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Home Cartas a Ofelia

Recordando con Pedro en París, La Habana de nuestra adolescencia

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23 août 2019
in Cartas a Ofelia
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Foto: Instituto José Martí. San Cristóbal de La Habana.

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París, 23 de agosto de 2019.

Querida Ofelia:

Mi viejo amigo Pedro y su encantadora esposa estuvieron aquí en París. Pasamos una semana con ellos, paseando por las calles cargadas de historia, visitando museos, iglesias, plazas y monumentos históricos.

Alguien que no recuerdo escribió: “La nostalgia es una caricia para el alma que cada uno de nosotros cultiva a su modo. El único riesgo es que endulcemos demasiado el pasado y que el presente se transforme en hastío.”

Y así estuvimos recordando los tiempos del Instituto de La Habana José Martí, las fiestas de Quince, las colas para merendar en el Ten Cent de Galiano y toda la constelación de personajes habaneros que conocimos, que de una forma u otra acompañaron nuestros años de adolescencia.

Merita era una chica rubia, condiscípula de décimo grado, que no podía soportar nada que fuera cubano, soñaba con vivir en Estocolmo, Oslo o Edimburgo. No soportaba el calor ni el sol, para ella los cubanos éramos vulgares, escandalosos y sólo pensábamos en bailar y en el sexo. Estimaba que había sido una desgracia para ella el nacer en una isla, una especie de castigo de Dios, sobre todo para su hermanita Lucía, que había nacido en el fatídico 1959. “Ustedes tendrán que crecer con miedo”- les decía su padre de origen húngaro y que presentía lo que venía para los cubanos.

Y creo que el Sr. Nicolás tenía razón al expresarse así, pues crecimos en un permanente estado de guerra, en medio de una sociedad que cultivaba la paranoia y que había logrado despertar a todos los Caínes que dormían en el inconsciente de tantos cubanos, lanzándolos contra los Abeles que terminaron en: los campos de trabajo forzados de las  U.M.A.P. (Unidades militares de ayuda a la producción), las cárceles, en el exilio, fusilados o ahogados en el Estrecho de la Florida.

Me gustaba hablar con Lidia, la madre de Pedro, cuando iba a su casa de la calle Concordia, ella incluía proverbios, dichos cuyos autores eran anónimos u otros de personajes conocidos. Hablaba mirándome fijo a los ojos, como si quisiera que yo comprendiera bien lo que ella no podía expresar debido a que quizás los “compañeros” vecinos la pudieran escuchar y denunciar como “gusana”. Recuerdo: – aquel café Pilón sabía a gloria; en esta isla cuando al fin pasó el ciclón, ya nos ponemos a pensar cuándo llegará el próximo (pero como éste que estamos viviendo no ha habido ninguno); Dios mío como da palique (Castro); esa vive donde el diablo dio las tres voces y nadie lo oyó; y vuelve Lola con la pianola (se refería a Fidel Castro); la esperanza es lo último que se pierde (la esperanza de lograr irnos); ¿Ya vendrán tiempos mejores? (esta frase ella la hacía interrogativa); no hay aguacero que no escampe ni cuerpo que lo resista (con respecto al régimen de los Castro).

Una tarde de sábado, en 1966, mientras esperaba que Pedro se acabara de poner el smoking, pues íbamos a bailar unos Quince en el Roof Garden del Sevilla Biltmore, Lidia me dijo: “los buenos modales, la elegancia, la educación y todo lo que nos ha convertido en seres humanos, es considerado ahora como rezagos pequeño burgueses. Aprovechen muchachos, pues dentro de poco la chusmería y la vulgaridad triunfarán”. ¡Cómo tenía razón Lidia, sus palabras fueron proféticas!

Una noche en que estaba de visita en casa y mientras conversaba con mi querida madre la escuche decir: “Colón nos puso el nombre de Juana en honor a una loca; después nos cambiaron el nombre por el de Cuba, como si estuviéramos predestinados a contener algún líquido y lo más triste es que en nuestra Cuba ya no quedan ni cubos”. “Ahora este país se ha convertido en ‘Algo para recordar’: hay que recordar el café, el chocolate, el aceite de oliva, los mariscos, las frutas, etc., como el título de aquella bella película interpretada por Cary Grant y Deborah Kerr. ¿Te acuerdas Ofelia de la cita de ambos en lo alto del Empire State Building? Alguien escribió: ‘El día en que llegue a New York me sentiré Libre’, yo creo que nosotras podríamos decir lo mismo.”

Y llegó el día en que Lidia con su esposo y sus tres hijos lograron llegar a New York y se sintieron Libres. Cuando me enteré de ello, recordé la conversación entre ella y mi madre en casa hace hoy más de medio siglo.

Pedro me contó que al llegar al aeropuerto J.F.K. tuvo la impresión de que su vida había cambiado para siempre, que dejaba atrás la noche de la dictadura. Le confesé que lo mismo me ocurrió a mí al llegar al parisino aeropuerto de Orly.

Nos reímos con la anécdota de sus últimos días en La Habana, aunque era para llorar: no tenían desodorante (utilizaban bicarbonato), pasta dental (la sustituían por sal), jabón de baño ni de lavar, el calentador del agua era un recuerdo del pasado, incluso el agua, pues el motor que debía subirla desde la cisterna estaba roto desde hacía meses, por tal motivo había que bajar a sacar el agua con un cubo atado a una soga y subirlo al balcón desde la calle. Pero durante el “inverno” cubano, no podían calentarla pues la cocina eléctrica estaba rota y para la de luz brillante apenas tenían combustible y los fósforos habían desaparecido del comercio.

Le recordé que Merita antes de irse de Cuba para Venezuela en 1979, gracias a que se casó con un exprisionero político, me había dejado de regalo la novela Cecilia Valdés en una edición de la Moderna Poesía, anterior a la “gloriosa revolución”. Ese libro como tantos otros, se quedó allá en San Cristóbal de La Habana en el librero de mi dormitorio. En la dedicatoria me escribió una citación de Amado Nervo: “Mi vida ha sido poco interesante; como los pueblos felices y las mujeres honradas, yo no tengo historia”. ¿Habrá logrado realizar su viejo sueño de vivir en una capital del norte de Europa?

Nos despedimos en el Hôtel Meridiam Montparnasse, en el que estaban hospedados. La próxima vez nos veremos en West Palm Beach, donde ellos residen.

Un gran abrazo desde La Ciudad Luz,

Félix José Hernández.

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