están en este mundo, pero su legado es inmortal, y sin duda, entre todos ellos forman una avanzadilla que se aúna a una paradoja: En especial desde el chavismo, la exageración ad nauseam de los caudillos secesionistas, y el hartazgo de doscientos años de problemas que nunca se resuelven, han conseguido un efecto contrario: Que por fin dejen de ser intocables.
A día de hoy, en la América Hispana existe todo un caldo de cultivo gracias a esta historia crítica, a esta sensación de que las cosas no han salido, de que no se ha contado la verdad. Durante el siglo XIX, el sentimiento que predominó fue de orfandad, pero contradictorio, puesto que a las grandes loas hispanistas se unían las loas de quienes las rompieron.
Por otra parte, en España todavía hay quien dice: “Los hispanoamericanos se quisieron separar, que les den…” No fue así. Muchos hispanoamericanos no se quisieron separar. Cuba y Puerto Rico fueron ajenos a los procesos separatistas de principios del siglo XIX. En 1820, los realistas americanos fueron abandonados desde la Península a la suerte del liberalismo. En 1898, pasó tres cuartos de lo mismo: Los políticos liberales, encerrados en individualismos y corruptelas, se bajaron los pantalones ante la arrogancia estadounidense, lo que significaba dejar abandonados a su suerte a multitud de españoles americanos que no querían la separación, y que ipso facto se vieron privados de su nacionalidad española. Específico es el caso de Puerto Rico, que ni guerra separatista tuvo. Pero no olvidemos que en Cuba, aun habiendo guerra, los separatistas la tenían perdida.
Lo dicho: Nos hace falta una historia crítica. Hispanoamérica ha sido pionera en ese sentido. Como bien dice el nombrado Núñez del Arco, quien no sabe de Historia, no sabe de nada. Y ese es el problema de nuestra visión de las cosas, que nos han servido mitos y adulteraciones y no conocemos bien nuestra historia, por lo cual, tampoco conocemos nuestro potencial; y esto sí que parecen conocerlo los anglosajones, los cuales siguen obsesionados en estudiarnos. A día de hoy hay un caldo de cultivo como no lo ha habido nunca para pasar de un hispanismo romántico a un hispanismo político y concreto como el mejor desafío de la globalización y del siglo XXI. Aprovechar las herramientas al alimón de la verdad que nos hace libres es nuestro deber.