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Apuntes para la historia de Cuba a partir de 1800 – I

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15 octobre 2019
in Firmas, Hispanidad, Historia
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Por: Lourdes Cabezón López

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La isla de Cuba fue en el siglo XIX un gran negocio para los peninsulares. Esto no se puede decir que fuera una constante en la historia de las posesiones españolas en Hispanoamérica, que habían sido administradas de muy diferente manera a lo que luego seria tónica corriente en el inhumano mundo europeo del siglo, y que ahora España intentaba imitar. En realidad, España (¿y quién era España?) no tenía más opciones que intentar subirse al carro o dejarse arrollar por lo que ya era una realidad: el imperialismo, que iba a dominar plenamente el mundo entre 1870 y 1914. Sus protagonistas principales iban a ser Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica, Rusia, Estados Unidos y Japón. Estas “grandes potencias” establecieron su dominio económico y político en Asia, África y Oceanía. Su apogeo coincide con la segunda revolución industrial, el auge del capitalismo financiero y la exaltación del nacionalismo. Su base teórica será el darwinismo social (las naciones débiles están condenadas a ser engullidas por las fuertes). Sus consecuencias, entre otras, y ya entrado el siglo XX, la revolución rusa y las dos grandes guerras mundiales.

El negocio en el sistema colonial español no lo había hecho la nación en su conjunto, que al extinguirse la dinastía de los Austrias a finales del XVII probablemente era más pobre que las ratas. El negocio lo habían hecho los particulares y si acaso el rey -que solo intervenía para percibir el quinto real, sin tener ninguna otra relación en la marcha económica de la colonia-. Los particulares – se les llamaría criollos cuando llevaban asentados una o más generaciones en las nuevas tierras y peninsulares si eran recién llegados – iban a su riesgo y ventura, y aunque podían cometer tropelías, y de hecho lo hicieron, esa no fue la tónica general, porque la Corona y la Iglesia estaban ahí para legislar en favor de los indios y para protegerlos. La conquista de América fue una especie de continuación de la Reconquista, basada en el sistema de las capitulaciones, por las que los reyes cedían a un particular el derecho de conquista sobre un territorio, los adelantamientos -instituciones de gobierno territorial similares a las que se habían ensayado en las fronteras con los musulmanes- y las encomiendas, sobre las que se ejercía un señorío jurisdiccional, como se había hecho en su día con el conquistado valle del Guadalquivir y tras la conquista de Granada. Bien pronto los reyes empiezan, sin embargo, a reducir el poder de las encomiendas, polémicas por el poder que tenían sobre los indios. Famosa es la controversia de Valladolid, donde nace el derecho de gentes: Francisco de Vitoria propone el derecho de los indios a su libertad, respetando también el derecho de los españoles a extender la fe católica.

Esta posición de la monarquía católica va a cambiar con la llegada de la nueva dinastía borbónica, que va a ir modificando poco a poco las relaciones de la península con los virreinatos, en el sentido de un mayor intervencionismo y un mayor aprovechamiento para la metrópoli de los recursos americanos, siguiendo el modelo francés. Son unos años prósperos y felices los de finales del XVIII para los españoles peninsulares, en que Goya pinta sus amables cartones para tapices. Son los dulces años de la gallinita ciega, el parasol y las majas paseando por la pradera de San Isidro.

Desgraciadamente esta época no iba a durar, más por factores externos que internos. La Revolución francesa deja descolocados a los Borbones españoles y a sus súbditos, que un poco tarde, y solo por seguir a su señor, empezaban a entrar en la etapa de las pelucas y la Ilustración.

Pero volvamos a Cuba. Junto al creciente esplendor de la metrópoli desde la llegada de los Borbones, basado en una explotación más racional e intensiva de las colonias, habían ido aumentando en paralelo las tensiones con las élites criollas, acostumbradas al permisivo sistema de los Austrias, y a las que la nueva dinastía fue desposeyendo paulatinamente de su poder político y económico. Al invadir Napoleón la Península y verse en riesgo de pasar a depender directamente de Francia con todo lo que ello podía implicar, considerando lo que ya había significado el cambio de dinastía, estas élites, empujadas también por la masonería inglesa, se acaban decidiendo por la independencia.

En estos primeros años del siglo XIX, España se vio, sin pretenderlo, y a un mismo tiempo, enfrentada a la independencia de casi todas las colonias y separada de su aliada, la Corona francesa, que hasta ese momento había sabido llevar al país con guante blanco. Es más, si cuando muere el ultimo Austria y entra el primer Borbon, España estaba vencida, a la altura de 1800 Francia, tras perder todo su imperio colonial frente a Inglaterra, estaba sumergida en una crisis sin precedentes, mientras que España había rehecho su flota, su ejército y en definitiva su imperio. Los pactos de familia curiosamente le vinieron mejor a España que a Francia. En cualquier caso, era una alianza que Inglaterra no se podía permitir. La revolución y la consiguiente desaparición de la dinastía en el país vecino, rompe los lazos que unían a los dos países, que eran de naturaleza dinástica. ¿O no solo?

Lo cierto es que España no tiene más remedio que entrar, si bien a regañadientes, en la nueva era del capitalismo, y sin sus provincias de ultramar.

Consulte los libros de la autora:

« Yo nací en Camagüey. – 1.- España fin de siglo », Lourdes Cabezón López

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