Esclavos gallegos en Cuba, una historia oculta del clan Feijóo

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No hay cifra de cuántos de esos 1.744 esclavos gallegos, ojiazules a diferencia de los africanos, eran procedentes de Lugo. Su mano de obra en la construcción de los raíles ferroviarios, en la recogida de caña de azúcar y en los cafetales se sumaba a la de los canarios, chinos e incluso indios yucatecas en condiciones similares o peores que los negros.

Los primeros colonos gallegos llegaron a la isla en 1854 a raíz de la prohibición de la trata con esclavos negros

Al comenzar a escasear la mano de obra, se acepta una propuesta del apoderado diputado ourensano Urbano Feijóo Sotomayor quien, bajo la Compañía Patriótica Mercantil de Inmigración, captaba a los emigrantes gallegos para que embarcasen en los puertos de Ferrol y A Coruña rumbo a Cuba.
De esta forma, Feijóo obtiene el privilegio real de transportar trabajadores libres, por quince años, que se mantendrán bajo la vigilancia de las autoridades. En principio, las condiciones de trabajo eran decentes: a los inmigrantes se les pagaría el pasaje y se les daría tres camisas, un pantalón, una blusa, un sombrero de yarey y un par de zapatos, dos veces al año. Como sueldo, recibirían mínimo 6 pesos al mes. También se les pagaría el pasaje de regreso.
Al final, las cuentas no eran esas y los esclavos gallegos recibían la cuarta parte que los africanos. Además, las condiciones de trabajo eran muy duras y un diez por ciento de ellos fallecían en los campos o huyeron.
Un médico de la compañía contratadora llegó a explicar de esta forma las muertes de los gallegos: «No tienen temperancia. Gustan demasiado de la comida y no atienden a lo que uno les dice en cuanto a hacer dieta».

Entre marzo y agosto de 1854, hubo ocho viajes de Galicia a Cuba cargados de los nuevos cimarrones ojiazules, según recoge Xosé Neira Vilas en ‘Memoria da emigración (III)’

El primero, realizado por el trasatlántico ‘Villa de Neda’, salió el 6 de marzo y transportó 314 gallegos a la isla. Le siguieron el ‘Villa de Gijón’, con 213 emigrantes, el 22 de abril; el ‘Luisa’ y el ‘Juanita’, con 182 y 176 colonos, respectivamente, el 23 de mayo; el ‘Nuevo Félix’, con 156 viajeros, el 2 de junio; el ‘Nemecia’, con 217, el 23 de junio; el ‘Guía de Vigo’, con 190, el 10 de agosto, y el ‘Abella’, el 26 de ese mes, con 296 emigrantes.
Estos gallegos fueron destinados —a excepción de 185, entre muertos y huidos— a trabajar en la construcción de la vía ferroviaria de Cienfuegos, Trinidad y Puerto Príncipe (sumando, respectivamente, 297, 243 y 25 trabajadores), el cafetal Empresa (139), los ingenios Arratía y Achuri (estos dos fábricas de azúcar) y Galicia-Retiro-La Macagua (con 291, 105 y 409 trabajadores) y contratados de los señores Conde Jaruco y Fernando Manck (con 25 trabajadores cada uno).
Recibimiento
La llegada a la Habana del primer grupo tuvo un espectacular recibimiento por las autoridades de la isla. La Revista de La Habana relataba así la llegada de los gallegos de los que decía que eran «jóvenes con muy cortas excepciones de hermosa presencia y notable compostura, uniformados con la mayor propiedad para los trabajos de campo y organizados en pelotones de veinticinco hombres con su correspondiente capataz cada uno formaban un cuadro sumamente agradable».
Los gallegos fueron acomodados en «barracones de aclimatación», donde pasaban un corto periodo de tiempo antes de ser destinados una parte a hacendados que compraban sus contratos para esclavizarlos en ingenios, obligándolos a vivir en pésimas condiciones en las plantaciones. Otros fueron traspasados al Gobierno colonial, que los ocupó en las vías del tren.
Denuncias
Algunas publicaciones cubanas de la época como El Eco de Galicia denunciaban esta situación de esclavitud de los gallegos con lemas como este: «Gallegos, no vengáis a América». Entre tanto, las condiciones laborales de los gallegos llevados a la isla por Urbano Feijóo eran penosas, lo que dio lugar a un debate en las Cortes tras las cartas de denuncia enviadas por familiares de estos emigrantes, recogidas en periódicos gallegos como El Clamor Público. Finalmente, el Gobierno acordó liberar de las obligaciones de los contratos firmados con la empresa de Feijóo a los trabajadores gallegos, a cambio de pagar 66 pesos, y darles la libertad para regresar a Galicia.

Sin desayuno y con malos camastros

Un informe del coronel Riquelme , gobernador de Trinidad, evidenciaba las condiciones laborales de los gallegos.
Vida
«No les dan el desayuno, son muy malas las casetas y los camastros donde duermen. Están sujetos todo el día, prohibiéndoles toda comunicación con el exterior y viven en un régimen peor que el de los esclavos», decía el coronel.

 

Cimarrones que preferían huir desnudos y enfermos antes de irse al cepo

A los dos meses de la llegada de la primera expedición habían fallecido más de 300 hombres.  En cuatro meses, eran 500. Los gallegos —a sabiendas de que las condiciones de vida que sufrían no eran las que especificaba el contrato que habían firmado— se rebelan y son duramente castigados.
Algunos logran huir y deambulan por los caminos, enfermos, desnudos y hambrientos, mendigando comida por lo que son arrestados, encarcelados o encerrados en depósitos de cimarrones.
Toda huida o insurrección se castigaba con el cepo. Dos gallegos, Matías Pérez y Andrés Mosquera, de la brigada de la Calzada de Jesús del Monte, fueron enviados al cepo, un lugar donde eran azotados, sujetos de pies y manos y con la cabeza metida en un madero.
En Marianao, hubo una sublevación de trabajadores por el uso del cepo, que fue castigada con quince días sin cobrar.
Al mismo tiempo, aumentaban las deserciones. Quienes lo hacían eran llamados como los «gallegos cimarrones». El Capitán General emitió una circular en 1854 por la que movilizaba el Ejército para «capturar los colonos peninsulares fugados y restituirlos a los cuarteles de trabajo o aclimatación».
Una de las cartas de denuncia que llegaron hasta el Gobierno fue la del emigrante Ramón Fernández, que señalaba que, en algunos de los casos de trabajadores gallegos castigados, «toda su culpa fue pedir pan y, queriendo castigar este impulso, los mandaron encerrar en fétidas estancias, cargarlos de grillos, tenerlos desnudos, alimentarlos con carnes descompuestas que los negros africanos rehusaban y obligarlos a trabajar quince horas diarias».
El maltrato era evidente pero una cláusula de sus contratos, que todos firmaban y que fue desvelada en la revista habanera Vida Gallega en 1941, estipulaba: «Yo me conformo con el salario estipulado, aunque sé y me consta que es mucho mayor lo que ganan los jornaleros libres de la isla de Cuba».

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