La segunda Roma, mal llamada Bizancio

-Por Guilhem W Liberalimartin (1)

Yo afirmo que el Imperio de Oriente  (mal llamado bizantino) se moldeó a partir de su nacimiento bajo la luz de tres factores que también habían ejercido su influencia sobre la parte occidental: derecho e instituciones romanas, helenismo y cristianismo.

Hasta su caída en 1453, los romanos del Este no dejaron de reconocer que seguían siendo tallados por estos elementos, cuestión fácilmente comprobable si nos fijamos en su legado material, incluso el de última hora. No veo la razón por la que no se les considere verdaderos romanos.

Leo que muchos aquí se basan en cuestiones culturales, por ejemplo, y que incluso citan a Rumanía como un mejor ejemplo de aspirante o candidato al puesto.

Los mal llamados bizantinos continuaron emitiendo Constituciones (ya que no leyes, que se habían dejado de dictar con Augusto), siguieron poseyendo un senado al menos hasta 1204, organizaron sus ejércitos según el modelo profesional romano (en permanente transformación, claro), a partir de Heraclio (610-640) restablecieron el antiguo sistema de los limitanei (stratiotas) y de los ejércitos centrales (tagma), siguieron llamando a Constantinopla por el nombre de quien la había creado (Constantino I el Grande, es decir, Constantinopla), retuvieron la ideología imperial romana (el emperador como rex et sacerdos, un vicario de Dios en la Tierra, encargado de defender la Iglesia y proteger la Fe), etc. Emperadores como Manuel I Comneno continuaron aferrados a la idea de la restauratio imperii, invadiendo por ejemplo Italia en 1154 para recuperar el territorio perdido en el pasado. Al mismo tiempo, orgullosos de su religión, evangelizaron Rusia (Kiev), Bohemia, Moravia, Bulgaria, Serbia e intentaron hacerlo también con los jázaros, aunque fue en vano. Todos sus enemigos musulmanes, árabes (omeyas y abasíes, hamdaníes, fatimíes, marwánidas, etc.), y turcos (seljúcidas, otomanos, cumanos, uzos, pechenegos, turcomanos, etc.) les llamaron rumi o romeos (romanos). La cultura griega continuó afirmada a pleno: desde Pselo, pasando por Ataliates, Ana Comnena, Juan Cinnamus, Nicetas Coniates, Juan Scylitces, y Juan Zonaras, por citar solo algunos autores, todos escribieron siguiendo como guía la lengua ática de los antiguos griegos. Las iglesias se construyeron siguiendo por lo general el modelo de planta de cruz griega. Los mosaicos dibujaron con sus teselas unos rostros tan humanos que recordaban las viejas esculturas de sus antepasados. El griego empezó a imponerse como lengua a partir del siglo VII. Las pinturas en San Salvador en Cora son una introducción al arte humano-renacentista.

Pero el Imperio, lejos de la idea impuesta por los autores de la Ilustración, tipo Gibbon, fue un Imperio en permanente estado de crisis (léase «cambio»), que debió entregarse a permanentes transformaciones para lograr sobrevivir (al igual que la propia Roma lo hizo desde su fundación hasta su debacle final). No reconocerle estas propiedades maleables a Bizancio sería como haber quedado estancado como eruditos en la época de las Luces. Bizancio es Constantinopla y Constantinopla, sigue siendo la Segunda Roma. Mal que le pese a algunos obstinados habitantes de Occidente, que continúan aferrados al sueño eterno de un fugitivo Eneas.

NOTAS

(1) Le recomendamos la página de este magnífico historiador bizantinista: https://imperiobizantino.wordpress.com/

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