El racismo es incompatible con la democracia, en consecuencia, los EE.UU. no son un país democrático
Así como de los placeres más grandes que ha tenido mi teclado es el poder escribir para el Diario de La Marina, un periódico que en la versión de papel ha sido referencia de muchas de mis incursiones por la crónica de mi querida y admirada Cuba, no me gustan desde que tengo uso de razón los Estados Unidos de Norte América, los cuales nunca he visitado y espero irme sin poner los pies en ellos.
Y si fueran una unión de estados realmente democrática, se pasarían mi opinión personal por el arco del triunfo, y, a otra cosa mariposa. Pero no, les molesta; le gusta y pagan a tertulianos para que hablen hasta el cansancio de las virtudes de su país, de su democracia, de su fabulosa forma de vida. Y, decididamente, su democracia, digan los tertulianos lo que digan, no se parece en nada a las grandes democracias europeas, Francia, Finlandia, Islandia, por indicar algunas de ellas señaladas.
En Usa existe más racismo que hojas en los árboles. Y si existe racismo, no puede, ni por asomo, existir democracia, por fuera de un algo social que solo es un puro producto sucedáneo, que tendrá cierto parecido con la democracia original, pero nunca llegará a tener las virtudes del producto al que se pretende, o no en este caso, imitar. Ahora bien, a los gringos, yanquis, o como se quiera llamarlos, hay que reconocer que saben domar a caballos y a periodistas, porque no existe nada más dócil y más siervo convencido hasta la sepultura, que un corresponsal que haya sido enviado por un medio de los de corbata a cubrir noticias en el centro universal de la propaganda orientada, dirigida y teledirigida: Nueva York, porque los decorados de cine no le dejarán ver la realidad del triste asunto norteamericano ni con unas copichuelas de más.
Los Usa, democráticamente impuestos a zumbido de bala y disparo de cañón como la policía y los amos del mundo, tienen a su favor que son unos grandes artistas a la hora de generar frases hechas con ideas inyectadas, que la repetirán como papagayos los tertulianos de todos los demás países, especialmente cuando se trate de asuntos que son de su especialidad, los bélicos; y tales como fuego amigo, daños colaterales, hoja de ruta, y todo un largo etcétera insultante para cualquier mediana inteligencia que reflexione por su cuenta y entienda que en las hamburguesas con patatas fritas y los asquerosos aros de cebolla frita no está la solución a este planeta, y mucho menos teniendo como dios a venerar al militarismo y al armamentismo para la paz.
La Unión de Estados Unidos de Norte América, nos es referencia a imitar por otro país absolutamente de nada. Y aquella sociedad con la que soñó y logró arrancarle un gran cacho el pueblo francés con sus logros, sí está dentro de metas a cubrir por las gentes; por muy bueno que sea para las mandíbulas el masticar chicle, o beber esa bebida negra, de muy mal ver, de feo aspecto y color que en mi recuerdo guardo el desagradable sabor residual cuando pasa galillo adelante cuando en alguna ocasión la he probado.
El imperio yanqui, como todos los imperios, que inició con altas rentabilidades de corrupción y desolación social el más deshumanizado sistema colonial denominado como neocolonialismo, alcanzó ya el zenit de sus apretones y estrujamientos sociales, y salvo que nos lleven a todos cogidos de la mano a holocausto final de la mano del naciente imperio chino, vamos de mal en mal, de peor en peor, con los valores sociales engañados, escondidos, cacareando siempre las mismas mentiras, que, las sabios refranes españoles, quizás lo único que hay sabio en todo esta España al servicio de Alemania, dicen que tiene la patas cortas y no pueden llegar muy lejos.
De nunca he sentido admiración por nada salvo por las revoluciones que han intentado darle de verdad dignidad a la gente de la calle. Y la gente de la calle, los pueblos, no son precisamente el objetivo de ideas-objetivo como la gringa, por mucha propaganda, por muchos millones que se gasten en intentar darle color y limpieza a un sistema muy alejado, a distancias siderales, de lo que de un modo empecinado intenta señalar a cada minuto e instante.
El mundo real que a esta altura de la experiencia histórica que tenemos nos está corriendo, después de todas las probaturas, genocidios, y demás brutalidades, tiene mucho que ver con la demencial realidad que nos aterra y nos angustia a los que nos resistimos a que piensen otros por nosotros, especialmente si son gente tertuliana bien pagada por un sistema sin otro fin que el almacenar dinero en sus grandes cámaras acorazadas, manchado de sangre y puesto a secar de los salpiques de los rociadores de agua bendita.
Para estos casos que afectan al hombre y su sociedad, nunca será consuelo alguno decir que la cosa es así, porque así tiene que ser.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.