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Malandar, de Eduardo Mendicutti

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París, 3 de junio de 2018.
Eduardo Mendicutti nos ofrece una excelente novela, en la que los recuerdos de infancia perduran, haciéndonos reflexionar sobre el paso de los años, con gran humor- como en la escena de amor con el torero, la del viaje en tren o la del Gran Cinema- y siempre desde su perspectiva gay. El autor nos ofrece un buen momento de lectura.
“En La Algaida, en la Calzada de la Paz —un precioso y ancho paseo de albero que va desde la plaza donde estaba la Comandancia de Marina hasta la playa—, había un enorme cine de verano, el Gran Cinema, en el que lo menos importante era la película que echaban. La gente se pasaba todo el tiempo alborotando, cambiándose de sitio, haciendo corrillos con las sillas para ponerse de tertulia, lla¬mando a gritos a Salido, el de las chucherías y las gaseosas, y hasta pidiéndole al de la cabina que bajara un poquito el sonido de la película, que con aquel griterío que se traían los actores no se podía charlar tranquilamente. Muchas veces, el entretenimiento principal era chuflearse del Mangoli, el acomodador, que se ponía frenético tratando de poner orden en aquel guirigay, y se pasaba el pobre la sesión entera teniendo que soportar las tomaduras de pelo del respetable o el grito que se escuchaba cada dos por tres: «¡Mangoli, maricón!». El cine era tan grande que, a pesar de todo, si te ponías en las primeras filas —desde la que estaba siempre reservada, y casi siempre sin ocupar, hasta el primer pasillo de los que atravesaban el cine de lado a lado— podías ver la película sin demasiados contratiempos, salvo un poco de dolor de cervicales por tener que levantar demasiado la cabeza. Por el fondo, donde estaban los servicios y una barra de bar que no se utilizaba, había tantos recovecos que las parejitas, del tipo que fuesen, podían ponerse de morado y oro sin que nadie les molestase salvo, muy de vez en cuando, el bueno del Mangoli, que tampoco es que pusiera demasiado empeño en defender la moralidad, según él porque no daba abasto, según la gente porque le gustaba mirar. Naturalmente, por allí era por donde no paraban de gritarle «¡Mangoli, maricón!». Yo me moría de ganas de que alguna vez el Mangoli me pillara faltándole al respeto a Beltrán, o a algún amiguito de los que no sabían ni flotar, o, en mis ensoñaciones, a una niña de la Compañía de María que empezó a gustarme, más que nada por fastidiar un poco a Elena y porque era feíta, con una barbilla como la de Imperio Argentina —eso me dijo Antonia un día que la vio, a ella Imperio Argentina no le parecía nada guapa—, y con una sonrisa bonita y triste que parecía pedirme con mucha dulzura que la respetase, y que la protegiese, sobre todo cuando yo conseguía seguirla camino de su colegio —la esperaba en la esquina de la calle Franco con la calle San Sebastián— y ella me miraba de reojo si me acercaba más de la cuenta. Yo iba muchas noches solo al Gran Cinema y me pasaba bastante tiempo dando vueltas y vueltas, y una vez me vi, casi sin buscarlo, en medio de eso que, con el tiempo, aprendí que se llama orgía y que está bien, pero en ocasiones es incomodísimo, sobre todo si todo el mundo tiene que estar de pie o encorvado o de rodillas. Aquel día me vio Merche, una criada que por fin había ajustado la pobre Carmen para el cuerpo de casa, que me amenazó con contárselo a mis padres si no les invitaba a una limonada a ella y al soldado con el que estaban faltándose al respeto, el uno al otro, una cosa mala. Un día, Merche descubrió que estaba preñada, y Antonia, que le sabía todo sobre ella porque se pasaban horas cuchichean¬do de sus cosas, dijo que aquel niño iba a tener que llamarse Gran Cinema.”
Tres vidas unidas en el tiempo por una amistad duradera.
Toni, Miguel y Elena se conocen y se hacen amigos cuando los tres tienen ocho años. Toni empieza a ir con Miguel y Elena a la playa, al parque, al cine… Poco a poco, Toni y Miguel van descubriendo una especial relación entre ambos, pero también se confiesan que les gusta Elena, aunque les gusta «de otra manera». Cuando los tres han cumplido doce años, con pocas semanas de diferencia, Toni y Miguel hacen un primer viaje en barca a «la otra banda», la playa del coto de Doñana frente a La Algaida, y caminan hasta la punta de Malandar, un lugar prácticamente virgen en el que fantasean con la idea de construirse una casa. Estos viajes se van a repetir a lo largo de sesenta años, a pesar de que las vidas de Toni y Miguel sigan caminos muy dispares. Un reencuentro muchos años después hará que «se cuenten» no tanto sus últimos años, sino sus sueños aplazados, sus oportu-nidades perdidas, sus oportunidades aprovechadas, los vaivenes de la relación entre ambos y los cada vez más esporádicos, pero nunca abandonados, viajes en barca a Malandar.
“—Nosotros tres nos vamos a quedar un rato en Ma¬landar.
Pero Malandar estaba demasiado lejos de donde habían puesto la meta, y yo estaba agotado. Al final, Antonia y su boxeador nos convencieron de que volviésemos con ellos en Mi Carmiti, la barca de Salvador. Salvador no se atrevía a mirarnos, como si se avergonzara de algo.
—Vamos a volver pronto —dijo Toni.
No sé por qué, a mí me pareció que no era tan fácil, pero lo teníamos que hacer, lo teníamos que conseguir, tarde o temprano. Hicimos todo el viaje de vuelta sentados los tres juntos en el banquillo de popa de Mi Carmiti, con Elena entre Toni y yo cogiéndonos de la mano a los dos, viendo los tres cómo se alejaba Malandar. Yo ya tenía decidido cazar un tren e irme a la capital en septiembre del año siguiente, a estudiar periodismo y escribir como Margarita Landi en El Caso —eso fue lo único que me pidió Antonia—, y a comerme el mundo, en cuanto hubiera cumplido dieciocho años. Toni tenía decidido proteger y respetar a Elena durante el resto de su vida. Siguió respetándola a rajatabla mientras yo me iba haciendo cada vez más y más polivalente y me iba a veces por sitios, según Antonia, nada recomendables.
A mí no me respetaba nadie. Eso que salí ganando.”
«Eduardo Mendicutti conduce al lector, entre sonrisas, risas y soledades, al corazón de la experiencia humana.» Luis García Montero, El País
«Un autor que ha ayudado a reeducar la sensibilidad moral del lector.» José Jurado Morales
“Mendicutti llevará al lector de la sonrisa a la carcajada, pero no dejaráde mostrarle el door y la amargura y el tiempo que nos vence.” Mass Movement
Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948) es autor de más de quince obras, todas ellas publicadas con gran éxito de crítica y público, traducidas a numerosos idiomas y merecedoras de premios como el Café Gijón y el Sésamo. En 2017 recibió el Premio Pluma Literaria «por su trayectoria y su compromiso de visibilidad personal y profesional de la diversidad de las personas LGTB». Entre sus novelas, destacan Siete contra Georgia, Una mala noche la tiene cualquiera, El palomo cojo, Los novios búlgaros, Otra vida para vivirla contigo y Furias divinas.
Malandar. Eduardo Mendicutti. Tusquets Editores, S.A. Colección Andanzas 917. Rústica con solapas. Diseño de la colección: Guillemot-Navares. Fotocomposición: Moelmo. 14,8 x 22,5 cm. 272 páginas. 18 euros.
ISBN: 978-84-9066-509-1
Félix José Hernández.

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