La crisis de las Islas Carolinas

Los españoles, si por fuera de saber hacer morcillas y excelentes botijos, supiéramos mantener en valor y en vigor nuestras cosas positivas en vez de seguir dándoles de comer a políticos menguados y clérigos con abundantes papadas, para que no se nos olvidara el mal hacer tradicional de estos dos grupos, que, en realidad son uno solo: clero y mando, podríamos contar y referir nuestra historia de crisis en crisis, desastre en desastre, acabando, cada uno de ellos, con generaciones de jóvenes, y gracias a los inviernos y a la falta de ropa en la cama, se reponía el patio de carne de cañón de pueblo para el desastre futuro.
En el llamado Lago Español, el inmenso océano Pacífico, con el clásico machismo imperial de un imperio dorado en metales preciosos para altares y sacros tesoros, las islas Carolinas, una miríada de islas y atolones que forman parte de la Micronesia, y que, como es lógico, tienen la propiedad de las gentes que nacieron en ellas, fueron avistadas por naves de bandera española en los primeros años del siglo XVI.
Y como ésto es un intento de artículo y no un tratado de historia, es probable que fuera verdad que su avistamiento se debiera al vizcaíno Toribio Alonso de Salazar, que embarcar embarcó en la escuadra del Capitán General de Armada Loaysa, como Tesorero de la nao San Lesmes, que capitaneaba Francisco de Hoces, navegante que le dio un “corte de manga” al almirantazgo de Loaysa por no dejarle un gallo para echarlo con la gallina que les quedaba a bordo. Y nada más pasar el Estrecho de Magallanes rumbeo al norte, hacia el Chilí y el Pirú, y se olvidó de navegar por el Pacífico adelante.
Suponiendo que después fuera verdad que estaba en la cubierta de la nao capitana y llegó por muerte de sus jefes a ostentar el mando de la flota resultante, como el acaparar de más dio por costumbre que la toma de posesión de las tierras descubiertas por las naos castellanas utilizaban el mismo criterio de lógica que sigue el gobierno actual con revalorizar las pensiones, nuestros amigos ingleses, franceses y, esta vez alemanes, quisieron ayudarnos a nosotros sus incondicionales españoles, a los que por más putadas que nos hagan o nos volvemos afrancesados, a anglófonos o germanófilos; pero siempre dentro de un norma extendida de limpiarles el culo a lo extranjero, ahora, después de los gringos.
Lo mismo que nada sabemos en qué bolsillo cayeron los dineros de los cañones fijos de gran calibre, que cuando salimos de Filipinas se quedaron allí puestos, tampoco sabemos nada de dónde están las banderas, al estilo español moderno, que lucieron en los balcones de los españoles cuando Alemania, con su entrañable amistad de siempre, dijo que las islas Carolinas eran suyas, corriendo el año de 1.885, adelantando todo lo que pudo a que un país, España, que quería ser imperial y ultramarina, tenía una marina sin barcos, solo apta para el baile de capitanía.
Aquel envite alemán contra España de 1.885, acabó al estilo tradicional español. Y como el Vaticano estuvo de por medio para evitar un conflicto imposible porque ni Alemania tenía marina para una empresa naval semejante, ni España tampoco; pero, no obstante, el Vaticano esperó con la cuenta preparada para cuando le llegara su momento de cobrarse la intermediación Hispano-Alemana de una guerra naval imposible.
Cuando se quedó latente el conocido como desastre o crisis de Las Carolinas, que a poco no le tenemos que dar las Canarias y las Baleares a Alemania, Inglaterra, Francia, EE.UU y Holanda, a los efectos prácticos del comercio y explotación de recursos materiales, nos dejaron cacareando y sin plumas de islas del Pacífico, y hasta el reloj que sirvió en su día en Agaña, en la isla de Guajan, de referencia a los chamorros, y que lo ponía en hora justa el galeón de Manila en su rumbear hacia Filipinas, llevaba ya más de setenta años parado, anunciando un fin imperial, de un imperio que se le gastó todo en rosarios.
Como lo que mal empieza, mal acaba, cuando una España empapada en sonidos de campanas, la sientan en Paris en 1898, y sabiendo que es una ilegalidad accede, supuesto que no hay ningún representante cubano en el acto de semejante patraña, los 20 millones de dólares que ni los notaron los españoles, al fin y al cabo no llegó en realidad ni a los cien millones de pesetas, a cambio le entregamos a los gringos Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la islas Guajan.
Y también lo que resultó muy bonito fue que, al año siguiente, en 1.899 el vaticano se cobró su intermediación en la crisis de las Carolinas, y, otra vez sin que se notara nada en España, por mucha menos entrega de bienes imperiales, por las isla Carolinas y las Marianas, los alemanes, en virtud del tratado Germano-Español de 1.899, soltaron diecisiete millones de marcos, unos 25 millones de las antiguas y hermosas pesetas que, colorín colorado, es proporcionalmente mucho más que la mísera entrega de dinero, de la ilegal entrega de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y las islas Guajan a nuestros “aliados” gringos.
Pero ya cuidaron mucho gringos y alemanes de tocar una sola propiedad vaticana válida, en los archipiélagos del Lago Español.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis

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