por Giordán Rodríguez Milanés
«Todo comenzó cuando nos suprimieron el ‘señor’ por el ‘compañero’, ‘cliente’ por ‘consumidor’; después nos llamaron ‘palestinos’, robar se trucó en resolver; y luchar ya no fue más reinvindicar y exigir derechos, sino esquilmar al prójimo para sobrevivir»…
Es de madrugada. Sentados sobre un escalón a la puerta de su casa, el poeta Julio Sánchez Chang y yo vemos cientos de ómnibus y camiones -tal vez miles-, que transitan por las principales calles de la ciudad con destino a una tribuna abierta que realizarían en la mañana del Primero de Julio del año 2000, en la Plaza «Celia Sánchez».
Eran tiempos que en que los eruditos de la UNEAC debatían acerca de si «masificación» de la cultura o «masivización» de la cultura, o si cultura artística o general, integral, o sargento o comandante… «Es como aquella bronca entre Liliput y Blefuscu sobre cómo cascar los huevos hervidos», me dice Julio.
No podía entenderle entonces.
Nos despedimos. Él: a cumplir sus funciones como presidente de la UNEAC en el marco de tan comprometido acto; yo: al máster de Radio Granma, a dirigir la transmisión del evento con un «seguroso» que no me quita la vista de encima, como si yo, en vez de ser el vice-presidente de la AHS en Granma, fuera James Bond al servicio de la CIA.
«Todo comenzó cuando nos suprimieron el ‘señor'», me repite el poeta Julio Sánchez Chang la tarde del 13 de agosto del 2011 en la sede de la UNEAC manzanillera. Habíamos peleado unos meses antes por absurdos asuntos administrativos pero no habíamos dejado de querernos. Su tez, muy roja, -ahora sé que por la excesiva tensión arterial que padecía-. me permite hacerle un chiste sarcástico acerca de su filiación política.
Nos encerramos en su oficina, y conversamos:
«Si un día finalmente te botaran de la radio, a qué te gustaría dedicarte?» Me pregunta.
«Me encantaría ser rastrero», le respondo con toda honestidad.
«Te aconsejo que te conviertas en espina atravesada en la garganta de los girovagantes. Se te da muy bien eso, y Cuba necesita traviesas para que avance el ferrocarril», se sonríe y me confiesa:
«Yo estoy hace meses pensando en hacerme barrendero. Los buenos barrenderos además de la basura de la ciudad, nos limpian el alma. Y ser barredero tiene sus ventajas, les pagan mucho más que a mi por derecho de autor, tienen carro propio y, lo más sabroso, siempre hay quien te da el café por las mañanas sin tener que comprarlo a sobreprecio».
Nos abrazamos.
Nos despedimos.
Tres días después, allí mismo, en la sede de la UNEAC, le cantan bardos y poetas. No participo.
Hubo muchos versos honrados pero no quise que algun discurso hipócrita me fuera a marchitar nuestro último abrazo.
Desde entonces conozco el verdadero significado de compañero.
"Todo comenzó cuando nos suprimieron el 'señor' por el 'compañero'"
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