El 21 de enero de 1837, fallecía en La Habana Francisco de Arango y Parreño. Apenas tres años antes, en 1834, la Reina regente le concedió al Prócer del Reino, diputado a Cortes y Consejero de Estado el título de marqués de la Gratitud. Durante sus poco más de setenta años de vida, se convirtió en uno de los principales referentes económicos de la Isla de Cuba. Para él, no era la independencia el camino que debía recorrer su tierra, sino la equiparación de derechos y responsabilidades de los criollos con los peninsulares. Se consideraba a sí mismo patriota cubano y español, lo que no le impidió conseguir un trato favorable y en muchas ocasiones privilegiado en materia comercial para el archipiélago de parte de la corona. El jóven Francisco tuvo una juventud marcada por su pasión a los estudios. Una trayectoria en escuelas a ambos lados del atlántico le sirvieron para obtener conocimientos y amistades que influirían para bien en sus proyectos futuros. Así consiguió relacionarse con personalidades que luego ocuparían destacados puestos en la administración civil cubana o en prestigiosas instituciones como Luis de las Casas, Francisco Moñino, Antonio de Viaña, Diego de Gardoqui y Francisco de Saavedra[1]. El final del siglo XVIII traería vientos de cambio. Los esclavos de la otrora colonia francesa de Saint Domingue iniciaron una guerra a muerte con su metrópoli. También arrasaron con gran cantidad de las principales plantaciones de caña, al tiempo que mataron o pusieron en fuga a sus propietarios y administradores.
La Revolución Haitiana de 1791 dejó un vacío económico que Arango no tardaría en localizar y utilizar en favor de la Isla de Cuba. Como apoderado del Ayuntamiento de La Habana en la Corte Española, apoyó una mayor liberalización del mercado esclavista para así obtener una masa de trabajo. Además, planteó toda una serie de reformas al comercio, la explotación agrícola, las infraestructuras, tecnología y educación. Su plan era ambicioso, quería suplantar el lugar de Haití como principal productor y exportador de azúcar a nivel mundial. Ejemplos concretos de las ideas que defendía al respecto se pueden encontrar en su “Discurso sobre la agricultura de La Habana y modo de fomentarla”. Pero más allá de los textos, Arango consiguió una buena cantidad de reformas al entramado político-económico. La carga tributaria de los ingenios azucareros, y especialmente la de los nuevos, se redujo a fin de poder aumentar las inversiones en este sector y dotarlo de mayor dinamismo. Además, se eliminaron diversas trabas al comercio exterior como el llamado “estanco del tabaco” y al interior como las restricciones a los cortes de madera. Un dato relevante es que estas medidas agradaron a productores grandes y pequeños, no olvidemos que el propio estanco del tabaco ocasionó tres grandes sublevaciones entre 1717 y 1723.
Estas medidas económicas lo pusieron en contra, en un primer momento, de la abolición de la esclavitud en la Isla. Poco a poco cambió su visión. Contrario al pensamiento de gran parte de la burguesía criolla habanera que defendía la trata negrera, un Arango y Parreño ya mayor, vió en este medio un freno para el desarrollo económico y una fuente de inestabilidad política (cómo lo fue también en Haití) a mediano y largo plazo. Quiso para Cuba lo mismo que para España. Defendió, como pudo, una sociedad de ciudadanos libres y educados. Para ello promovió la Sociedad de Amigos del País y cuanta iniciativa tuvo a su alcance como la fundación de nuevas escuelas públicas o la reducción y prohibición de la trata. Una visión positiva y adelantada a su tiempo, pero también impregnada de prejuicios. Cómo diría José Gomariz:
Al lograr sus objetivos económicos y dejar clara la necesidad de la introducción de nuevas tecnologías para mantener la competitividad de Cuba en el mercado global, centró su atención en la introducción de mano de obra gratuita en la agricultura cubana y en el «blanqueamiento» de la población cubana, en general mediante la abolición de la trata de esclavos. Para asegurar la aprobación real de sus diversos proyectos, Arango emplea los estereotipos del «esclavo dócil» y del «esclavo rebelde» para caracterizar a los sujetos africanos de su correspondencia oficial. [2]
[1] Disponible en: https://dbe.rah.es/biografias/10048/francisco-arango-y-parreno
[2] Disponible en: https://www.jstor.org/stable/24487952