¿Por qué Julio Iglesias nunca se atrevió a ir a Cuba hasta ahora?

Álvarez Guedes te lo recuerda en una lección de historia

«Y entonces a Julio Iglesias se le ocurrió decir en Miami que iba a cantar en Cuba»

 
Guillermo Álvarez Guedes
Había pasado el tiempo. Lo de Playa Girón había quedado atrás. A mí me parece que esa fue la última esperanza de los exiliados. Los que no habían zafado sus maletas se decidieron a hacerlo, porque todo indicaba que eso iba a ser largo y tendido. Si a alguien le preguntaban:
¿Qué tú crees de esto? Le contestaban:
¿Esto? Esto pica y se extiende.
Ya había en Miami muchos lugares para bailar y divertirse. Uno de ellos, el Montmartre, presentaba esa noche a Julio Iglesias. Cuando la orquesta del Chino ejecutó el primer número, se llenó la pista de baile. El cabaret estaba totalmente lleno, no cabía ni un alfiler.
Esa noche, Julio Iglesias haría su primera presentación fuera de España: ya estaba empezando a gustar en América y su debut en Miami representaba mucho para él. A las doce en punto se apareció en la pista. Después de la gran ovación que le dieron al salir, cantó como diez minutos antes de saludar al público. El cabaret estaba lleno de cubanos y él lo sabía.
Lo que no sabía era que si iba a cantar a Cuba no podría pasar por aquí jamás. Y en su saludo, después de decir: “Estoy encantado de estar aquí”, y todas esas mierdas, se le ocurrió anunciar que, debido a tantas cartas que había recibido de Cuba, viajaría próximamente a la isla para presentarse allí.
Aquello fue del carajo: una mujer que se estaba comiendo un bistec en una mesa muy cerca de la pista, se levantó con el plato en la mano y le gritó al marido:
¿No te dije, Pipo, que este tipo era comunista? Y le tiró el bistec con plato y todo.
Ese fue solamente el comienzo. Después empezaron a gritar y a tirarle pedazos de hielo, vasos, botellas, cubiertos, floreros, sillas y de todo cuanto había en el cabaret. A él se lo llevaron corriendo para el camerino y lo encerraron allí hasta que llegó la policía, que para protegerlo, se lo llevó en uno de esos carros que ellos usan para trasladar a los delincuentes. Esa noche, desde luego, todo terminó, como dicen los cubanos, como la fiesta del Guatao.
Según le oí decir al Chino, cuando empezó la bronca, el dueño del Montmartre le gritaba a los músicos: “Sigan tocando, no paren”, para ver si eso ayudaba en algo a solucionar el problema. Pero aquello no había quien lo parara. Al director le jodieron el contrabajo, a uno de los cantantes le explotaron una botella en la frente, y después, para terminar bien la fiesta, cuando el Chino iba a recoger el carro acompañado de su querida Ivonne, su mujer, Ofelita, salió de atrás de una pared y les entró a carterazos a los dos, mientras gritaba:
¡Me dejaste en la casa para venir con la puta esta a ver a Julio Iglesias!
Esa noche me di cuenta que estos nuevos dueños eran bastante chusmas.
(Álvarez Guedes, Guillermo. Cadillac 59. Minerva Press. EEUU. Pp. 160-161)
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