Hay que leer más prensa y viajar menos

Ha triunfado, por goleada, en esta España de indiferentes, la creencia de que los políticos están en política para caer de la burra y hacer las cosas en beneficio de la colectividad

Una recomendación así, o parecida, se hizo frase e idea hecha y fue suministrada a las gentes en tiempos del franquismo español por la gracia de dios y los dineros que recaudaron los curas para la sublevación de todo el fascismo cristiano mundial por las buenas o por las malas, porque la excomunión, perdón, la expropiación de los bienes para la causa, dio para mucho. Pero los que por circunstancias de la vida y de levantar el puchero nos hicimos al viaje pronto, en bastantes ocasiones, no muchas, porque la prensa era entonces tan vomitiva como ahora, aunque más culta e intelectual que la barriobajera comemieldas de nuestra actualidad, nos dimos cuenta que no existía maridaje alguno con lo que veíamos con nuestros ojos y lo que decía la prensa, que, entonces, como ahora, cual clerecía de monacato piadoso del bueno, se juntaba con el poderoso, que suele ser el que lleva razón, hasta cuando masacra o ejecuta el derecho de pernada laboral y de cama.
En España, que es el país que creo que mejor conozco, la derechona que sigue mandando sin competencia ni oposición alguna, ha logrado que, generalizando, la incultura, el mundo del trabajo mal pagado, incluso el humillado y el violado socialmente, se sienta feliz y complacido en sintonía de ser gobernado desde el franquismo del pepé, que lo siente con la misma necesidad que el toro bravo busca la querencia de las tablas cuando da, de antemano, que tiene perdida la partida.
Alguien en algún momento sacará la relación matemática que vincula en España el robo de los caudales públicos con el aumento de los votos de las gentes de los madrugones a la derechona; de los que le están robando en lo público a placer, al tiempo que pueblo y prensa, aplauden que consolidan su actualidad y futuro político, según un misterio, incluso desconcertante para los que roban, que ha sido una sorpresa inesperada la complicidad nacional tan tremenda que obtienen. Aunque ya había ciertos indicios de que tal fenómeno podía darse desde el momento que España es el país que más vista gorda hace al tercer día de que alguien robe, siempre que no sea para comer, o de necesidad de vida.
España, por constitución, no puede arrimarle el ascua a la sardina vaticana. Y aunque algunos en cuanto expones a la luz los egoísmos generalizados en el clero, de inmediato te tachan de “anti” o de perseguidor compulsivo de los buenos aunque la historia, la verdadera historia, por activa y por pasiva haya dejado escrito, no solo en el caso sangrante de grandes imperios sociales que se adelantaron en la calidad de vida a otros pueblos como pueden ser el Bizantino y el Romano, que los dos fueron aniquilados por el poder estrangulador de los monjes hasta dejarlos sin aliento, sino porque en España ya estamos viviendo de lleno esa tremenda soga al cuelo que significa el lujo, el gasto suntuoso y la innecesariedad clerical, que los recursos los hace humo o los entierra en vida.
Cuando uno escribe que el dinero público no está ni para belenes, ni para procesiones ni para misas cantadas, el peso del franquismo que potenció todo eso y lo llamó santas tradiciones de antaño mintiendo entonces y ahora descaradamente sin tener en cuenta la lucha casi milenaria entre iconoclastas e iconodulas que estuvo derramando sangre a caños vivos hasta mediado el siglo IX, no deja de ser una falta de respeto hacia los que entendemos que un país moderno se tiene que liberar de servilismos hacia sectas claramente metidas en política, porque no tienen ni la valentía de aparecer con sus siglas independientes.
Mediante la fórmula del camuflaje han logrado que los obreros, sin reparo alguno, busquen la querencia de la derechona, y la derechona, a su vez, con la mejor de sus sonrisas, busca la querencia del clero vaticano camuflado, porque sabe que entre ellos nunca se van a pisar la manguera, y desarrollan una solidaridad de grupo que, ni por asomo, lo experimenta en España ni el grupo sindical, ni el grupo de los partidos que se llaman de izquierdas, tradicional, y actualmente traicionando entre sus propias filas con más virulencia a los pueblos que desde el lado teóricamente opositor de la derechona.
Por eso, como las jóvenes repúblicas americanas, por lo menos tienen superado, pese a clanes familiares, sombras de sotanas, y vuelos rasantes de la brutalidad imperial gringa, que no es poco, que en sus formas de gobierno, cojeando o no, no tienen cabida familias reales gobernantes, y con pucherazos o no, todo el mundo, sables en las fundas, metralletas en la banderola, tiene que pasar por las urnas, ya nos llevan por delante, que tampoco es poco, de disponer de un clan menos que nosotros, que suele florecer en  los pasillos palaciegos con costumbres arraigadas por centurias.
De ahí que, personalmente cuando escucho que alguien de aquella orilla de la mar oceana se refiere a España como la “madre patria” por costumbre y culpa de haber viajado, le suelo mirar  la expresión que tiene en la cara por si soy capaz de sacar el fondo sentimental que puede llevar tal adjetivo a un país, España, que tiene demostrado por activa y por pasiva, gobierno tras gobierno, que eso de la comunidad de la lengua, de la cultura común, de las posibilidades de éxito económico juntos, no se puede escribir que le importa una planta de tallo rastrero, de color verde o rojizo, hojas triangulares, de color verde oscuro y flores rojas muy pequeñas, agrupadas en racimos axilares; puede alcanzar 30 cm de largo, que es el bledo, que puede ser comestible; sino que le importa un carajo de más de tres cuartos de kilo, que eso si que sabemos casi todos lo que significa.
Ha triunfado, por goleada, en esta España de indiferentes, la creencia de que los políticos están en política para caer de la burra y hacer las cosas en beneficio de la colectividad. Y es mucho más fácil que se llegue al día de bancarrota total, que los políticos se preocupen por el pueblo.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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