Desamortizar al clero

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En esta España que mucha gente se empeña en decir que es parte integrante de Europa, son variados los estamentos que la tienen preñada continuamente de conveniencias propias, de intereses de grupo; y, entre ellos, están unos medios de comunicación que sólo les preocupara su euro para sobrevivir sirviendo al que se lo dé, una justicia española, tan a la española, que empalma la siesta con la noche; un pueblo donde la despreocupación ha vencido al fanatismo, menos en los solterones y solteronas del clero donde el afán por el acaparamiento sigue exactamente igual o aumentado en grado superlativo.
En aquella América que le dejamos el habla y la mala leche de llevarnos para allá al clero, es de suponer, por las miserias que nos llegan de la gente que vienen de allá hasta acá de emigrantes, que el clero está campeando por las suyas en todas y cada una de las propiedades terrenales y allí donde se pueda inyectar un miedo vital, y, en caso que no haga efecto, una buena guerrilla urbana o serrana.
La incultura que conlleva la cátedra en España, aliada generalmente a la prensa, a la justicia, y a repetir aquello que los solterones clericales han ordenado que se difunda con dineros y recursos a nuestras expensas, ofrece como resultado que si alguien sale a la calle en España y hace preguntas callejeras, la gente no sabe distinguir entre amortización y desamortización, dos palabras parecidas, que no tienen nada en común, salvo que se refieren a conceptos, generalmente, económicos.
Con la amortización en la cuantía que sea, le pegamos, por regla general, un pellizco a una deuda que tenemos contraída, y la rebajamos en algo. Mientras que con la desamortización, lo único que intentaremos hacer es poner en valor una bienes que están desaprovechados o muertos.
Se puede hacer la prueba en la calle, y, como coletilla, en España, en la calle si pronunciamos la palabra desamortización, gracias a una publicidad de siglos, inmediatamente te responderán con aquello de la Desamortización de Mendizábal. Pero, ahí, suele acabar todo el saber español al respecto de lo que acaba de repetir el españolito como un papagayo de colores.
Corriendo el año de gracia de 1.836, don Juan Álvarez, alias Mendizábal, ministro español del ramo económico en cuestión, le propone a la Reina Gobernadora de España: “Vender la masa de bienes que han venido a ser propiedad de la nación…y dar una garantía positiva a la deuda nacional…Vivificar una riqueza muerta…” Y de ese ruego del político hacia la Corona buscando el bien económico de la nación, como si España toda la riqueza estuviera en manos del clero, que lo estaba, como si todo lo que se movía era de ellos, que lo era, los curas se pusieron entonces de barraquera dando saltos; y en eso siguen, diciendo y pregonando todavía que aquel Mendizábal los dejó pobres de solemnidad.
Los bienes que “han venido a ser propiedad de la nación” llegaron a la citada nación por la vía de aquello que ya no pudo físicamente acaparar el clero fruto del trabajo de rapiña del santísimo y santo tribunal de la inquisición, de la expulsión de los Jesuitas a partir del año de 1.767, y lo que el mismo clero vio con muy buenos ojos respecto a los “recortes” de conventos que hizo de aquellas casas suyas cuyo número no excedía de doce profesos.
Pero, lo de Mendizábal fue en la realidad de su práctica un fracaso tan grande, que fue necesario que casi veinte años más tarde, en 1.855, un navarro-aragonés progresista, Pascual Madoz e Ibáñez, recogiera el tema de la desamortización de los bienes del estado, que era lo mismo, es lo mismo, que si ahora dijéramos de desamortizar los bienes de España y de la América de habla española, aquellos que están en manos muertas.
En aquellos años, aquellas gentes, aquellos gobernantes, por lo menos lo intentaron y, aunque no lograron sino aligerar las alforjas de un clero avariento que le puso como una dentadura nueva para morder más y mejor, ahora en nuestros tiempos, la creencia generalizada que el clero es el granero de votos, que lo es, de las políticas del miedo; de las políticas egoístas, ha logrado que ni se espera en las santas sociedades donde está incrustados los vaticanistas, que en alguna ocasión corran vientos en el sentido de que un buque no se construye pensando en que tenga dos poderosas anclas, sino todo lo contrario, que esté dotado de grandes y diáfanas bodegas para transportar mercancías en beneficio del progreso.
Y hoy por hoy, la religión que gira en el entorno que más conozco, la católica trinitaria vaticana, es un buque poderosísimo que solo tiene anclas para la felicidad del hombre.
Salud y Felicidad, Juan Eladio Palmis

  1. Me encantaría algún día que alguien le pusiera música y cantara lo de abajo.
    DEL ALTIPLANO
    No mucho más alto
    que un cóndor
    puesto en pie,
    era
    su estatura.
    Pero ya sabemos
    que el hombre
    no necesita
    talla de osamenta
    para dar la altura.
    Cayó junto al Che
    por la selva
    adentro
    de una Bolivia
    de lágrimas,
    de llanto continuo
    de pueblo y tierra
    quebrada,
    humillada,
    vendida,
    vejada.
    Un guerrillero
    que se fue,
    sin nombre escrito
    aunque nos quedó
    su hazaña.
    Y como en la cabaña
    en la que nació
    el compañero
    del Che,
    por caber no cabía
    ni una pena más,
    vivió desde bebecito
    chupando y mamando
    pena tras pena.
    Aguantar la rabia
    y la resignación
    le gusta al patrón
    y lo pregona,
    agitando con ira
    y soberbia la papada,
    el clérigo,
    en referencia al peón
    y lo fácil
    que lo va
    a tener
    en una muerte
    temprana
    para estar
    más eternidad
    adorando
    a dios.
    Y cuando
    con el estómago
    lleno,
    clérigo y cacique
    se van para la cama,
    el pobre
    para la noche,
    se lleva la rabia
    a su estera
    o a la hamaca
    o al puro
    suelo
    en su cabaña.
    El guerrillero
    que nombro,
    compañero
    del Che,
    de estatura
    baja
    y alta talla,
    no se le escapó
    ni una lágrima
    cuando en La Higuera
    asesinaron,
    por orden
    de la Cia
    el cuerpo
    del Che Guevara.
    De la aldea
    a la selva,
    al matorral
    con El Che
    cuando
    se fue,
    de toda su vida,
    fue su mejor
    etapa.
    Y un guerrillero,
    pecho amplio,
    voz de timple
    por el aire frió
    de la noche larga,
    de vigía y vigilia,
    de acecho,
    de calor,
    y de escarcha,
    cuando muere
    junto al Che,
    muere
    pero mucho menos
    que si muriera
    reventado
    en la peonada.
    Una vida,
    del camarada
    del Che,
    en apariencia
    perdida,
    de la que
    cacique y clérigo
    pensaban
    se alzaban tan solo
    para fertilizar
    con su esqueleto
    la finca,
    el cortijo,
    la dehesa,
    la hacienda
    o la estancia.
    Pero entended
    que prendida
    su vida de guerrillero
    la llevo
    como la mejor vida
    cantada
    en mi canto,
    en la misma lucha
    por la lucha
    de mi verso
    y mi palabra
    por una América
    morena
    que agoniza
    a las mismas puertas
    de poder ser
    la mejor
    y la más amplia
    casa
    entre las casas
    para ser
    habitada.

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