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Cuando España llegaba hasta Alaska

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A finales del siglo XVIII, España impulsó varias expediciones navales a las costas noroccidentales de América para frenar el avance ruso. Todavía hoy sobreviven en Alaska varios topónimos en español, los más septentrionales del planeta.

Amparada desde 1493 en la bula Inter Caetera de Alejandro VI, la conquista española se extendió por aquellos alejados territorios. El mallorquín Juan Pérez abrió el camino en 1774, alcanzando los límites meridionales de la actual Alaska, descubriendo el puerto de San Lorenzo –rebautizado cuatro años después como Nootka por el capitán James Cook– y la isla de Vancouver, que creyó parte del continente, en lo que hoy es la Columbia británica.

Bodega y Cuadra, en sendos viajes en 1775 y 1779, llegó a alcanzar los 58º de latitud Norte, apuntalando las reclamaciones de soberanía española sobre las costas septentrionales del viejo continente. Pero fue el sevillano Esteban José Martínez quien, por orden del virrey de Nueva España, tomó posesión de Nutka (actual Nootka) en nombre de la Corona, fundando el fuerte de San Miguel, donde ondeó la bandera española hasta abril de 1795, un año después de que Carlos IV cediese ante Inglaterra y ordenase la definitiva retirada española de Alaska.

Por Nutka pasó, en agosto de 1791, el navegante italiano Alejandro Malaspina, en su célebre viaje de exploración alrededor del mundo al servicio de la Corona española. «Puede imaginarse –escribió– cuál sensación nos haría el ver poco después tremolar la bandera nacional en un altito inmediato a la punta sur».

Es entonces cuando entra en escena Fidalgo. El 3 de febrero de 1790 zarpa del puerto de San Blas –base de las expediciones españolas al Pacífico Noroccidental por obra y gracia del visitador de Nueva España José de Gálvez– una flota con tres embarcaciones comandada por el teniente de navío Francisco de Elisa con el objetivo de realizar el «escrupuloso reconocimiento del Príncipe Guillermo y la Rivera de Cook» para comprobar si en aquellos dominios «se hayan establecido los rusos».

Fidalgo, que estaba al mando del paquebote «San Carlos», escribió un diario de la expedición, único testimonio escrito de la misión, que se conserva en el Museo Naval de Madrid. La flotilla avistó el 24 de marzo la costa norte del puerto de Nutka que, tras superar un fuerte temporal, alcanzó «no habiendo encontrado embarcación en el puerto ni visto en la navegación».

Reforzada la bocana con una batería de artillería, Fidalgo continuó la travesía hasta desembarcar en la costa de las islas del Príncipe Guillermo el 24 de mayo. De los rusos seguía sin haber ni rastro. Tras explorar la costa, el 3 de junio tomó posesión del territorio en nombre de la Corona española y bautizó la ensenada como bahía de Córdova (a 60º de latitud Norte) en homenaje a Luis de Córdova, capitán general de la Armada. Cuatro días después, hizo lo propio en la ensenada de Menendes. Hoy en día, Puerto Cordova aún sobrevive en los mapas como uno de los topónimos en español más septentrionales del mundo.

Fidalgo prosiguió hacia el norte «deseoso de reconocer sus límites» y fue tomando posesión de la costa y dejando un reguero de topónimos españoles que ya se han perdido en los puertos de Gravina (capitán general de la Armada), Mazarredo (por José de Mazarredo, teniente general de la Armada) y Revilla Gigedo (en honor del virrey de Nueva España que ordenó la expedición).

Poco dado al egocentrismo (pese a que en su diario casi siempre usa la primera persona), se conformó con dar su nombre a «un volcán de nieve» situado a nivel del mar que despedía «con un ruido estrepitoso, como de truenos, pedazos de nieve del tamaño de una lancha». Pero, sin embargo, cuatro años después George Vancouver navegó por esas mismas aguas y rebautizó Puerto Mazarredo como Puerto Fidalgo, nombre que todavía subsiste en reconocimiento a los méritos del marino leridano.

Concluida días después la exploración en Príncipe Guillermo, Fidalgo retornó hacia el sur, donde finalmente advirtió la presencia de destacamentos balleneros rusos en la Rivera de Cook. Armados con fusiles y pistolas resistían como podían las acometidas de los indígenas, que unos días antes de su llegada habían matado a tres rusos. Fidalgo averiguó que pertenecían a una empresa de San Petersburgo establecida en Alaska desde hacía tres años. De mayo a finales de agosto se dedicaban a la pesca de nutrias, lobos marinos y ballenas. Y el resto del año lo empleaban cazando osos y ciervos para el comercio de pieles.

Fidalgo se topó el 15 de agosto con otro destacamento ruso con 200 marineros en la Isla Codia (Kodiak Island), asentado allí dese 1785. «Conseguidas todas las noticias relativas a los rusos como punto más esencial de mi comisión», pusieron rumbo al puerto de Nutka, pero un fuerte temporal les impidió atracar allí y continuaron hasta Monterrey primero y hasta el puerto de San Blas, después, donde llegaron el 13 de noviembre, nueve meses después del comienzo de la expedición. Nueve meses en los que el intrépido marinero sembró la costa occidental de Alaska de topónimos españoles. Sus esfuerzos, sin embargo, resultarían estériles, pues cuando aún no había concluido su viaje, en octubre de 1790, España rubricaba la primera de las convenciones de Nutka, que en enero de 1794 culminaron con la renuncia al territorio en favor de Inglaterra y, en definitiva, al sueño del maltrecho imperio de mantener el dominio español de la costa oeste de América desde Alaska a Tierra de Fuego.

-diario la razón, articulo publicado en papel, abril de 2015.


-diario de exploración de Fidalgo

Banderas lejanas.

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