Por Rocío Monasterio
El lugar convenido era un amplio y lujoso ático de La Habana de la calle
Calzada. La hora, las nueve en punto de la noche. Poco a poco fueron
llegando los invitados, todos ellos ilustres empresarios, comerciantes e
intelectuales de la preciosa ciudad. En 1959, las élites de aquel
momento y lugar afrontaban la velada con el aplomo y la seguridad que
daba habitar uno de los países más avanzados de Hispanoamérica. Ni
siquiera la depauperada España de la posguerra conocía la televisión en
color, los lujosos yates o los cotidianos viajes a Nueva York en avión.
Sí, aquella era una élite que apuraba sus puros habanos pensando que
eran intocables.
Este artículo lo escribí hace tres años, creo que hoy es de perfecta aplicación. El comunismo siempre está al acecho en momentos de debilidad. Cuando fallaron las élites: https://t.co/uhBc4oErfe @okdiario
— Rocio Monasterio (@monasterioR) April 20, 2020
Pero a esa hora, también acudía a la cita la otra parte invitada: la que
vestía uniforme verde oliva. A su manera, ellos también conformaban una
élite: un grupo de comandantes revolucionarios, de los que acompañaban a
Fidel en su descenso desde la Sierra Maestra. El motivo de la velada era
propiciar un encuentro entre ambas partes, para irse conociendo; las
viejas élites con el nuevo poder. Nada hacía presagiar el desastre; al
fin y al cabo, Cuba no era Rusia. En Cuba el marxismo quedaba muy lejos,
y a lo largo de la cena, las élites escucharon a los comandantes decir
lo que querían oír: Castro no es un comunista. Casi les produjo ternura
escuchar a la esposa de un militar dirigirse a su marido: “Papito,
¿verdad que este año me vas a comprar un abrigo de martas cibelinas, y
me vas a llevar a Niza?”. Tras la carcajada que solidificaba la
impresión de que aquel nuevo poder se parecía mucho al poder de siempre,
los hombres pasaron a la biblioteca.
Bajo un denso humo de habanos compartidos, hubo un hombre que
protagonizó el único momento tenso de la noche.
-Y díganme, ¿Almeida es comunista?
-Sí que lo es, le contestaron
-Ya. ¿Y Santamaría es comunista?
-Bueno… Santamaría sí, sí es comunista.
– ¿Y el Ché? ¿El Ché es comunista?
– Sí claro, el Ché es comunista.
– Entiendo entonces que Fidel también es comunista, ¿verdad?
– ¡NO! Fidel no es comunista
-¡Coño! ¡Pues será la primera vez que la que regenta la casa de putas es
una señorita!
El silencio fue sepulcral. Aquel hombre, consciente de lo incómodo de la
situación, y por respeto a su anfitrión, decidió retirarse de inmediato,
no sin antes advertir en voz alta a los demás de lo que se les venía
encima. “Aguafiestas,” pensaron. Y tras su salida, aquellos caballeros
continuaron con sus habanos, su ron añejo, y su confraternización con
los comandantes. Convenía, como siempre, llevarse bien con el —nuevo—
poder. Y a la vista de la actitud alegre y campechana de aquellos
comandantes, tampoco había por qué preocuparse demasiado. Al fin y al
cabo, Cuba no es Rusia. La nueva élite de poder, y la vieja élite
social empezaban a entenderse. Todo cambiaba para que no cambiara nada.
Lo que vino detrás no requiere mucha explicación. Las élites fallaron al
pueblo. Olvidaron al dictador y dieron la bienvenida al populista, que
no tardó en revelar su verdadera y atroz cara. Y obtuvieron el resultado
esperado: llegó la igualdad a través de la miseria universal, y además
perdieron la libertad que no supieron defender. Cuba no era Rusia, como
Venezuela no era Cuba. Y como España, hoy, no es Venezuela.
Fuente: OK diario