Inicio Cartas a Ofelia El italiano Gennaro cayó en la red de la pícara Yeiseilys

El italiano Gennaro cayó en la red de la pícara Yeiseilys

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Foto: Ischia, la bella Isla Verde, al fondo el Vesubio.

París, 24 de agosto de 2019.

Mi querida Ofelia,

Asistimos a la boda de Teresa y Luigi en la pequeña, bella y calurosísima iglesia de Santa Ana, allá en la tirrénica  Ischia, la Isla Verde.

En plena boda, el cura daba un sermón que parecía interminable, hasta que un señor dijo en voz muy alta: -Ma Dio mio, con questo caldo e lui non finisce! (¡ Pero Dios mío, con el calor que hace y él no termina!) El cura y casi todos los asistentes a la ceremonia se echaron a reír. A continuación el sacerdote prometió ser breve, y lo fue.

La iglesia estaba bellamente decorada con ramos de rosas anaranjadas. Carla y Antonio, los padres de la novia, amigos nuestros, estaban tan elegantes y parecían tan jóvenes, que se podía pensar que los novios eran ellos.

La novia era una belleza itálica meridional, como aquella Silvana Mangano de la famosa película italiana “Arroz Amargo”, mientras que el novio parecía un gallito de pelea.

El ser bajito no es ningún impedimento para llegar a ser “grande”, recordemos que Napoleón, Chaplin y Madero, fueron hombres de pequeña estatura y sin embargo dejaron sus huellas en nuestras mentes. Además, sabemos que los denominados Países Bajos, son ricos y poseen una gran historia.

Los felices recién casados irán a vivir en las lejanas tierras de América, allá en New York, en donde la novia pasó su niñez y está instalada desde el siglo pasado, una rama de su familia materna.

Desde la iglesia nos fuimos al Francischiello, restaurante sala de baile muy bello, situado sobre las laderas del volcán, rodeado de terrazas y jardines, desde donde se observa una vista del Golfo de Nápoles con sus islas: Capri, Proscida, Ponza, Ventotenne y el gigantesco Vesubio. Vista digna de las cinco estrellas de la Guide Michelin.

El banquete de bodas fue grandioso y la orquesta amenizó la fiesta italiana hasta las cuatro de la madrugada. Dos mesas estaban llenas de italoamericanos, los demás invitados eran italianos y alemanes. Los cubanos éramos cuatro. En esa isla viven muchas familias italogermánicas debido a que el turismo alemán es el más importante. El sol, el mar, el volcán y el encanto itálico, hace que muchas germánicas se enamoren y se casen con isleños.

Un italoamericano salió a cantar My Way, otro New York New York, mientras que desde las mesas a coro se cantaron canciones napolitanas. Fue una verdadera fiesta italiana.

Los novios estaban sentados en una pequeña mesa redonda, en una especie de trono dentro de una concha marina abierta, al pie de la cual se encontraba un gigantesco búcaro cargado de rosas blancas, al centro de la sala. Me recordaba las carrozas de los sapos y de los chivos de las parrandas de mi terruño camajuanense, de cuando Cuba era Cuba, como decía mi madre.

Uno de los invitados era Gennaro, un muchacho simple, portero de uno de los numerosos hoteles de la isla y que tuvo la idea de ir de vacaciones a Cuba hace cinco años. Allí en el Malecón habanero, una mirada ardiente tropical lo fulminó, era Yeiseilys, una belleza caribeña que lo lleno de amor y encendió su corazón, haciendo que él entrara en una especie de erupción vesubiana. Gennaro regresó tres veces en un año a ver a su Dulcinea y a realizar verdaderas zafras eróticas. Para la cubana, el ischitano debía de ser millonario, pues la llevaba a la Bodeguita del Medio y al Floridita. El italiano le compraba a la familia: ventiladores, pitusas y pulovitos, hasta popis para los sobrinitos.

Además ella se había vuelto muy importante en el barrio de Regla. Todos la respetaban, pues se iba a casar con un italiano “rico”.  Y así fue. Gennaro trajo a su bella amada a Ischia. Pero la reglana se dio cuenta muy pronto de que nadie la admiraba, que no podía ir a restaurantes ni a hoteles de lujo, con el salario de apenas mil euros al mes de su cónyuge.

Comenzó a aburrirse y cuando tuvo el pasaporte italiano de la Unión Europea, decidió escaparse hacia nuestra Madre Patria. Allí los gallegos seguro que eran todos ricos y muy divertidos, ella los había visto en Varadero, cuando jineteaba por aquellos lares. Tomó un avión, compró los billetes con los euros que le robó a la suegra, y fue a parar a Madrid, de allí a Sevilla y a continuación a Tenerife. Pero nada, ¡qué decepción!, en todas partes la consideraban como una vulgar jinetera cubana. “Los gallegos eran unos pesados”.

Pero para no dar su brazo a torcer, en sus cartas que enviaba a la Perla de las Antillas, seguía contando villas y castillas sobre las fiestas, los restaurantes, los hoteles, los yates y todos los lugares a los que iba. Tuvo una idea para ella genial: compraba la revista Hola cada semana y copiaba los artículos de esa prensa rosa, poniendo su nombre y el de Gennaro en lugar de los de los príncipes, cantantes, los de la jet set, los de la farándula ibérica y europea en general.

Mientras tanto, el pobre Gennaro, seducido y abandonado, yendo al trabajo en moto, chocó con una furgoneta y se partió una pierna y dos costillas. Estando en el hospital unos ladrones entraron en su humilde hogar y le llevaron lo poco de valor que poseía: el tv, el lector de DVD, la cámara digital de tomar películas, el portarretrato de plata donde estaba la foto de boda con Yeiseilys, aparte de ocho mil euros que tenía dentro de una lata de café Kimbo. En eso le llegó la sentencia de divorcio y la exigencia de pasarle una pensión a su exesposa de 400 euros al mes, hasta que ésta se casara de nuevo. Como comenzó la temporada turística (que va de marzo a octubre), y él estaba convaleciente, perdió el trabajo.

Gennaro tocó el fondo del pozo, pues tuvo que desalquilar la casita, que había preparado como nido de amor italocubano. Regresó a vivir con su vieja madre, viuda cerrada de negro desde que hace veinte años su esposo pescador falleció ahogado. Ahora lo único que puede hacer es ascender, pues más abajo no puede caer. Como no tiene salario aún, la deuda de la pensión alimenticia que debe pasar a la cubana, se va acumulando. Cuando le dijo a su madre que a lo mejor tendrían que vender la parcela de tierra, donde ella siembra sus tomates y cría sus gallinas y conejos, para poder pagar a la cubana, ésta tuvo un ataque de nervios, amenazando con matar a Yeiseilys si regresaba a la isla.

A la cubana no le gustó la Madre Patria, tomó un avión y se fue a vivir a Miami, a casa de unos tíos que tiene en “Jaialía”. ¡Allí si estaría bien, aquello era Cuba! Pero al día siguiente fue a salir a la calle con licras ajustadísimos color fuchá, vientre al aire y pulovito de baja y chupa, toda pintorreteada. Su tío se horrorizó y la puso de patitas en la calle, diciéndole que no quería putas en su casa.

Logró comunicar con una amiga jinetera del Malecón, que llegó a las tierras de la Florida gracias al bombo. Esta la recogió en su minúscula casa, pero le dijo que en Miami la vida era dura, muy dura. La puso a trabajar con ella en la misma cafetería. Pero seis días después Yeiseilys le dijo que no podía más, que no soportaba Miami: allí había muchos “gusanos ricos plastificados”. Tomó un avión y regresó a Nápoles, en donde está hoy día hospedada en casa de Yusnevys, otra cubana casada con un napolitano, dueño de una pizzería en Spacca Napoli (el barrio más caliente de la caliente Nápoles).

Yeiseilys sueña con ir hacia Milano, Torino o Verona, le han dicho que allí todos son ricos y que las italianas del norte son muy frías. Por tal motivo ella piensa al fin triunfar y traer a Chuchú, el mulatón sandunguero, del cual se divorció para casarse con Gennaro. ¡Ése sí que es un macho de verdad!

Toda esta historia me la narró el pobre Gennaro, mientras concluía diciéndome que para él, el problema de su exesposa es que está traumatizada por el castrismo. Ella se lo había contado por teléfono desde Nápoles. Ahora él va a allí a verla sin que su madre lo sepa.

El ischitano, en cuanto comience a trabajar piensa ir de nuevo a Cuba, para buscar a una de esas cubanas calientes que dan tanto amor. Él cree que la próxima vez tendrá suerte.

Le pregunté  por qué no trataba de casarse con una italiana, y me respondió que como él era pobre, no podía aspirar a una mujer bella como las cubanas. Las bellezas de la Isla Verde no se interesan por un pobre portero de hotel. ¿Cuál se ocuparía de él que ya no tiene ni donde caerse muerto?

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza varias veces con la misma piedra.

Y así van las cosas por estos lares.

Un gran abrazo desde la Ciudad Luz,

Félix José Hernández.

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