Sobre la esclavitud negra en la América Española

SOBRE LA ESCLAVITUD NEGRA EN LA AMÉRICA ESPAÑOLA

(De mi libro «Quito fue España»)

La esclavitud y no solamente la esclavitud africana negra, sino la esclavitud de europeos por europeos fue muy usual en el Viejo Mundo de la época estudiada, recordando el caso de los millones de esclavos irlandeses que fueron traídos a América por Inglaterra, así como de otras partes del Viejo Continente, en especial del este europeo, y recordando que la esclavitud no era un patrimonio exclusivo de la Monarquía Hispánica, la cual por cierto reconocía la esclavitud blanca (moriscos entre aquellos) en sus leyes de Indias, la cual se produjo a pesar de y no por y para la Monarquía.

Recordemos que los principales comerciantes de esclavos eran judíos portugueses y holandeses, aliados de los mercaderes árabes de esclavos: «Es más: por sanciones de su propia etnia, o como prisioneros de las guerras tribales, se inicia, a principios del siglo XVI, un comercio negrero…», anota Dessins de Chard. Recuérdese también que fue el propagandista las Casas el que recomendó traer negros a América para no esclavizar indios, según su criterio tan peculiar.

El Estado Hispánico ante hechos consumados, proporcionó legislación, que les daba tiempo y medios para obtener ganancias para su liberación. En algunos lugares del Imperio fue tal la consideración que se les dio los esclavos que estaban equiparados con aparceros cuya obligación con el amo quedaba limitada a tiempos de cosechas. También vale recordar que los esclavos eran miembros de las familias más que mercancías o propiedades y que eran tratados mucho mejor que a empleados; testimonios los hay y muchos, considerando además que por ser propiedad cualquier perjuicio de estos iba contra sus propietarios también, sin justificar la esclavitud por esto de ninguna manera. Humboldt cuando visitó Hispanoamérica a inicios del XIX constató que sobre aproximadamente 780.000 negros bajo bandera española, casi el 50% eran libertos por los medios que les habían proporcionado para ello, mientras que sobre un millón de norteamericanos de origen africanos, todos eran esclavos. Finalmente tuvieron un rol importantísimo en defensa de la Monarquía los de origen africano, cuyas guerrillas negras, pardas y mulatas dirigidas por un indio en Venezuela, recién se rindieron y fueron exterminadas por la república en 1845.

Para un Estado católico como el Hispánico, según lo prescribían sus bases morales, la esclavitud era considerada una institución nefasta. Tanto los Reyes Católicos como su sucesor, el cardenal Cisneros prohibieron su introducción en América; ésta sólo fue aceptada por el emperador Carlos V ante las apremiantes solicitudes de Fray Bartolomé de las Casas, quien en 20 de enero de 1531 escribía al Consejo de Indias:

»El remedio […] es éste muy cierto: que su majestad tenga por bien prestar cada una de las islas 500 o 600 negros, o los que al presente bastasen para que se distribuyan a los vecinos que hoy no tienen otra cosa (sic) indios […] Se los fíen por 3 años hipotecados los negros a la misma deuda; que al cabo de dicho tiempo será Su Majestad pagado.


En términos semejantes insistiría en 1557.

Entre tanto, tras Felipe II y el Consejo de Indias, la Corona procedía a instalar todas las trabas posibles a la importación de esclavos; llegando a quedar severamente prohibido su tráfico por Felipe IV entre 1640-51. El 10 de febrero de 1795, Carlos IV, promulgaba su Real Orden de Gracias al Sacar (mediante ella los pardos podían ascender socialmente e ingresar a ciertas instituciones educativas y ocupar cargos públicos). Con algunas reticencias fue recibida en Ultramar, con excepción de Caracas.

Paradojas de la vida, al poco tiempo de que se proclamasen en París los Derechos del Hombre, al otro lado del Atlántico, aquella decisión real ocasionó un gran revuelo en la Venezuela de finales del siglo XVIII porque el dinero podía comprar la equiparación social de los mulatos con los blancos, algo que aquella oligarquía consideraba inadmisible. La soberbia de Caracas y de su ya desarraigada plutocracia –con muchas pintas de sangre negra-, en ejercicio de auto-odio, llegó hasta la amenaza a la Corona con hacer estallar aquel Imperio en donde a pesar de su dilatada existencia, todavía no se ocultaba el sol. La Corona rechazó las ínfulas levantiscas de la oligarquía criolla venezolana y sin duda este rechazo resultó crucial para el desenvolvimiento de la Gran Guerra Civil Hispanoamericana. «El Rey se puso de parte de negros y mulatos y los criollos formaron el bando contrario», señalaría Jorge I. Domínguez.

Se supondría que de acuerdo a las rimbombantes proclamas de «Libertad, Igualdad, Fraternidad», bautizadas como «inmortales principios» por las «luces» de la revolución que estalló el 14 de julio de 1789, la abolición de la esclavitud sería un hecho. Pues no fue así, siendo mantenida por la Asamblea Nacional Francesa mediante Edicto del 4 de abril de 1792. Se explica, considerando que la única libertad que se ambicionaba era la de la burguesía a costa del sometimiento de los otros grupos sociales. Las turbias luces de la ilustración fueron encendidas por personajes como Montesquieu, heraldo del naciente derecho demo-capitalista, quien en su tratado conocido hasta el cansancio, como leído por tan pocos, El Espíritu de las Leyes postulaba:«No puede ser concebida la idea de que Dios, quien es un ser muy sabio, haya puesto un alma, sobre todo un alma buena, en un cuerpo todo negro. Es natural pensar que el color es lo que constituye la esencia de la humanidad: es imposible pensar que esas gentes sean hombres» .

Y cuando esas mismas luces incendiaron América, no sorprende lo que Humboldt afirmaba cuando visitó la Capitanía General de Venezuela en 1799: «Con frecuencia se ven hombres que, con la boca llena de hermosas máximas filosóficas, desmienten los principios de la filosofía con su conducta; maltratando a sus esclavos con el Raynal en la mano y hablando con entusiasmo de la causa de la libertad, venden a los hijos de sus esclavos unos meses después de nacer.» No debe sorprender, entonces, tampoco el constatar como la esclavitud queda definitivamente prohibida en Venezuela, como en Ecuador, una generación después de la muerte de Simón Bolívar (Ley del 24 de marzo de 1854 en la tierra de la «libertad» y Decreto del 25 de julio de 1851 en nuestro país). Reflexionemos unos instantes sobre el particular: ¿Si el «libertador» no nos liberó de algo tan básico como es la esclavitud, que vino a liberar entonces?

En el Reino de Quito durante el proceso separatista: »La incorporación de esclavos a las filas patriotas, en muchos casos obedeció al mandato de sus amos involucrados activamente con la insurgencia, Existieron casos en que los esclavos se rehusaron a cumplir con el mandato del amo de formar parte de las milicias insurgentes, como sucedió con los esclavos Antonio Ávila, Rafael Bermudes, Antonio Benavides y otros de la ciudad de Quito que desertaron y fueron condenados a varias penas. En 1812, con el retorno de las autoridades coloniales al poder, solicitaron al gobierno se les concediera la libertad por no haber disparado «ni una sola bala» en contra de las milicias reales.

En el capítulo VI se detalla la participación de las poblaciones negras de Esmeraldas en respaldo al Rey, habiéndose registrado el último levantamiento en 1826 a favor de la Monarquía justamente entre aquellas.

Avanzando en las páginas de la historia encontraremos nombres de los negros, mulatos y pardos libres que sirvieron a la Monarquía Española, como Bernardo Roca, mulato panameño que llegó a Guayaquil en 1765, con el cargo de tesorero de la expedición militar enviada por el virrey de Nueva Granada para reprimir la Rebelión de los Estancos. Fue nombrado coronel del Batallón de Milicias de Pardos, este personaje fue el padre del presidente de la República del Ecuador, Vicente Ramón Roca y antepasado del también presidente Alfredo Baquerizo Moreno.

*Imagen: Soldados y oficiales blancos y negros de las Milicias Urbanas de Blancos, Pardos y Morenos de Veracruz (1767, Nueva España), al servicio de la Monarquía Hispánica.

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