El pájaro y la guayabera

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Siempre he tenido una querencia entrañable por lo que los viejos llamaban camisas cubanas (o cubanas, simplemente) y ahora llamamos guayaberas, término más propio de algunos pagos hispanoamericanos. Me quedó el recuerdo de los viejos de mi pueblo en la retina. Los viejos, gente más práctica y sabia, vestían de acuerdo a la comodidad, mas sin renunciar a la compostura. Por eso en un clima como el nuestro, en el cual el verano se prolonga todo lo que quiere y algo más, al final acabamos usando prendas que se originaron en el Caribe. Luego vino la generación de mis padres y comenzó desterrando muchas cosas que no le parecían “modernas”. En ello por lo visto radicó la no distinción de tejidos entre estaciones, y para todos aquellos hijos de la Andalucía profunda, es sabido que la ropa de fibra en verano se calienta más que el queso de un San Jacobo. Aun así, insistimos durante años hasta que por fin imperó un poco la cordura –sin que sirva de precedente- y las cubanas o guayaberas se volvieron a poner de moda. Lavs Deo!

Así las cosas, fue en Lima, en uno de esos incontrolados e inspiradores arrebatos de nostalgia, donde un día me decidí a comprarme mi primera guayabera. Elegí el color crema (color que me enteré que existía por mi señora, dicho sea de paso). Asimismo, me compré un sombrero al que le añadí una cinta con la bandera española y la leyenda “Cuatrovitas”, paseando mi irredento bollullerismo al otro lado del mundo.

Y así, al volver a España en el Año de Nuestro Señor de 2017, ya he podido pasear la guayabera en un par de ardientes veranos (a este último todavía le queda tela marinera). Empero, como anda uno –como tantos otros compatriotas- buscando empleo, a las vísperas de una nueva recesión (ojalá me equivoque…), y como eso que llaman ola de calor (que no es más que el puñetero verano de toda la vida de Dios) aprieta más fuerte que el vinagre, fui con mi guayabera al pleno centro de Sevilla, el casco antiguo más grande de Europa. En el corto trayecto que va desde la estación de autobuses de Plaza de Armas, como fui con tiempo; empero, aproveché para tomarme un café con hielo, sentándome a la puerta de un bar. Durante un breve lapso de tiempo, noté un leve cosquilleo en la espalda, que en el devenir de combinar el azúcar, el café y el hielo, consideré de poca importancia. Sin embargo, fue cuando un servidor se dispuso a cambiarle el agua al canario que, en esperando la cola del servicio, un tipo al que recuerdo como con el pelo largo, ondulado y colorado recogido en una coleta, con ademanes amanerados me dijo:

-Oye, te has manchado la camiseta… Por la espalda…

No sé lo que dije en ese momento, pero piensen vuesas mercedes en cualquier interjección posible. El tipo apostilló:

-Creo que ha sido un pajarito…

Resulta que el hombre ya se iba, y le agradecí vivamente el aviso, pues con el despiste que tengo… Y nada, fui al servicio, y allí comprobé en vivo y en directo el lamparón que me había dejado un pájaro; digo yo que habría sido alguna de esas ratas de aire conocidas como palomas que están todo el día picoteando y deben tener los estómagos como coladores. Si un servidor es ancho de espaldas, pues en toda la espalda. Intenté remediarlo como pude, y lo que tenía a mano era papel higiénico, agua y jabón. Ya les adelanto yo que no es el más efectivo de los quitamanchas, pero bueno, algo da.

Una señora que estaba cerca, al verme la cara de apuro, me preguntó si había pasado algo. Cuando le comenté la pajarera jugada, me dijo:

-¡Ah, pues eso es buena suerte! ¡Compra un cupón!

En mi fuero interno pensé que un cupón no, iba a comprar dos…

Así las cosas, fui a la entrevista más cabizbajo de la cuenta. Tal y como está el mercado laboral en España, y más en algunas partes concretamente, va uno más desganado de la cuenta. Tiene uno ciertas ilusiones de ser valorado en lo suyo (sin pensarse uno el mejor), pero lo que se valora son otras cosas… Aunque después de la guerra cultural brutal que se le ha hecho a la población española con métodos neomarxistas descarados que ya estaban instalados en la época de Franco, algo indulgente he aprendido a ser; pues entre otras cosas, ya estoy harto de aquellos pseudodéspotas ilustrados que hablan como si ellos no tuvieran arte ni parte en todo esto.

En fin, entre sonrisas amargas, no sé yo si tomarme lo del pájaro y la guayabera como una señal, y no necesariamente por lo que me dijo la señora del cupón. En mis años peruanos, la intuición –cosa que yo desconocía-se me disparó, realizando virazones místicas. Bueno, Dios proveerá… Pero eso sí: Nunca olvidaré al pájaro desconocido, pues si él se cagó en mi guayabera, yo no habré sino de cagarme continuamente en el polvo de los huesos de los muertos de la puta que lo malparió.

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