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El paraíso terrenal

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En el palacio real de los titos del Inca Garcilaso de la Vega, siempre con luz natural, por la mañana y por la tarde, se preparaban en las cocinas reales abundancia de comida para que todo el que estuviera por allí cerca pudiera llevarse un plato a la boca

 
En aquel tiempo de la mucha fe y mucha más miseria residual imperialista franquista, donde, como hoy, nada se llamaba por su verdadero nombre y apellido, el silencio del catequista cuando en plena disertación de la creación del hombre, te levantabas y le asegurabas que los descendientes de Adán y Eva fueron unos guarros porque fornicaron hermanos con hermanas, aquella fulgurante remisión a la fe y a los asuntos divinos, se parece a como ahora cuando un ciudadano pregunta en qué se basa el sistema, caso de la católica España, no ya que tengamos la familia real, en la pura realidad como algo intocable, por más delitos que cometan, sino que tampoco nadie dice de hacer un referéndum popular, se rompa o no se rompa España, para ver si los españoles estamos dispuestos a seguir regalándole para sus juergas y boatos al clero español-vaticano, la monstruosa cantidad de dinero anual que supera los catorce mil millones de euros alemanes al año.
La España de las cifras silenciosas que van para disfrute de fundaciones y estamentos píos y sin piar, para asociaciones que han demostrado con hartura su inutilidad social, tipo opus dei y gremios por el estilo, abolidos ya por Carlos III  los privilegios de los gremios y agrupaciones mafiosas, no solo es que no se ven en declive, sino que, por el contrario, van vela al viento a todo euro del tesoro público, y, encima, nos miran por encima del hombro a los que ellos entienden que somos unos verdaderos tiñalpas por protestar porque nos joden limpiamente nuestros recursos que son propiedad de la colectividad.
Fueron muy pocos los cronistas y demás gentes que escribieron sobre Las Indias que aportaron cifras más o menos rigurosas para darnos cuenta, o para que se dieran cuenta en su tiempo, de lo tremendo y horrible que fue el expolio que se le hizo a aquellas tierras continentales e isleras, pero tenemos una pequeña referencia, entre algunos otras pocas por ahí diseminadas, obediente a la pluma de mi admirado Inca Garcilaso de la Vega, que dice que por las Barra de Sanlúcar, Guadalquivir arriba, en solo ocho meses, navegaron más de treinta y cinco millones de ducados en oro y plata, en valor de los de tres con cinco, gramos de pureza.
En el palacio real de los titos del Inca Garcilaso de la Vega, siempre con luz natural, por la mañana y por la tarde, se preparaban en las cocinas reales abundancia de comida para que todo el que estuviera por allí cerca pudiera llevarse un plato a la boca. No tengo noticia de que en Madrid se haga algo similar en el palacio real, ni que de la millonada que le damos al clero vaya un solo euro desinteresadamente a socorrer una sola necesidad social de pobreza de urgencia. De ahí que servidor, un siervo entre los siervos, tengo pensado la próxima vez que vaya a Madrid, supuesto que el rey dijo que el palacio real es de todos los españoles, voy a ver si me dejan pasar la noche en él, aunque no pueda ir acompañado, por el qué dirán en palacio, de mujer señorita. Pero intentar lo debo de intentar porque un rey nunca miente, y mucho menos el clero cuando dice que todo el dinero recaudado es para dárselo a los pobres necesitados.
La América arrollada por la superstición de la que se le quejaba el insigne poeta don Andrés Bello al libertador Miranda, está arrollada aquí a este lado de la mar. Y es curioso, que cuando surge, caso de Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Costa Rica un soplo de aire esperanzador para las gentes que no moran en palacios ni están encuadrados en sectas algunas, y a cada cosa quieren llamarla por su nombre, sea esta España podrida la primerica que se agita, y como lobo hambriento, comienza a dar dentelladas en defensa de la superstición, en unas tierras que le deberían causar más respeto del que les causa porque, entre otras muchas cosas, solo supo llenarse de enemigos al otro lado de la mar, a cambio de oro y plata para hacer imágenes, iglesias, catedrales y palacios ¡Ah! y espadas para matar pecadores.
No es nada fácil sin sentir un cierto dolor ante tanta indignidad e hipocresía de un país como España que siempre ha tratado y sigue tratando a sus clanes, verdaderos hipotecantes del bienestar común, como la clase privilegiada que le gustaría que no fuera ni discutida, y que, cada mes, o por lo menos una semana por año, la lleváramos a hombros por nuestros entornos, limpiando el suelo de piedras, echando pétalos de rosas a su paso, porque no tienen bastante con el baboseo de diario de medios de comunicación.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis
No tuvo que ser muy grande el odio pueblo español-cubano, cuando fruto de las «nostalgias cubanas» que escuché durante mi infancia, más lo que yo personalmente viví y aprendí en mi soñada Cuba, entre otros muchos poemas sueltos que están por ahí en diferentes poemarios, en su día hice, doliéndome a reventar mi amor por Cuba, estos Versos de Cuba y Malecón.

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