Intervenir la intervención castrista en Venezuela

El despotismo en Venezuela sólo podrán detenerlo tres factores: la persistencia de las manifestaciones en las calles, la acción militar de una parte del ejercito nacional en contra de las fuerzas plegadas a la dictadura, y el apoyo internacional.

Luis Leonel León* @LuisLeonelLeon
Desde hace años Venezuela es un país intervenido por el régimen cubano. Lo que allí vemos es la cara descubierta del castrismo: reprimir sin límites, nacionalizar el miedo, la miseria y la resignación, estrangular la libertad, apresar a los demócratas en la madrugada y establecer el terror como decreto para que otros teman o duden seguir su ejemplo. Y poco a poco, “sin prisa pero sin pausa” (frase que le encanta a los Castro) implantar un sistema totalitario.
Decir que el objetivo es otro, es de algún modo apoyar, sea desde la torpeza o desde el complicidad, uno de los más devastadores proyectos surgidos en el siglo XX: el castrismo. Hay quienes prefieren llamarle neocastrismo, postcastrismo, neocomunismo. Pudiéramos escribir en piedra varios sinónimos posibles, muchos le vienen como anillo al dedo, pero sin duda su cordón umbilical, anzuelos, intereses, fábula, modus operandi y hasta sus convulsiones siguen manteniendo y defendiendo la esencia del castrismo, lo que siempre ha hecho y lo que nunca dejará de hacer, aunque a veces pareciera que cambia de disfraz. Y Venezuela lo está demostrando cada vez más.
Estamos ante una situación muy peligrosa. El despotismo en Venezuela sólo podrá detenerlo la confluencia de tres factores: la persistencia de las manifestaciones en las calles a pesar de las inevitables víctimas, la acción militar de una parte del ejercito nacional en contra de las fuerzas plegadas a la dictadura, y el apoyo internacional más allá de sanciones económicas y declaraciones, es decir, una acción militar en apoyo al pueblo. Sólo así podrán escapar los venezolanos de esa especie de cáncer camaleónico que es el castrochavismo.
Este viernes Donald Trump ha enviado un mensaje que pudiera cambiar la espantosa realidad que viven los venezolanos: “Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluida una posible opción militar si es necesario (…). No voy a descartar una opción militar (…). Una opción militar es algo que, ciertamente, podemos perseguir”, advirtió el presidente estadounidense.
Ya era hora de una declaración de esta naturaleza. ¿O cuántos asesinatos de estado más se necesitan para que el mundo libre trascienda la “denuncia” de la impunidad y actúe de manera consistente y se detenga la masacre que contemplamos como un show de telerrealidad?
Al otro lado del mundo, retozando con sus armas nucleares como un niño mitad bitongo, mitad perverso, el dictador norcoreano Kim Jong-un, pareciera que intenta sacar de sus casillas a Trump -a quien no le asiste mucho la paciencia- y desatar un conflicto bélico que su esquizofrenia le dice poder ganar o al menos con el cual pudiera desestabilizar el orden que aún rige en occidente y que todas las dictaduras no en balde consideran como un sistema enemigo. Sin duda esta amenaza de carácter global tiene si no preocupado por lo menos entretenida a la comunidad internacional y no le están prestando a Venezuela toda la atención que su terrible situación merece. Trump ha tocado el tema y eso pudiera variar.
Hay quienes piensan que Corea del Norte pudiera estar jugando a la guerra mundial con EEUU para no sólo conmocionar al mundo sino también para lograr que el tiempo pase, la resistencia en Venezuela pierda fuerza y sistematicidad, la represión se recrudezca, la gente poco a poco se canse, el terror se agigante y de pronto lleguen las próximas falsas elecciones y el castrismo termine de ponerle el candado a su jaula totalitaria en ese país como hicieron en Cuba hace varias décadas. Pero estas últimas declaraciones de Trump, recordando que “tenemos tropas en todo el mundo, en lugares que están muy lejos. Venezuela no está muy lejos. Y la gente está sufriendo y está muriendo”, es una nueva alarma para el castrismo.
Entretanto, los muertos a manos del régimen siguen aumentando en las calles venezolanas. Y es algo visible. Con sólo entrar unos minutos a Internet puede comprobarse la ignominia. ¿Cuántas madres más tienen que perder a sus jóvenes hijos para que los gobiernos occidentales, cuyas constituciones se basan en la democracia, dejen de escudarse en superfluas formalidades y discursos seudodemocráticos e intervengan de una vez en contra del crimen de lesa humanidad en que el castrochavismo ha convertido a Venezuela? Esta pregunta, más que una respuesta, debería generar una acción concluyente. Y no es algo que digamos algunos periodistas, observadores y analistas desde fuera. Lo dicen los venezolanos, lo están pidiendo a gritos.
Es cierto que una buena parte de la comunidad internacional se ha pronunciado en contra de Maduro y que hay decenas de campañas que expresan solidaridad con el pueblo. Pero aunque son necesarias no son suficientes, y sobre todo: no son efectivas. Nunca lo fueron. Tampoco bastan para detener al castrismo las sanciones morales y económicas de los organismos internacionales. La realidad es que, a pesar de todo, los venezolanos están solos. Y solos ante los perdigones del castrismo, que no van a dejar de dispararse hasta que sus agentes no sean depuestos. Ese es su contrato.
Desde generales hasta soldados rasos han traicionado a Venezuela. Se han cruzado de manos, vendiendo su silencio o apretando el gatillo contra su propia gente, cumpliendo como colaboracionistas o mercenarios las órdenes del castrismo. Bien saben que nada puede hacer el parlamento democráticamente elegido sin el apoyo de la institución destinada a obedecer no al gobierno o dictadura de turno sino a defender al estado y sus ciudadanos. Han dejado a su pueblo a merced del castrochavismo. No han defendido a su país de la injerencia cubana.
Los militares que días atrás se levantaron en armas contra del castrochavismo, a pesar de haber sido capturados, son un ejemplo y un sensor de la tragedia que flagela a todo el país. Enviaron una importante señal y no pocos confiamos en que no serán los únicos que se levanten, pues la terrible realidad que los impulsó al alzamiento no va a cambiar, a no ser para peor o que se deponga a sus culpables.
Quienes protestan en las calles, además de demostrar su descontento y valentía, esperan que los gobiernos democráticos y las organizaciones internacionales destinadas a preservar las libertades les ayuden. No solamente que los noticieros alrededor del mundo pasen los videos que graban con sus celulares en medio del terror y de la sangre. Saben que solos no pueden y están pidiendo auxilio. Ayuda de verdad.
Los altos mandos del ejército, la policía política, los grupos paramilitares que reprimen a los venezolanos, están supeditados a las órdenes de los Castro. A los oficiales cubanos, expertos en el control de masas, nunca les ha importado matar, lo mismo a los angoleños que no estuvieron de su lado en su cruzada africana que hundir un remolcador repleto de inocentes, incluidos varios niños, víctimas que sólo ansiaban huir de la isla cárcel. Esos son los asesinos que mandan en Venezuela desde hace más de una década y allí pretenden perpetuarse tal como han hecho en Cuba.
Sobran las evidencias para declarar a Venezuela como un país intervenido por el castrismo. El gobierno que no lo quiera aceptar está ciego o en contubernio con la autocracia habanera. Maduro y su corrupto y desalmado séquito son parte del castrismo y no dejarán de serlo. Entregar el poder a la democracia es entregarse a la cárcel o correr el riesgo de ser asesinados por los agentes cubanos. Bien lo sabemos.
Muchos se preguntan: ¿Por qué la ONU, la OEA o EEUU no acaban de actuar militarmente en contra de la intervención castrista en Venezuela? No lo han hecho porque hasta ahora les ha ganado la desidia, el desconocimiento, el peligroso laberinto de los protocolos y porque no acaban de aprehender que el castrismo no entiende de fronteras y que las democracias siempre serán sus enemigos y que su fin es doblegarlas, extinguirlas. 58 años de castrismo lo confirman, pero la miopía mundial aún no percibe el grandísimo riesgo. Teniéndolo ante sus narices, no ven el peligro y en ocasiones no quieren verlo. Y en no pocos casos la interpretación errónea de la democracia, a veces cobijada en falacias de lo “políticamente correcto”, les lleva a atentar contra la libertad y la democracia.
Es vergonzoso escuchar a quienes dicen, desde una indecente y cómoda cobardía, que si EEUU, la OEA u otro organismo interviene en contra del régimen venezolano sería una acción injerencista, imperialista. Sin embargo no señalan la injerencia cubana en ese país, no la condenan porque es una injerencia en nombre de la revolución, y esos muertos no cuentan: son muertos revolucionarios. Menuda impudicia.
Cuba se vanagloria de su intervención institucionalizada en Venezuela y los países del ALBA. A través de los cancilleres y papagayos del Socialismo del siglo XXI, el castrismo ofrece demagógicas peroratas y obtiene votos en organizaciones internacionales que legitiman su permanencia en la América antidemocrática.
Urge detener a maduro, a los militares y paramilitares vendidos al castrochavismo que están reprimiendo y asesinando a civiles inocentes que sólo reclaman libertad y democracia en medio del terror y la muerte. ¿Permitiremos que el castrismo destruya Venezuela como ha hecho con Cuba? ¿Cuántos países más tienen que caer para que el mundo preste atención? Venezuela es la punta del iceberg y el mundo muchas veces es feliz viendo sólo una parte de las cosas. Pero el mensaje de Trump quizás sea más que un mensaje.
Al menos eso temen en La Habana y en Caracas. El castrismo está en alerta en sus dos trincheras primordiales. Saben que ni el pueblo venezolano ni el cubano pueden ganarle la batalla sin una acción militar ni apoyo externo y ahora temen que finalmente el mundo abra los ojos o al menos siga el mensaje de EEUU, que aunque ha perdido fuerza y osadía como líder y policía mundial, Trump se ha empeñado en rescatar esta simbólica y necesaria función. Ambas naciones, lo que queda de ellas, precisan de una intervención que las libere del castrismo, ese engendro que, a pesar de sus tantos crímenes contra la humanidad, sigue gobernando sin grandes contratiempos desde su intocable paraíso tropical.
Si no se actúa enérgicamente no sólo habrán más muertes injustas en Venezuela sino que todo seguirá camino a peor y las fronteras del castrismo continuarán expandiéndose bajo dulzonas consignas revolucionarias. Y eso no es nada bueno, pues entonces un día EEUU, la ONU, la OEA, los países libres del área y de la vieja Europa, tal vez ya no puedan tan sólo intervenir como bien pueden hacer ahora y se vean obligados a enfrentarse a una confrontación global. Si se actúa a tiempo, con la tecnología militar existente, serán menos los muertos que nos deje el comunismo en estos 100 años de existencia y donde sus cabecillas no pretenden detenerse. Todo lo contrario.
*Luis Leonel León: Periodista, escritor y cineasta cubano exiliado en EEUU. Puede seguir sus artículos en Diario las Américas (), www.luisleonelleon.com y en @LuisLeonelLeon

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