Germán de Arciniegas, en Colombia de gauchos

Si escribo que Colombia es el país con más vertientes servidoras de aguas que van a parar a sus ríos en aquellos días que fueron los de sus abundantes lluvias, y uno piensa que el país más rico en agua dulce de cuantos conocemos con fronteras definidas y su gente emigra, tiene que emigrar por la fuerza de la necesidad, uno no puede tener ni fe ni creencia ni confianza en ninguna organización política de las que caminan pavoneando su inutilidad.
Personalmente me encantaría que existiera algo de verdad, y que realmente pudiera hablar y platicar largamente en el futuro con el gran colombiano que se fue, Germán de Arciniegas Angueyra, y que aunque aguantó y le faltaron unos muy pocos meses para ser en vida centenario, no pude en ocasión alguna hablar con él. Aunque, cuando quiero sentirme bien; Cuando quiero sentir cómo se debe de escribir y cómo hay que comunicarse con los posibles lectores, me centro en sus hermosos escritos, que son mi catecismo del credo más cercano que se puede tener los que nos expresamos en español ibérico.
Tuvo por apodo, don Germán, lo de Ariel, que de un modo irreverente lo cogió para denominarse así un detergente, que si hubiese realmente un orden mundial, estaría totalmente prohibido que un contaminador del planeta, como son todos y cada uno de los detergentes, precisamente escogiera el apodo del hombre, del colombiano, que es capaz, a gente vieja como es mi caso, subirnos con ilusión en el lenguaje, y creer que vamos a empinar otra vez hacia las cumbres de las altas cordilleras y ver donde escupen agua las barrancas para arrancar los grandes ríos comunicativos.
En Germán está la hermosa voz que habla de una América muy diferente de la que ahora se escucha por la incultura desdentada, acicalada, de una América que se tinta el pelo, que se engomina el pelo y lo llena de laca, intentando lo imposible que donde no hay no se puede hacer creer que lo hay. Y en la América de Arciniegas sí creemos muchos, sí confiamos muchos; una América común, única, redentora de este viejo mundo que agoniza entre payasos y payasadas aplaudidas por gente que lleva el reloj en la muñeca izquierda para saber dónde está una mano y la otra.
Colombia, al hacer del cartagenero de Cartagena de España, Tacón y Rosique, puede que fuera el inventor de la guerrilla como forma de lucha. Pero Colombia no pasa de ser como ese mal ejemplo que lo es España, que lo es Alemania, que los es Argentina, que lo es los EE.UU, que lo es los que están callandico jodiendo a la humanidad: Canadá, y toda una larga reata de banderas y naciones que no están sino es por la labor de una supremacía que ni la tienen en sus sociedades, ni han hecho ni hacen nada para que tal asunto pueda acontecer. Porque no se es líder ni libertador de nada, si, insisto, se lleva el reloj en una mano siempre porque el conocimiento no alcanza para discernir la existencia orientada de dos manos.
Pero la suerte que hemos tenido muchos, fue que un día lejano abrimos un libro y nos sorprendimos a lo grande y amable con el renglón escrito de Germán, y más tarde con el de Gabriel García Márquez. Y los dos venían de Colombia. Y gracias a ellos empezamos a querer e interesarnos por Colombia y sus cosas. Y aquella Colombia de caucho y caucheros, nos llenó de paisajes hermosos que han formado parte de nuestra vida, gracias a gente que correteó por aquella Colombia que seguimos imaginando  es la más vegetal de Las Indias, la que más agua dulce potable tiene del planeta, y que nos ha dado dos escritores únicos en nuestra lengua.
Que me figuro que son tan sumamente sublimes, porque España, la madre patria, creo que nunca ha premiado a ninguno de los dos con un premio de literatura netamente ibérico. Creo.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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