¿Quién y cómo se sufragó la ‘Independencia’ de América? X

España cayó bajo la órbita inglesa hasta hoy

 
No obstante es muy optimista esta apreciación del profesor Julio C. González, porque la Gran Bretaña no se conformó con convertir América en su granja. También la península, en una unión de destino con los hermanos americanos cayó bajo su órbita… Y ahí seguimos todos.
El asunto es digno de un estudio pormenorizado a nivel de toda la Hispanidad, pero sólo como una muestra de la actividad llevada por el mercantilismo británico tras haber conseguido sus objetivos militares (en los que curiosamente no participó ninguna unidad legalmente regular del ejército británico) fue la expansión comercial.

Heraclio Bonilla y Karen Spalding nos facilitan el volumen del “intercambio” comercial de la Gran Bretaña. “Los valores de la exportación inglesa al Perú, en libras esterlinas, permiten medir los ritmos de esta expansión: 1818: 3,149 £.; 1819: 30,000; 1820: 39,322; 1821: 86,329; 1822: 111,509; 1823: 288,292; 1824: 401,695; 1825: 602,709, y así sucesivamente, (Bonilla, 1970: Vol, I, p. 56).

Hacia 1824, cuando se silenciaron las armas en Junín y Ayacucho, en Lima había 20 casas comerciales británicas fuertemente establecidas y 16 en Arequipa, (Public Record Office, Londres, 1826 ms). El control del mercado peruano fue suficiente para atenuar y compensar los fiascos y pérdidas considerables representadas por la inversión temprana de los capitales ingleses…/… los préstamos británicos al indefenso Estado peruano colocaban los primeros eslabones de su posterior encadenamiento financiero.
Es preciso señalar que “cuando durante el mismo período, España difícilmente lograba obtener un crédito de 10 millones de libras en Londres, los dos más prometedores mercados americanos, entonces anunciados como las nuevas potencias del hemisferio, México y Colombia, acaparaban en 1825 el 76% de los préstamos negociados en Londres, cuyo monto crediticio era casi de 14 millones de libras. No obstante, la inexperiencia financiera internacional, la lenta y a veces retenida recuperación económica interna; las insuperadas crisis de las Haciendas hispanoamericanas, hicieron tambalear varias veces, desde finales de 1824, la estabilidad del mercado financiero londinense, arrastrando a la quiebra a más de uno de dichos prestamistas, lo cual desembocó en la aguda crisis financiera internacional de 1825-1826.
A partir de entonces, la duda sobre la seriedad, y sobre todo solvencia, de los nuevos Estados fue la causa de las recurrentes caídas, y a veces dramática desvalorización, y sobre todo especulación, a que quedaron expuestos los títulos de la deuda hispanoamericana. La recurrente morosidad, incluso insolvencia hispanoamericana en Europa a lo largo del siglo XIX, se arreglaría en más de una ocasión a punta de cañoneras y bombardeos de sus principales puertos por parte de las flotas de las potencias acreedoras (Francia e Inglaterra).”
Es así como la economía americana pasó de la libertad con compromisos a la dominación británica, sin transición alguna, casi automática e inmediatamente. Pero no serían éstos todos los males. Las posibilidades americanas, en medio de un proceso de revolución industrial, tenían que haberse desarrollado de forma exponencial caso de haberse aplicado con los propios recursos económicos existentes en los territorios, pero estos recursos fueron expoliados y enviados en cargamentos a la Gran Bretaña, y es que como señalan Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto

“la dinámica de la expansión industrial inglesa no reposaba necesariamente en la inversión de capitales productivos en la periferia, sino en asegurar su propio abastecimiento de productos primarios. Por dicho motivo, y con relación a América Latina [sic], el capitalismo europeo del siglo XIX se caracterizó como un capitalismo comercial y financiero: las inversiones se orientaban principalmente hacia los sectores que las economías locales no estaban en condiciones de desarrollar; expresión de esta política fue el sistema de transportes. Y aun en este sector, se tradujo en el financiamiento de empréstitos para la realización de obras locales, garantizados por el Estado, más que en inversiones directas. El centro hegemónico controlaba fundamentalmente la comercialización de la periferia.”

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