–Francisco Núñez del Arco, 27 de septiembre de 2021
El indigenismo es el ideal occidental de lo indígena. Quiero decir, que lo «indígena», especialmente en América, es casi un invento europeo, un invento de ingleses y franceses por igual, y lo ha sido desde el inicio, desde los primeros contactos y encuentros entre europeos e indígenas americanos. Un indígena romántico, exótico y tutelado, guiado sobre lo que debe ser lo indígena según el ideal europeo, del buen salvaje de Rousseau al libérrimo e indómito indio norteamericano de Robertson: una representación europea de lo indígena, según la segunda acepción del diccionario, una imagen o idea que sustituye a la realidad. Exceptuando aquí el realismo sociopolítico español que reconoció usos, formas, costumbres e instituciones de los pueblos prehispánicos, y por supuesto sus idiomas, aceptando su «mayoría de edad» civil aunque no siempre moral y nunca religiosa.
De hecho, lo indígena americano ha ayudado a definir lo europeo, como idea, personalidad, imagen y experiencia de alteridad, del otro, de contraste. Nuevamente, exceptuando a España, que en su cosmovisión de la misión católica de su constitución histórica, de la Dilatación de la Cristiandad y de los reinos, expandió su propia naturaleza política, jurídica, religiosa y cultural a los pueblos prehispánicos, incorporándolos formal y prácticamente a su realidad, haciéndolos españoles en sustancia. Lamentablemente a los pueblos indígenas, runas o como quieran ser llamados hoy en día, les sucede lo mismo que al criollo, al mestizo, al negro, al zambo y al mulato, se niegan a reconocer el español que llevamos dentro. Esto como sabemos, por dos siglos de adoctrinamiento mitográfico republicano, negador y renegador de nuestro ser.
Analizando más profundamente es claro que el indigenismo corresponde a una larga tradición de interpretación europea y occidental de la realidad para su beneficio, según su particular experiencia, esta se corresponde con la larga tradición de indigenismo desde el siglo XVI iniciada por el paternalismo lascasiano, obsoleta hoy más allá de sus intenciones y de su ideología inherente en el espectro político, y obsoleta por el hecho de que indígena significa exactamente que alguien es originario del país del que se trata. En el siglo XXI nadie podría pensar o peor afirmar que ningún americano de Alaska a la Patagonia no sea originario de sus países.
Como toda ideología, el indigenismo tiene un fin político, un objetivo de poder. Sería, no solamente ingenuo, sino falso del todo, pensar que detrás de una ideología que corresponde a una tradición de ideas europeas y occidentales, no existan intenciones de poder de las personas e instituciones que las promueven. ¿Dónde queda la sede de la así llamada «nación mapuche»? En Londres. ¿Dónde se encuentran los principales teóricos, académicos y especialistas de del indigenismo andino? En París. El indigenismo debe ser entendido y discutido como un instrumento de poder, de los intereses del poder detrás de él. Y como sabemos, el poder busca dividir para vencer, en especial el geopolítico anglosajón. No fue suficiente la destrucción y fragmentación de la Monarquía Española en cinco continentes entre hace dos y un siglo atrás todavía, ahora las fuerzas mundialistas, no llamémoslas globalistas para no caer en el anglicismo, buscan la completa atomización de los Estados que la continuaron con un relato mitográfico que ahora se vuelve contra estos.
El indigenismo es a toda regla es una red de intereses geopolíticos y geoeconómicos de potencias extranjeras sobre los territorios hispánicos. Es una forma de dominar, reestructurar y tener autoridad sobre el Mundo Hispánico, en especial sobre Hispanoamérica. La historia la hacemos los hombres, lo que conocemos es lo que hemos hecho y deshecho. Por eso puedo y debemos afirmar que la historia y la educación política de los pueblos son una y la misma cosa. A un poder sólo se lo combate desde otro poder y lo que el poder establecido quiere es que ese otro poder jamás se conforme o se reconforme en nuestro caso, para ello las ideologías que nos hacen pensar y actuar cada vez más en espacios cada vez más pequeños les son totalmente funcionales.
Quizás el peor indigenismo de todos sea el académico por su naturaleza y porque justifica el indignenismo político. La relación entre las grandes potencias europeas y los países hispánicos ha sido una de poder, de control y en muchos casos de franco dominio. Ahora estas potencias, Gran Bretaña y Francia, en aparente retirada apoyan y mantienen las mayores áreas de estudio indigenista, con sus filiales en la América Hispánica por su puesto, llamada latina por el imperialismo cultural francés. Resulta risible que algunos pretendan desde la cátedra sostener esta ideología como «decolonial», «antiimperialista» y demás epítetos al uso de la progresía, cuando responden, consciente o inconscientemente a los intereses de poder de estas potencias colonialistas e imperialistas. El indigenismo, llamémoslo seudo indigenismo con todas las letras y la razón en este punto, es el instrumento de poder último de las potencias euro-atlánticas sobre Hispanoamérica. No es el seudo indigenismo un estudio objetivo del pasado y la realidad de los pueblos indígenas americanos, como claman y pretenden los académicos Urbi et Orbe, muchos de ellos tontos útiles presas de su pueril lógica cargada de deseos, represiones, invenciones y proyecciones; otros, los menos, mal intencionado a sueldo de nuestros enemigos y muy útiles también aunque nada tontos. Todos coinciden en ver al «indígena», como una abstracción inmutable desde hace siglos o, peor todavía, desde hace milenios. Un claro y sistemático peligro de distorsión de la realidad, lo que siempre ha sido el indigenismo académico y academicista. Sin olvidar que todos los académicos en general son y se deben a su tiempo y a sus circunstancias, a sus posturas políticas, a sus acomodos personales en la estructura de la academia, a su posición social y a su conjunto de creencias, quiero decir con esto que no debemos olvidar que la tan cacareada objetividad académica se ve llena de estas manchas cuando se la observa con distancia, detenimiento y sin pasiones.
No sorprende así, para nada, que en días pasados la Universidad Central del Ecuador, la antigua Universidad Santo Tomás de Aquino (fundada por España), la más antigua del territorio ecuatoriano, haya decidido de forma demagógica, aprobar el proceso de enseñanza-aprendizaje de quichua (el dialecto del quechua que se habla en el Ecuador) como requisito previo a la obtención de título de grado académico. Esta es, por su puesto, una decisión política totalitaria con implicaciones políticas totalitarias. La deshispanización forzada por medios académicos tiene paralelos actuales con lo que viene ocurriendo en Cataluña, donde se aplican políticas similares en los centros educativos de todos los niveles, la imposibilidad de obtener un título académica sin saber catalán. Medio que ha servido para ir anulando el español de la sociedad catalana.
No olvidemos que fue España la primera que estudió e impartió la enseñanza del quichua, idioma apócrifo como todos los prehispánicos, con su alfabeto en sus universidades, en Lima, Quito y Chuquisaca desde hace casi cinco siglos. Las primeras gramáticas del quechua y del quichua fueron realizadas y editadas por sacerdotes españoles -antropólogos y lingüistas natos- en la segunda mitad del siglo XVI, siendo anteriores a la primera gramática inglesa. Tampoco olvidemos que España jamás prohibió ningún idioma prehispánico ni impuso el español a las poblaciones indígenas, todo lo contrario, promovió y exigió el estudio y el aprendizaje formal de sus lenguas para la incorporación de estos pueblos a su cosmovisión. Esto fue una cosa, otra muy distinta es la imposición arbitraria y unilateral que pretende hoy la más grande universidad pública del Ecuador.
Perdimos muchas cosas con la independencia, pero una en total fue la pérdida de nosotros mismos: la identidad. Y la identidad en lo plural. La identidad propia de cada grupo que habitaba y habita nuestro territorio. La libertadura impuso Estados seudo nacionales centralistas, normopáticos y fetichistas con, este sí, un monolítico y único ordenamiento jurídico-político que dio paso a un único y monolítico ordenamiento socio-cultural e inclusive lingüístico: una oligarquía plutocrática dominante y un resto del país supeditado a sus intereses, subsidiarios del de las potencias imperialistas europeos, Gran Bretaña y Francia especialmente. Retrocedamos dos, tres y más siglos, antes de esto, desde la actualidad. ¿Qué encontramos? Encontramos que los criollos, los hijos y descendientes de españoles en América, impelidos por la necesidad ante una mayoría india que no fue obligada a abandonar sus usos y costumbres, incluyendo su idioma, tenían que aprender quichua para poder comerciar y desarrollar todas sus actividades económicas con la población autóctona, y lo hacían de buena gana desde el seno de sus nodrizas indias. Salir a un mercado en ese entonces para nosotros actualmente sería toda una experiencia, un espectáculo, viendo y escuchando como las señoras criollas se comunicaban con las indias en quichua. Cada población vivía junta, pero no revuelta, respetando y manteniendo su propio elenco cultural. Fue la república la que impuso como idioma oficial el español para todos sus ciudadanos, desconociendo siglos de realidad y realismo socio-político-cultural hispánico.
¿Vamos a seguir perdiendo? ¿Vamos a acabar de perder lo que somos, lo que todavía somos? ¿Nos van a seguir dominando o retornaremos a ser dominadores? Nuestro nuevo poder nos espera, sin él no seremos nada.