Ningún misterio en el hundimiento del crucero protegido Reina Regente

El buque se hundió después de una salida de puerto de Tánger con destino a Cádiz, que según todos los expertos en asuntos de la mar, no lo tenía que haber hecho

Para el día veinticuatro de este mes que está corriendo de febrero, allá por el año de 1.887, hace, por tanto, ciento treinta años, el crucero de casco poco protegido que llevó el nombre de Reina Regente,  para la fecha del diez de marzo de 1.895, en aguas del Estrecho de Gibraltar se hundió después de una salida de puerto de Tánger con destino a Cádiz, que según todos los expertos en asuntos de la mar, no tenía que haberlo hecho dado que la autoridad portuaria tangerina había cerrado por temporal la salida de barcos desde su espigón de abrigo a la mar.
La España oficial, esa que sigue cabalgando en Babieca, empuña por espada La Tizona, navega en naves que denomina en su ignorancia las invencibles, antes y ahora necesita de una parte muy importante en su mal hacer en darle misterio o teatralidad a los hechos, porque sabe que dispone de un amplio campo ignorante, fruto precisamente de la siembra de su mal hacer, al que se le puede meter gato por liebre y quedarse todo dispuesto para lo que venga siguiente.
Los buques llamados de guerra que se perdieron por fuera de batallas navales o en puras refriegas sobre la mar, según dicen las estadísticas, alcanzaban una cifra, para cuando se hundió el citado Reina Regente, contabilizando desde el siglo XII, al XIX, arrojaban un total de unos seiscientos buques con pabellón de guerra, con pérdidas humanas en tripulaciones milenarias.
Por tanto, con una media de más ochenta y cinco buques por siglo hundidos por temporales o avatares de la propia mar, es una media demasiado alta, que la dejamos para que otros la analicen, supuesto que lo que en realidad queremos es hablar de un hundimiento, el del acorazado protegido Reina Regente, que no tuvo de misterio ni de misterioso absolutamente nada, y que como aconteció en el año 1.895, en el cual España en vez de ir por el lado de la lógica se fue por el lado de la fanfarria y la palabrería, el desgraciado hundimiento del acorazado, que pudo ser un punto de reflexión para unos medios españoles alocados en palabras de valores patrios, hubiesen de golpe adquirido regimiento y cordura y decir la verdad de la situación de un reino, de un país malabarista, que nadie ha sido capaz de ajustarle las cuentas de qué hizo con tanto dinero como esquilmó en sus colonias y fueron siempre pobres de solemnidad sus gentes.
Pero como la patria y los valores patrios al final la mayor parte de las silabas de esa palabra, como siempre, las tienen que hacer valer los mozos de alpargatas o descalzos, mientras que los bien calzados provocadores, esos no suelen tomar parte activa en las letales reacciones de las brutalidades que están desatando, en el hundimiento de un buque debido simple y llanamente a que la mar no perdona ningún arrojo de desconsideración hacia su poderío, la prensa y la España oficial achuchando por detrás, quisieron y lograron que en el acervo popular calara el hecho de un hundimiento misterioso, en vez de la posible tiranía de unas órdenes de obligado cumplimiento, totalmente incompetentes de los que nunca aceptan su incompetencia y se escudan en los demás.
En el hundimiento por la única causa de la mala mar que pudo provocar parada de máquina en el Reina Regente o en cualquier buque de los de ahora modernos y dejarlo a la fatal merced de la mar, solo cabe achacarle todo a dos cosas, o a una irresponsable bravata de su capitán, que no es creíble, o más bien al clásico por compañones tiene usted que estar en Cádiz para tal jornada que se pone a flote un crucero y la foto del concurso de naves juntas lo está demandando la patria que quiere asustar a sus muchos envidiosos enemigos.
Pero lo que se divulgó en su día, pese a que muy pronto aparecieron restos del naufragio del buque por la zona de Tarifa, eran asuntos que afectaban a sierpes gigantescas, a misterios ancestrales de los mares de cuesta arriba, o se hablaba de buques que entraban en ojo metiendo la proa sobre la ladera de una ola gigantesca y se iban para los fondos marinos para siempre. Todo, menos tratar de investigar la verdad del asunto y que pagaran los responsables de tan incorrecta y alocada decisión.
El Reina Regente, como todo el poderío naval que se “iba a construir” para que todo el mundo viera el poderosos poder del león imperial, aunque ya en tiempos del rey Carlos III, avanzado en siglo XVIII, existían astilleros militares en España como el de Cartagena, parece ser que daba más juego encargar los buques a Inglaterra; pero eso sí, los botijos y las ollas de barro para los barcos los fabricaría España. Y así, como en el caso del hundimiento de referencia echarle la culpa a la Pérfida Albión.
Aunque claro está, como el inventor o el dueño de la idea del diseño de los cañones pesados que llevaba el Reina Regente, el ingeniero andaluz José González Hontoria, sabía más cosas que beber vino en la bota sin mancharse la pechera, también se llevó su parte de culpa.
Y seguramente alguien que le echó mal de ojo al buque.
Salud y felicidad. Juan Eladio Palmis.

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