Los hispanistas, a través de su discurso, hacen sus más profusos elogios a las relaciones de sus respectivos países y de toda América Hispana con la Madre Patria, destacando que a menos que el continente reconociera sus verdaderas raíces, las hispánicas, no podría pavimentarse su camino en el futuro y cumplir un importante papel en el escenario internacional. Es decir, que si la América española negara a España, quedaría instantáneamente baldía de coherencia y sus ideas carecerían de validez.
No es probable que el espíritu territorial llegue jamás entre nosotros a monopolizar el patriotismo. Queramos o no queramos, los pueblos hispánicos tenemos una patria dual: territorial y privativa en un aspecto; espiritual, histórica y común a todos, en el otro. La unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres, sino inexorable decreto de nuestro destino hispánico.
Hay que dar a conocer que nuestra soledad desde que nos separamos los pueblos hispánicos no es inexpugnable. Todos los caminos llevan al mismo punto: a la comunicación de lo que somos. Y es preciso atravesar la soledad y la aspereza, la incomunicación y el silencio para llegar al recinto mágico en que podemos danzar torpemente o cantar con melancolía; mas en esa danza o en esa canción están consumados los más antiguos ritos de la conciencia: de la conciencia de ser hombres y de creer en un destino común.