El pueblo de Quito era realista

-Por Francisco Núñez Del Arco Proaño

Para terminar el día, recordar que La Junta Suprema de Quito instalada el 10 de agosto de 1809 no fue solamente rechazada por todas las ciudades circundantes, la propia ciudad de Quito en CABILDO ABIERTO del 5 de septiembre del mismo año, es decir en corte (o asamblea si se prefiere el término anacrónico y extranjero) con la asistencia de los vecinos de la ciudad y no solamente con los miembros del Cabildo, rechazó su existencia por ilegítima.

La Junta Suprema de Quito carecía de respaldo popular, el pueblo quiteño era vehementemente defensor del Rey. «La masa del pueblo -como lo advirtiera Pedro Fermín Cevallos- nunca estuvo toda ella decidida por la causa: su devoción al Rey no acababa de convencerse de los fervores… de los “insurgentes”.»

Alonso Valencia Llano se ha referido así sobre la falta de respaldo popular del movimiento revolucionario y la reacción que ocasionó en la gente llana: »Ahora bien, la participación popular se pudo observar desde el momento mismo del golpe insurgente. Lo que sucede es que ésta no se da en favor de «los patriotas», ni se expresa en acciones directas o abiertas. Se trata, más bien, de un rechazo sordo que se expresa en rumores, en comentarios, en versos populares, hasta llegar a la movilización. Las masas fueron un elemento continuo de referencia para las élites y el temor que ellas suscitaron fue fundamental para explicar las afiliaciones o desafiliaciones en relación al movimiento insurgente. Los sectores populares se convirtieron, entonces, en uno de los más importantes factores explicativos de las divisiones internas de la Junta y de su fracaso. ¿Cuál fue la reacción de la plebe frente a la Junta? Para Cevallos (con su típico desdén por el pueblo) «… la parte ignorante de la población… se mostró asustada de un avance que venía a poner en duda la legitimidad del poder que ejercían los presidentes a nombre de los Reyes de España, y fue preciso perorar en el mismo sentido a las tropas para no exasperarlas.» Torrente por su parte refiere de la siguiente manera la forma que Salinas dispuso la jura del nuevo gobierno: “… pero como hechase mano del estandarte de la plebe para tremorarlo en el acto del juramento, se dirigieron las castas a su tribuno Antonio Bustamante para que estorbase tamaña profanación. El tribuno tomó con calor aquella causa, Salinas se desconcierta. Teme! pero volviendo de su primera alarma, da un grito retórico a dicho acto en favor del monarca español, victorea su Real persona, y deja embaucada aquella gente tan sencilla como fiel.”»

Como se advierte en las anteriores citas, existió al comienzo un rechazo a la Junta que venía a usurpar los derechos de las autoridades que ejercían el poder a nombre del Rey. Para solucionar el problema fue necesario construir un discurso que atrajera a las masas. Este discurso encerraba un mensaje reivindicativo de los derechos de la Religión y de la Corona, y fue transmitido por medio de los «tribunos de la plebe» que se convirtieron en puente de unión entre las masas y las élites encargándose de la movilización y desmovilización popular, según las conveniencias de la Junta. Para las autoridades españolas el tribuno era «… el que convocaba al populacho tumultuando y alarmándolo, y que poniéndose a su cabeza peroraba influyendo la ferocidad, el entusiasmo y la desvergüenza…”

El pueblo quiteño era profundamente monárquico, de hecho lo es todavía, por eso ama a los caudillos de todos los colores, siempre que sean caudillos. La Monarquía era la institución milenaria que había conocido y asegurado su existencia, desde sus dos vertientes de conformación, la europea y la aborigen pre-hispánica. La república es una anomalía en su historia. El pueblo de Quito, la choleada quiteña, su gente llana y sencilla estaba por el Rey. En el proceso revolucionario de 1809-12 se lo ve activamente participar porque justamente creían de buena fe que lo estaban haciendo por su Rey, mas allá de la vinculación clientelar de algunos de sus sectores con los clanes Montúfar y Sánchez de Orellana, en los cuales confiaban plenamente como parte activa de esa Monarquía que defendían. El pueblo era profundamente realista, sólo las maquinaciones y la instrumentalización tumultuaria de los dirigentes revolucionarios a base de engaños y la usurpación del nombre del monarca logró hacer de él una marioneta para sus propósitos en determinadas y puntuales ocasiones.

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