Se buscan más de 400 millones dólares

Ninguno de los cinco españoles que firmaron el contrato inmobiliario de Paris de 1.898, ostentaban en conjunto o por separado poderes oficiales suficientes para representar al gobierno de España.

Esa cifra, oficialmente la Deuda Nacional Cubana, para la fecha de 1.899, e incluso para ahora, arregla más de una vida. Claro; si le llegan a decir a gente como mi abuelo Pepe, el que luchó en Cuba y se escapó de morir con sus compañeros en el torpedero que navegaba gracias a la fiebre amarilla en la chapuza naval de Santiago porque lo transportaron a La Habana, que España, la España que no quería y la hicieron ir a la fuerza a la guerra, encima de poner toda la sangre de ella, iban a poner, sin saberlo, por bajo las mesas imperiales, a escondidas, sin divulgarlo, como si fueran actos bandoleros, cantidades millonarias de pesetas valoradas en dólares, a lo mejor, con las pocas fuerzas que les quedaban corrían a cañonazos a los padres y madres patrios españoles, laicos y religiosos, fiel reflejo actual de aquello.
El contrato inmobiliario de compra y venta de bienes raíces que se firmó en Paris en diciembre de 1.898 por parte de algunos estadounidenses representando a los “sindicatos” gringos, y otro grupo de españoles, que no ostentaban representación alguna del Estado o del Gobierno español, fue una gran estafa hacia la opinión pública española y sus magros bolsillos, cuya cifra económica, muy superior a la indicada arriba, dejó a España sin una peseta por muchos y largos años, aunque luego el franquismo dijo que los rusos se llevaron, claro está, sin papel alguno que lo demuestre, montañas de oro de sus amigos republicanos españoles.
Ninguno de los cinco españoles que firmaron el contrato inmobiliario de Paris de 1.898, ostentaban en conjunto o por separado poderes oficiales suficientes para representar al gobierno de España o al Estado español, y no pasaban de ser españoles de los que partían el bacalao en la época y nos dejaron a las gentes las raspas colgadas de un hilo para hacer sopa.
Los cinco estadounidenses que firmaron el dicho contrato inmobiliario de Paris por el lado que no eran los vencedores de guerra alguna pero si avalistas económicos en el conflicto cubano- español-  o español-cubano, aunque nunca en la cifra que exigieron y que España tuvo que pagar, aunque tan en secreto, que sería todo un tratado de estudio en cualquier facultad de económicas de como se extiende en un contrato uno con la letra grande, y el otro con la letra pequeña, tan pequeña que apenas ha dejado rastro de las transacciones económicas más allá de saber que las Cortes Españolas del momento, rechazaron de plano el dicho contrato inmobiliario de Paris, cuando extraoficialmente se lo presentaron para darle legalidad al asunto, y fue entonces cuando la reina regente, sacándose de la manga una ley a la española, lo refrendó de una manera anticonstitucional a lo “tripa de Jorge, que se estira y se encoge”; interpretación muy particular que han sido y lo son las Constituciones en España cuando interesa a “ellos”.
Los gringos no tuvieron pegas, simplemente le hicieron una “propuesta” de esas a las que “no puedes renunciar” a un senador, y por un solo voto, para febrero de 1.899, el senado de allí, con un voto de más de los dos tercios necesarios, refrendó el contrato inmobiliario de Paris de diciembre anterior, porque había mucho dinero en juego.
Dentro de la letra pequeña de aquella opacidad política que reinó muy al estilo español de entonces y de ahora, donde a nivel de propaganda poco más que a España en Paris las cosas le fueron de puta madre para arriba, está la secreta intervención del Imperio Alemán dentro de la letra pequeña de aquel vergonzoso y vergonzante acto que no se le dio publicidad nada más que en lo que le interesaba a los que se forraron económicamente a costa, como siempre, del pueblo.
Estaban todavía los cubanos y los españoles, los españoles y los cubanos pegándose tiros y machetazos sobre la isla de Cuba, cuando ya el Vaticano, para Septiembre de 1.898, como estaba todo atado y muy atado, nombró con presteza al arzobispo de origen francés pero gringo de formación, Plácide Chapelle como Delegado Apostólico y Administrador de la Diócesis de Cuba y Puerto Rico, para que juntamente con el nuevo obispo de la Habana Donato Sbarretti, confesor de algunos miembros del gobierno de Mackinley, se llevara todo rápido y en silencio a nivel de papeles, y que España, una vez más, solo saliera ganado a escalón de las fanfarronerías  y grandezas del bien hacer de sus clases dirigentes, padres y madres patrios, que, prácticamente sin excepción, teniéndolos a ellos, son tan eficaces sisando y destruyendo, que no se necesitan enemigos fuera de las fronteras, ante un pueblo, el español, como alelado e indiferente entonces y ahora a todo.
En aquel amasijo económico en el que el pueblo español, a pesar de su pasividad, estuvo ignorante, los “sindicatos” gringos, el Imperio Alemán y, ¡como no!, el clero trinitario vaticano, se distribuyeron a su conveniencia con un trasiego de marcos alemanes entre diecisiete millones y veinticinco, en el río revuelto de cifras descansan muchas sisas y beneficios, más otros veinte millones de pesetas que se anotaron como venta de las Filipinas a la Iglesia vaticana (¿No eran, según, las Filipinas españolas?). Y los bienes terrenales que eran y son las islas del Pacifico, las Carolinas y Las Marianas, excluyendo las islas Guajan, también entraron en aquel contrato mercantil donde a más de uno se le desencajó la mandíbula de risa de ver lo fácil que se roba cuando se tienen amichis.
Claro, como no interesaba que el gato se viera asomar por la gatera, los mismos derechos que tenían sobre las islas Carolinas y Marianas los alemanes y sus religiosos, los tenían los religiosos españoles. Pero otra cosa eran las islas Filipinas, harina de un costal que es de esperar que los historiadores modernos dejen a cada cual en el lugar que le corresponde.
En el contrato inmobiliario vergonzoso e ilegal de Paris, no invitaron a estar presente a gentes como el general español Martínez Campos, y qué decir de los cubanos, que juntos soñaban con la seriedad y legalidad de un Tratado como el que se firmó en Paris ciento treinta y cinco años, entre Francia e Inglaterra.
Por eso le jodió y le sigue jodiendo a más de uno, que tanto trabajo, tanta reunión en Paris y fuera de Paris, y luego en la Sierra Maestra se fue todo al carajo. Menos en España que no perdimos nada porque lo nuestro está más allá de las estrellas.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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