«Mucho antes de que la famosa caballería estadounidense se enfrentara con los nativos americanos en las praderas del centro y oeste norte América, los españoles ya se encontraban en esos territorios. En el siglo XVIII, la mayor parte del sur de lo que hoy es Estados Unidos era parte del Imperio español, que alcanzaba las Montañas Rocosas, Montana, Dakota e incluso Alaska. Grandes rutas comerciales comunicaban México con California y Florida con Texas. Para controlar este territorio tan amplio se hizo necesario establecer un doble sistema defensivo: la protección de costas y puertos con soldados entrenados al estilo europeo se complementaba con la protección del territorio hacia el interior, mediante una red de Presidios y misiones fortificadas. Para custodiar esa porción de terreno, a finales del siglo XVI se pusieron en marcha una serie de guarniciones, conocidas como presidios, el antecesor español de los célebres fuertes norteamericanos. La misión de los soldados de presidio era proteger las vías de comunicación, y las misiones, los poblados y ranchos dispersos y a las tribus aliadas, los asentamientos dispersos de colonos blancos y tribus indias locales, a los que se sumaban los refugiados del impetuoso empuje de los belicosos comanches. Su teatro de operaciones estaba en lo que hoy día es el sur de Estados Unidos, una línea recta que iba, más o menos, desde San Francisco, en California, a San Agustín, en Florida, en torno a 4.000 kilómetros, una frontera extensa y dura de territorio desértico, protegiendo de ésta manera el flanco noroeste del disputado territorio de la Luisiana, y con él…»
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