Las dos traiciones del general Cantillo

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Castro, como es sabido, rechazó la oferta y comunicó a Rosell que aceptaba una entrevista personal con Cantillo.

Por Rafael Rojas
E l 23 de diciembre de 1958, mientras caían, una a una, las ciudades villareñas en poder de los rebeldes (Fomento, Placetas, Cabaiguán, Remedios, Sancti Spíritus), Fidel Castro recibió en su comandancia, entonces ubicada en Maffo, una comunicación de los coordinadores habaneros del 26 de Julio. En ella le decían que durante una reunión con Florentino Rosell Leyva, jefe del Cuerpo de Ingenieros y responsable de la operación del tren blindado, éste había asegurado que los generales Eulogio Cantillo y Alberto Río Chaviano, así como el coronel Leopoldo Pérez Coujil, estaban dispuestos a unir sus fuerzas con los rebeldes a cambio de la formación de una junta cívico-militar, encabezada por Ramón Barquín y Manuel Urrutia.
Castro, como es sabido, rechazó la oferta y comunicó a Rosell que aceptaba una entrevista personal con Cantillo. El ejército se desplomaba, pero 15,000 hombres bien armados eran un peligro o una ganancia para los revolucionarios. Los contactos con Cantillo se habían iniciado meses atrás, cuando los rebeldes le habían propuesto un canje entre el teniente coronel Nelson Carrasco Artiles, preso en la Sierra, y el comandante Enrique Borbonet, recluido en Isla de Pinos. Para los rebeldes, una cosa era negociar con Cantillo, quien era visto como un militar honorable, y otra pactar con Río Chaviano y Pérez Coujil, que les habían causado muchas bajas.
Aunque entonces Castro aparentaba moderación –en su famosa proclama navideña Ganar la guerra y ganar la paz, había llamado a los »cubanos de todos los credos, clases e ideologías» a un triunfo que traería »mejores negocios a los industriales y comerciantes» y que «por el procedimiento democrático del voto encauzará la república por el camino del progreso, la paz y la democracia»– las noticias que llegaban de La Habana lo inquietaban. Los mismos coordinadores del 26 informaban sobre un posible golpe de Estado de Tabernilla o de una ejecución de Batista a manos de grupos auténticos, cercanos a Aureliano Sánchez Arango y Justo Carrillo.
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Las instrucciones que Castro dio a Guevara el 26 de diciembre, de »avanzar sólo con las fuerzas del 26», reflejan el temor a un triunfo compartido con militares del régimen o con otras corrientes revolucionarias. Allí ordenaba al Che que Camilo marchara sobre La Habana y tomara Columbia para »evitar que las armas se las repartan entre todos los grupos» y »para no caer en el mal que motivó precisamente el envío tuyo y de Camilo a Las Villas» –léase, las guerrillas del Directorio y los Auténticos en el Escambray. Con Camilo rumbo a La Habana, Guevara tomando Santa Clara y los frentes orientales ocupando Guantánamo y Santiago, aquella amenaza podría disiparse.
Dos días después, el 28 de diciembre, Fidel se reunió con Eulogio Cantillo y el coronel José M. Rego Rubido, jefe del Regimiento de Santiago, en el Central Oriente, de Palma Soriano. Aunque había ordenado a Cienfuegos que se adelantara, Castro acuerda con el general que las tropas rebeldes y del ejército, unidas, ocuparán Oriente, Camagüey y Las Villas y avanzarán hacia La Habana, concediendo a Cantillo la ventaja de tomar Columbia. Tras la deserción de Rosell, Batista pensó que el pacto con los rebeldes había sido descartado por su Estado Mayor y, a juzgar por la vehemencia con que narra el episodio en Respuesta (1960), desconocía que Cantillo tenía autorización de Tabernilla para pactar con Castro.
El primer ataque de las fuerzas conjuntas sería a Santiago de Cuba, programado para el 31 de diciembre, por lo que Cantillo le propuso a Castro una suspensión de operaciones de dos días para viajar a La Habana. Batista recibió a Cantillo en la biblioteca de Kuquine, le reprochó la decisión de entrevistarse con Castro, aunque fuera una orden de su jefe, y le pidió que volviera a Oriente y tratara de impedir la toma de Santiago. El general se comunicó con Castro, le dijo que todo marchaba según lo acordado, pero dilató la coordinación de las fuerzas. De regreso a La Habana, Cantillo informó a Batista que era imposible evitar la ocupación rebelde de Santiago.
S egún Castro y la historiografía castrista, Cantillo traicionó a los rebeldes, a pesar de que aquel acuerdo fue el origen de la valiosa colaboración del coronel José M. Rego Rubido –quien llegaría a ser, brevemente, el primer jefe del Estado Mayor del gobierno revolucionario– en la toma de Santiago. Según Batista y la historiografía batistiana, Cantillo fue también un traidor, a pesar de que tras la renuncia del 31 de diciembre lo dejaron a él como cabeza militar de una junta civilmente presidida por el magistrado Carlos M. Piedra. Fue Cantillo quien liberó a los presos y entregó Columbia a Ramón Barquín, Enrique Borbonet y el líder del 26 de Julio habanero, Aldo Vera.
Cantillo, Rego Rubido y tantos otros oficiales del ejército que se pusieron a las órdenes de los revolucionarios y contribuyeron al triunfo de la revolución fueron borrados de la historia oficial cubana. El nombre de Eulogio Cantillo aparece, en los escritos históricos, casi siempre asociado a la palabra traición: Batista llega a hablar en su libro de »orden traidora», »pacto de la derrota», »entrevista culpable». Pero, en la práctica, lo único que trató de hacer aquel general fue salvar a un ejército políticamente derrotado de una humillación mayor. Fue su destino quedar atrapado entre las lealtades a dos caudillos, el que se iba y el que llegaba.

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