Porque es octubre

Porque es Octubre, y se rememora un primer viaje oceano trasatlántico, oficialmente el que a Castilla, a aquella España que nombran Reino de Reinos, pudo darle lustre; pero que, a día de hoy no dispone en toda la América, si no es en la casa de algún paisano, un lugar donde izar la bandera española, porque, autoridad española tras autoridad española, a diferencia de nosotros la gente que opinamos diferente a ellos, siempre han tratado, y lo siguen haciendo, con una indiferencia, con una dejadez que ralla la estupidez, hacia lo muchísimo que nos une con aquellas gentes y tierras, dejándole desde el gobierno español el paso libre a otros países, que nada tuvieron ni tienen que ver, en aquellos orígenes del tropezón del Viejo Mundo con el desconocido, para nosotros, situado del otro lado de la mar oceana.
«Domingo, 30 de septiembre, tuvieron alguna calma y anduvieron cuatorce leguas; vinieron al navío cuatro rabos de junco…”
«En estos días notó Cristóbal Colón una cosa, de que se admiró: que las Guardas, en anocheciendo, estaban junto el brazo izquierdo, que es el de la parte de Occidente, y cuando amanecía estaban en la línea debajo del brazo derecho, por manera que toda la noche no andaban sino tres líneas, que son nueve horas, y esto cada noche.
Según esta información, dejando todas las teorías del viaje aparte, hablando científicamente con la ciencia de entonces que sigue valiendo actualmente, ya podemos saber con toda precisión – dejando de lado cualquier teoría u opinión – que las naves van navegando por una latitud en la cual la duración de la noche es de nueve horas; y por lo tanto, las horas en las que luce el sol, minuto arriba o abajo, es de quince horas. Al tiempo que, por el calendario perpetuo que son el giro de las estrellas Guardas alrededor de la estrella Polar, determinar en qué fecha aproximada aconteció el asunto.
Aunque el «ladino» fraile Bartolomé de Las Casas anotó en la chapuza llena de parcialidades de la traslación de los diarios de navegación de las tres naves que participaron en aquel primer viaje explorador de la mar Atlántica, que, al mejor y más clásico estilo español se “han perdido”, y anotó aquello de: «En estos días», sin darnos fecha exacta, haciendo un sencillo cálculo cuantos conocemos el Reglamento de las Estrellas Guardas y la Polar, se puede entrar a saber qué días exactamente son aquellos en los que las noches les duraron a los navegantes nueve horas. Y con noches de duración de nueve horas, en el hemisferio norte, para los días finales de septiembre primeros de octubre, con días en los que la duración de las luces solares abarcan quince horas aproximadamente, a la fuerza las naves tendrán que estar navegando por lugares de LATITUD DE O POR ENCIMA de los 40º norte.
Y estos datos, a nuestro entender, sobresalen muy por encima de cualquier teoría, y están ahí abriendo un cúmulo de preguntas e interrogaciones susceptibles de desestimar todo y lo mucho barajado en cuanto al rumbo y viaje llevado por las tres inmortales naves. Entre muchos otros aspectos, porque navegando por latitudes de 40º norte, no quedan singladuras suficientes hasta el once de octubre, según el andar de aquella flotilla, para que las naves arriben por los 24º y medio aproximadamente de latitud norte en la que se encuentra situada la isla de Guanahaní.
Una vez más, un viaje laico, aunque bajo violentos tiempos teocráticos, donde el clero vaticano ha montado una enorme parrilla con brasas para asar su santa sardina, pueden acontecer dos cosas, o que el clero la documentación al respecto la ha hecho dinero de los coleccionista y en los famosos archivos vaticano solo hay viejas revistas de Interviu, o le pegó fuego para que ellos escriban lo que les salga de sus sotanas.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.
NOTA. El descuido del fraile Las Casas de dar el paso de las tres estrellas Guardas por “tres rumbos” cada noche, lo que arroja noches de duración de nueve horas, hace años que lo registré en una notaría, al margen de que está publicado en mi libro Cuando Tres Carabelas Se Dieron Mar Navegando, al objeto de evitar que alguna “santa cátedra” me robara el fruto de mi trabajo de investigación.

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