Lejos del campo,
lejos del Atlántico,
me asfixio,
me ahogo,
me muero.
Si yo pudiera,
seguiría la ruta
de los pinos de la llanura,
hasta llegar a la marisma.
Juntaría el Majalberraque
y el Guadiamar
con el Guadalquivir.
Resurgiría el lago Ligustino.
Y en el Atlántico definitivo,
unión de dos mundos,
sosteniéndome con las
columnas de Hércules,
llegaría a América,
a través de las islas Canarias,
las islas afortunadas de sol, primavera,
monte, volcán y playa;
las islas que conectan mundos
con su geografía providencial
y su alma generosa.
Y con los canarios llegaría a Luisiana,
entre robles y pantanos,
no sin antes haberme sentido
un dragón de cuera,
antes de pasar por Cuba y Puerto Rico.
Y entre una cosa y otra,
todo me llevaría a los
orígenes de mi música.
No sé si iría más al sur,
pero por lo menos también
se me antoja Brasil.
Y al final, siempre quiero volver
allá donde el Atlántico
se embute en el campo,
allá donde mi cuerpo descansa
y mi alma se relaja:
Allá donde nací,
y donde un día habré de enterrar
mis huesos, mientras que
los pájaros seguirán cantando,
las campanas seguirán sonando,
y la pólvora reventará
con aires de romería,
mientras que las cosechas
recordarán milagros.
Y antes del último día,
respiraré el campo atlántico,
volviendo a ser yo,
por la tierra y por el océano.
Plus Ultra.
Utraque unum.