El derecho de nacer

Carlos Cabrera Pérez

Un español de nacimiento y aplatanado en Boca Ciega (este de La Habana), Félix B. Caignet, inventó lo que luego se conoció como telenovela o culebrón. Aunque el azar jugó a favor de su talento, pues los artistas se declararon en huelga y, al tratarse de una emisión radial diaria y en directo, tuvo la ocurrencia de enfermar a Don Rafael del Junco, el personaje que revelaría el secreto trascendente.

Nacer es un azar, nos paren. No elegimos ni el lugar, ni el día ni la hora, ni siquiera elegimos a nuestros padres.

Y aparece ahora el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, llamando en plena Navidad «mal nacidos por error» a un grupo de cubanos que no comulgan con sus idioteces.

Más allá de los ditirambos lógicos y emocionales que merece el twitter presidencial, la anécdota revela los altibajos emocionales que debe padecer el mandatario y la probable disfuncionalidad de una familia que, en época navideña, se junta para ver una película sobre un fusilamiento atroz.

Lo de la película puede ser una pose, quizá estuvieron viendo una de 007 o Pretty Woman para que Liz vaya cogiendo tamaño de bola de los trapitos y complementos a los que debe aspirar.

Conmueve que un hombre joven se ponga a ver una película sobre el fusilamiento de 8 estudiantes de medicina, en 1871, y no tenga mejor reacción que llamar mal nacidos por error a un grupo de sus paisanos.

En una cabeza ordenada, quizá la película afloraría melancolía, tristeza; pero nunca agresividad. Y en una cabeza responsable y con sentido político afloraría malestar porque el Dr. Eduardo Cardet y otros 141 cubanos no solo no podrán ver película alguna, excepto la de su propio horror, sino que están privados de juntarse con su familia en torno a un sofá porque el gobierno cubanos los mantiene en prisión.

Hay mejores películas para ver en Navidad: Que bello es vivir, Solo en casa, De ilusión también se vive, Cita en San Luis o Tú y yo. Conmueve que la familia Díaz-Canel-Cuesta se reúna en Navidad para ver un filme de fusilados.

Aceptando incluso que al mejor escribano se le va un borrón y pensando que la desafortunada frase obedezca a un exceso de celo de la brigada de respuesta rápida informática encargada del twitter presidencial; cabría esperar que dejarían enfriar el tema, pedir disculpas habría sido lo sensato, pero no vamos a pedir peras al olmo.

Pero no, salta Abel Prieto en tromba, recrecido en el insulto y atiza: son sirvientes de quinta o sexta categoría; mientras que Díaz-Canel se lanza a callejear La Habana con una escolta desmesurada para un hombre tan querido por su pueblo.

Conmueve que una dictadura del proletariado que se autoproclama revolución de los humildes, para los humildes y por los humildes, sienta tanta vergüenza de los proletarios. Servir no es malo, es un trabajo como cualquier otro y la dignidad es inherente a las personas, no al trabajo que desempeñen.

Ya sabíamos que el compañero Abel está amargado por el arrinconamiento martiano que padece y por la designación de un decimista como Ministro de Cultura, así que me compadezco de los criados que tenga en casa y de sus subordinados lidiando con ese humor de gato fulminado en pleno vuelo.

Haría bien Díaz-Canel en serenarse. Hablar consigo mismo y evitar esa ridiculez de lanzar las campanas al vuelo del gobierno informatizado y luego machacar a quien no le baila el agua en las redes sociales. La política es un servicio público que incluye aceptar las críticas aunque no sean justas ni bien intencionadas.

Con el desgaste que padece el gobierno cubano por su incapacidad para promover libertad y pan, el presidente corre el riesgo de perder el tiempo enzarzado en twitter en vez de gobernar.

Pero no todo es negativo. Que va. El 31 de diciembre, en su visita al hospital Julio Trigo, el compañero Díaz-Canel dejó otra perla para su corta historia presidencial: «cuando se rompa una puerta, hay que arreglarla» (Juventud Rebelde dixit)

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