El santiaguero, negro retinto, negro por todos los costados, José Quintino Bandera Betancourt, que vio la luz de la vida en la ciudad oriental de Santiago de Cuba corriendo el año de 1.834
Son pocos los cubanos; pero espesos. Hurgando entre la gente cubana, aunque la inmensa mayoría de los cubanos blancos sean de origen español, peninsular o isleño canario, no parecen, en muchas circunstancias, responder al prototipo del español que suele llevar un hueso de oliva tragado en el buche, junto a un sable en la garganta, y pretende en todo momento lucir espuelas de caballero.
Aquel dicho, creo que de mi propia invención, de que los que más en falta echaron el uso habitual de la espuelas fueron los españoles, es probable que no sea un dicho vano puesto que en esta España actual es curioso como todavía se ven gente que llevan espuelas y no han montado nunca a caballo ni van a montar.
El santiaguero, negro retinto, negro por todos los costados, José Quintino Bandera Betancourt, que vio la luz de la vida en la ciudad oriental de Santiago de Cuba corriendo el año de 1.834, es probable que la primera vez que montara a caballo lo hiciera descalzo, metiendo los pies sobre alguna maroma que hiciera la veces de estribo. Y, con toda seguridad, las espuelas sobre las botas las conociera muchos años más tarde.
Quintín Bandera para sus amigos y larga tropa que tuvo a lo largo de su más que amplia carrera militar en las tres guerras de Cuba, cuando la prensa imperial española se da cuenta de que está delante de un hombre de una pasta especial, diferente, algo que se escapa a la lógica del “ascenso guerrero” español como sea y al precio que sea, como no puede decir nada en la contra de un hombre abierto, enérgico y cabal como lo era Quintín, dice aquello de que era un hombre con poca cultura. Y claro está, si un cubano de entonces no tenía cultura la culpa no era de los cubanos por no ir a la escuela, es que no había casi escuelas en la isla, y las pocas que habían eran escuelas “católicas cristianas, curazas de pago”, y solo para algunos blancos.
Pero la prensa española, siempre en su sitio de intentar recibir el terrón de azúcar a su trabajo de servir al que sea amo, no va a poder hacer hincapié en el hecho de que Quintín Bandera vaya, cuando ya fue coronel a las órdenes del general Maceo, no se si cubriendo el ala derecha o el ala izquierda del itinerante Ejercito Libertador Cubano, a lomos de su caballo en la perenne compañía de una mujer mulata y otra negra, dos amores que mantenía a la luz y vista de todo el mundo; No como los santos y píos oficiales, jefes y generales españoles que todas esas “victorias amorosas” las llevaban de tapadillo al correveidile de los muchísimos asistentes en los que se desintegró el ejército imperial español desplazado en la isla de Cuba.
Finalizadas las tres guerras de Cuba, en las cuales tomó parte activa y muy activa Quintín Banderas, que de soldado llego a ostentar el cargo de General de División del Ejercito Libertador Cubano, llegando a estar hasta preso en la ciudad balear española de Mahón, Bandera, una de las singulares banderas que ondean y ondearon por Cuba ante la incomprensión española, cuando acaban la guerra los gringos en la isla y comienza el nuevo sudario cubano, Quintín Bandera, dando una muestra de algo que es imposible de encontrar en España, en el imperio, y solo se puede encontrar en Cuba, renuncia a todo cargo en el gobierno y en la administración pública de la Cuba resurgente, y opta por trabajar como operario en una industria local, y llega a ocupar una plaza de barrendero cuando la cosa se pone complicada.
Esta heroicidad humana de gente que entiende que la dignidad está por encima de espuelas de plata, copones de oro, y demás alamares, no se le suele dar publicidad porque rompen el esquema de un sistema, donde priman otros componentes diferentes.
El día que sepamos exactamente el número de héroes que gestó la llamada Guerra de Cuba, por mucho que se quiera cerrar y simplificar el cupo cubano con la mención de Martí, Maceo, Gómez, Calixto y alguno más, la crónica de habla hispana, (la gringa va a publicitar, tenga o no tenga interés, solo lo suyo y continuamente injiriendo), el número de héroes nos va a apabullar, por estar plagada de gentes de la hombría de Quintín Bandera, un negro que llegó por méritos propios a general, y que no tiene las visitas en su tumba del cementerio Colón de la Habana, como las puede tener José Martí; pero que es digno de admiración por su hombría de hombre de bien por los cuatro costados.
Puede que aquel reverencial periódico “Patria” fuera la única lectura que realizara José Quintino Bandera Betancourt, para mantenerse informado de los acontecimientos. Cuba, la isla, la recorrió de punta a punta a lomos de su caballo con espuelas, con toda seguridad, y no siempre, de hierro plateado.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.