España se quedó; y España se hizo en Cuba la España de nuestro siglo y los venideros, porque por ella llegó a gastar la última de sus malas pesetas
P R O L O G O
Decir que España tuvo a Cuba, es tanto como denunciar, aquel que lo diga, que jamás escuchó la nostalgia de una habanera, y que tampoco vio el brillo de los ojos de aquellos españoles que tuvimos la suerte de caminarla y sentirla aunque tan sólo fuera un ratico. España se quedó; y España se hizo en Cuba la España de nuestro siglo y los venideros, porque por ella llegó a gastar la última de sus malas pesetas. Y hasta puede que enterrara en su suelo al postrero de aquellos hombres sufridos y callados que, sin jactancia alguna, anduvieron de arriba abajo correteando por Las Indias, cuajando las generaciones que nos dieron la más genuina referencia de lo que puede ser un pueblo, unas gentes del común, de los que ya nunca más se volverán a unir para hacer la identidad de un país o una nación con aquella semejanza.
Y si tras el grito de ¡Santiago y Cierra España! se fue decantando lo que entendemos como hispanidad, por aquel otro de ¡Santiago y Cierra Cuba! todo el extenso, denso y heterogéneo continente Indiano, se guareció detrás de su propia y genuina puerta, frente a la cual, toda la altivez interesada, todo lo que fueran tambores, picas, lanzas, clanes y cruz, se quedaron sin llave alguna para entrar en aquella casa que tuvimos por las tierras del poniente. Teniendo después España que llamar a Las Indias ya con la mano abierta, extendida, del que busca posada y cobijo, y no puede, por tanto, ni intentar una entrada altanera.
Si el apóstol Santiago matamoros fue, según muchas voces de creencia interesada, el que ayudó por la Iberia en la tarea de hacer lo que llamamos Las Españas, cuando se quedó escaso de faena por estas tierras de hábito y venganza pueblerina y lo embarcaron para Las Indias, al parecer se cambió de bando: porque va a ser, precisamente en la bella ciudad cubana edificada bajo su advocación, en Santiago de Cuba, donde los Castilla tendríamos que cerrar la más formidable puerta de la gran casa indiana que tuvimos, más extensa y completa como jamás la haya podido edificar pueblo y gente alguna.
Este ESPAÑOLES EN CUBA, intenta ser un recordatorio por algunos de los avatares transcurridos desde que los Castilla arribamos a la isla más bonita del mundo en aquella primera vez, hasta que nuestras gentes y soldados salieron de ella: Viniéndose Cuba para España para añorarla en las «nanas» que mecieron las cunas de todos aquellos que tuvimos la suerte de tener un abuelo que se hizo cubano, que se hizo más español, más humano, cuando anduvo por el sin par suelo isleño. Único, en toda la extensión Indiana que abarcamos los Castilla, que todavía se conserva en el recuerdo vivo y fresco, por cantos de añoranza, de nostalgias, como si nunca hubiésemos caminado y poblado los Castilla los otros largos y extensos territorios indianos.
Si España no hubiese sido en realidad Cuba, tal y como ocurrió en el caso de Las Filipinas, Las Guam y otros muchos territorios que fueron meras conquistas, ahora estaríamos todos los españoles con menos raíces indianas. Porque Cuba, su tierra, su gente, nos supieron dar la identidad de acá y la otra del otro lado de la mar oceana. Y aunque Cuba en realidad no fue la «Perla del Caribe», ni tampoco la «Joya de la Corona», sí fue y lo es esa Andalucía y Galicia apacible, ese Levante o la Cataluña de trabajo y sal y, algo más que todas esas tierras peninsulares, es, sin duda, la Canaria de ron, humo y tabaco con olor a océano: con la perenne visión del vapor o el velero que quiere perderse en el horizonte de la mar buscando el rumbo de su viaje. Y como Cuba también es el son de una habanera por cualquier playa y noche española, siempre se añorará a una «chinita», a una goleta, o a un adiós por la arena del mar y la despedida. Y como fue la tierra de nuestros mayores, al decir del gran poeta Machado, es donde está la patria.
Y también es, para los que llevamos caminado mucho del siglo pasado reciente, la más genuina referencia social de que para que el platanar pueda dar nuevos racimos, es necesario cortarlo desde la cepa de su tronco: Sin necesidad alguna de que eso sea espejo de una vagancia, de una revolución que luche con lo tradicional de abatir el árbol para coger el fruto. Por eso, cuando un cubano «se va a la sierra», muchos de nosotros nos vamos con él: a lo mejor en busca de la última referencia de humanidad que nos queda.