Desde el siglo XVIII, algunos españoles inseguros parece que están pidiendo permiso a ver qué dicen allende los Pirineos. Con Napoleón, algunos ya vivieron el paroxismo en su adoración de aquella dictadura invasora ante la cual se arrodillaron.
« Afrancesados », se les ha dicho siempre.
No en vano el Taita Boves, aquel mítico adalid de los llaneros realistas que venciera a Bolívar, dejó dicho « mi guerra es con los señoritos afrancesados ».
Sin embargo, esto no es cosa del pasado. En nuestro tiempo, los franceses Valls y Macron se permiten el lujo de decirle al partido Ciudadanos qué debe y qué no debe hacer. Valls no quedó contento con su ministerio francés y aprovechando sus orígenes españoles, incursiona en la política barcelonesa. A Macron por lo visto le debe ir muy bien, como a Valls; pues tan bien tienen a su país que se entrometen en España. Y ambos tienen obsesión, y Ciudadanos bien que se deja, en que no se pacte con lo que ellos llaman « extrema derecha »; que en el caso español, teóricamente correspondería a Vox; pero dado el estado cerebral provocado por no sé cuántos años de dictadura cultural progre, al final en España todo lo que no sea arrodillarse ante la hoz y el martillo y la camiseta del Che Guevara ya te hace sospechoso de « fascista para arriba », por más que Ciudadanos no quiera darse por aludido.
Empero, no parece que esta táctica de imposiciones bonapartistas y cordones sanitarios funcione muy bien en el país vecino. Lo digo porque a día de hoy, Marine Le Pen es la candidata más votada entre la clase trabajadora francesa y acaso sea la más popular entre los currantes galos. Así que si Ciudadanos se cree un « partido moderno », parece que llega bastante tarde con eso del afrancesamiento. Y de seguir la « estrategia francesa », igual ellos mismos cavan su propia tumba política y le dan más vida a otros.