Manuelita

La mujer, la poetisa, Manuela Cansino o Cancino ¿qué más da una ese que una ce? tenía veinte años cuando se topó por primera vez en su vida con el que, a decir de los libertos franceses de la zona oriental cubana, era el “amo de la guerra”, que iba jinete a caballo con espuelas porque las mujeres de la localidad cubana oriental de Caridad, le habían encontrado una que según cuenta en su diario privado se le había perdido a Carlos Manuel de Céspedes.
La poetisa cubana Manuelita Cancino, autora de un poema tan simple y emotivo, tan fresco y sugerente, escribía el tipo de poesía que personalmente me gusta:
De esas tardes deliciosas
En que me abandono siempre
A mis ilusiones loca.
Era una tarde en que el viento
Retozaba con las hojas,
Y las flores columpiaban
Las perfumadas corolas.
Una mujer, como la poetisa Manuelita, que soportó con entereza, como otras miles y miles de cubanas los diez años de la primera guerra; que vivió la segunda guerra, La Chiquita, y se topó con su muerte justo cuando el siglo desgranó su último año sin que ella conociera los cincuenta años de edad, su vida y obra, es una asignatura pendiente que tiene Cuba y los cubanos con gente así como Manuelita y otras muchas, porque en el reconocimiento a ella, se está reconociendo, como escribió Céspedes unas mujeres que solo querían bailar con los cubanos.
Trato de buscar por internet la poesía de Manolita, sus poemas; Me hincho a ver en la crónica de la isla, como en toda crónica histórica, referencias a generales, coroneles, gentes del oficio de la guerra. A muchos de ellos, de los que salen, hasta les gusta la guerra, les gustó la guerra, y les alisó las plumas de gala como a palomos la presencia de la paloma de la paz puta, envilecida y prostituida a cambio de dineros y oropeles. Pero en esa vanidad guerrera de querer reflejarse, como hasta ahora se refleja, la parte más estúpida de toda guerra: la muerte y su recompensa con ascensos, con dineros, con honores, descansa un deseo de hacer las guerras necesarias para una partida de gente que está ahí, de la misma catadura moral país por país, que sienten en la guerra una necesidad social porque a ellos y a sus ascensos les va de puta madre.
Escribió, probablemente el cubano por el que más admiración siento, Carlos Manuel de Céspedes, que tuvo que lucir con mucho orgullo en su sombrero el escudo que el bordó la poeta Manolita, que las mujeres cubanas se querían todas ir con los revolucionarios, que en aquella guerra de desgaste humano que duró diez años en el primer envite, puso claramente de manifiesto la mentira en la que nos instalamos alquilados creyéndonos los dueños y señores del cotarro.
No se conoce de victoria guerrera que hay revertido con saldo favorable para la gente de la calle. Se suelen, en las parcialidades y estúpidas partidas contables de las guerras, anotar saldos que le suelen ser favorables en pavoneo y en dinero a los de siempre; pero nadie hace un cálculo estimativo de los millones de litros de sangre de gente del pueblo que se paga por esas victorias pírricas de caca seca.
El carbunco cutáneo que padeció la poeta Manolita y del que se condolió el General en Jefe del Ejército Libertador Cubano Carlos Manuel de Céspedes en su diario, es todo un homenaje sencillo a la vida sencilla: la verdadera vida, la que vale; la que queda y se arrastra de generación en generación por mucho que quiere la crónica histórica de dejar anotados renglones épicos de grandes tácticas militares que, a la postre, todo se reduce como las primigenias: Tú tiras la piedra y procura que el de enfrente no te escalabre. Y esa es la ciencia y el arte de toda guerra solo que con uniforme donde abunde el pan de oro.
Siento una envidia tremenda cuando mi cubano favorito, Céspedes, anotó aquello de que por la tarde, con la llegada de las Cancinas y sus amigas, se organizaron canciones y bailes para asueto de la tropa. Tal anotación, junto a cuando apunta que ha llovido recio, son temas que de siempre me gustaron leer en el diario particular de un gran hombre, respetuoso y amador de mujeres que se lleva de mi, mi admiración más sincera.
Por algún sitio tienen que estar los poemas que escribió la poetisa Manolita. Me encantaría empaparme de ellos. Cuba no se puede permitir semejante derroche de sensibilidad que es necesaria para cuajar todos los días y los tiempos de las gentes que deseamos pasar con honestidad por la vida.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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