España no es, ni ha sido católica en la magnitud, obediencia y número de paisanos, que nos han querido imponer desde todas las manifestaciones del poder de la comunicación, o del poder que permite a unos levantar la olla, y a otros que ni tan siquiera tengan un puchero de barro para poder hacerlo
- Ricos y pobres, las dos Españas…., dicotomías que no dejan ver lo más importante.
Los católicos, por pura definición, son gentes que viven en comunión con lo que manda ordena, y nos roba, eso sí, legalmente, con papeles, con tarjeta identificativa la iglesia de Roma, que ahora tiene al frente a un papa que dice una y otra vez lo que la gente quiere oír, pero todo sigue exactamente igual, incluido el poder sobre el paraíso fiscal andorrano bajo sus hábitos, o las inversiones especulativas del banco vaticano sin mirar nada más que los dividendos, a cuando, aparentemente, hubo un intento, se rumorea, de un golpe de estado vaticano de clérigos con abundante pérdida de aceite; vamos, cardenales y bailadores gueis.
En esta España que Franco y sus herederos políticos la tienen en un franco periodo involutivo de resultados inmediatos impredecibles, entre las frases hechas más abundantes que todavía se escuchan descalificando el hacer, según las frases, de que los rojos quemaron a gogó iglesias a pique de que el pueblo español se muriera de un infarto, es curioso que no se puede leer en ningún tratado de historia escrito por españoles, publicado por españoles, distribuido por españoles laicos, en el que se publicite exactamente el número de ellas que ardieron, supuesto que es un asunto más que rentable lo que se pretende con abundar en tal hecho.
Los meollos teológicos o sociales de la España tradicional, eso, como nunca interesó conservarlo, se le pegó fuego desde el clero monoteísta trinitario vaticano, por cierto impuesto a espada y puñal, en una España polígama, monoteísta arriana por siglos, no católica, que podía entender lo de un dios, pero no lo de tres en uno, impuesto desde el Vaticano Romano, que ni le entró por las buenas, ni sigue entrándole a nadie; pero, el poder del haz de leña y los castigos inquisitoriales han silenciado hasta hace cuatro días, durante los devotos años del franquismo, cualquier punto de vista analizador de los hechos.
Si los historiadores modernos están analizando asuntos tan verídicos que en los pueblos germánicos el sufijo “IC” significa hilo o hijo, y si el siempre llamado moro porque interesaba lo moro, Taric (hijo de Tar), obviando lo germánico y lo de rifeño norteafricano tingitano de Taric. Y que ni aún ahora en su generalidad y abundancia hablan los rifeños el árabe, y ni les interesa porque poseen su rica lengua Tamazight, y su dialecto el Cherja, como nunca está cuadrando casi nada históricamente de lo que nos han publicitado desde la trinidad católica romana, y por el contrario tenemos conocimiento del gran amor por las llamas que desde la biblioteca de Alejandría, pasando por Recaredo, terminando en Granada por Cisneros, y rematando con el franquismo, según, por toda España, han demostrado tener, por lo único que nos quitamos la boina es por la ingente capacidad de restaurar, con materiales viejos y originales, ermitas e iglesias quemadas por las hordas rojas.
Y todo el que ponga en duda semejante poder restaurador, no tiene más que viajar por toda España para verlo y comprobarlo. Y solo así, pensando en el citado gran poder restaurador del clero, se puede ajustar algo muy desajustado para darlo como bueno y aceptar semejante cúmulo de conveniencias, por no escribir aquello más simple de mentiras exageradas por un bando bélico.
A los que nos gusta la crónica histórica, es triste que tengamos que irnos a lo que queda del cronicón francés de Moissac, a lo poco del moro Rasis, a la crónica de Ibn al-Kotiya, o la de ibn al-Adhari, o las Cronicas Anónimas, por citar una pobreza de datos, en una España rica en acontecimientos, por desgracia sangrientos y empobrecedores, en virtud del maldito foso separador de las dos Españas, que si no hubiera habido bastante con el diferencial económico de ricos y pobres, aquí, por milenios, hemos tenido que sufrir la imposición y las luchas contra el ahogamiento social de un catolicismo impuesto a sangre y fuego, cuya imposición todavía no cesa.
Sobre los meollos teologales acontecidos o sufridos en España, apenas sabemos nada. Y lo poco que sabemos se lo debemos a los cronistas latinos que pusieron un cierto interés en los temas sexuales, como ahora, de los católicos trinitarios, dentro de los cánones de una religión netamente machista, que no solamente prohibía que las monjas pudieran mostrar jovialidad ante un clérigo, sino que “el clérigo cuya mujer pecare, tenga el poder de castigarla sin causarle la muerte, y que no se sienta en la mesa con ella”.
Así que no es de extrañar que los documentos generados durante trescientos veinticinco años que duraron los dieciocho concilios de Toledo (del 395 al 720) le pegaran fuego a todo los mismos protagonistas.
Y eso sí que no se puede restaurar.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.