Juan Montalvo y España

«No, ellos no son cobardes; no, ellos no son malos soldados; no, ellos no son gavillas desordenadas de gente vagabunda: son el pueblo de Carlos Quinto, rey de España, emperador de Alemania, dueño de Italia y señor del Nuevo Mundo…

No, ellos no son cobardes; son los guerreros de Cangas de Onís, Alarcos y las Navas; son el pueblo aventurero y denodado que invade un mundo desconocido y lo conquista; son la familia de Cortés, Pizarro, Valdivia, Benalcázar, Jiménez de Quesada y más titanes que ganaron el Olimpo escalando el Popocatepelt, el Toromboro y el Cayambe. Pueblo ilustre, pueblo grande, que en la decadencia misma se siente superior con la memoria de sus hechos pasados, y hace por levantarse de su sepulcro sin dejar en él su manto real. Sepulcro no, porque no yace difunto; lecho digamos, lecho de dolor al cual está clavado en su enfermedad irremediable. Irremediable no, tampoco digamos esto: si España se levanta, se levantará erguida y majestuosa, como se levantara Sesóstris, como se levantara Luis XIV, ó más bien como se levantara Roma, si solevantara.

Cuerpo enfermo, pero sagrado; espíritu oscurecido, pero santo,

¡España! ¡España! Lo que hay de puro en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti lo debemos. El pensar a lo grande, el sentir a lo animoso, el obrar a lo justo, en nosotros, son de España; y si hay en la sangre de nuestras venas algunas gotas purpurinas, son de España. Yo que adoro a Jesucristo, yo que hablo la lengua de Castilla; yo que abrigo las afecciones de mis padres y sigo sus costumbres, ¿Cómo habría de aborrecerla?»

Juan Montalvo, Siete Tratados

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