Ea, ea, ea, los Papas pastores se pelean

Puede que se lleven la palma a la hora de ser los más letales y peleones en aquello de ofrecer su testa para que el palomo se pose en ella y les de la custodia de la llave de las perras, que, como secta que goza de amplio poder económico prácticamente desde el siglo XI de nuestra Era hasta la actualidad, probablemente como no tienen otra cosa que hacer, están todos los días a la greña.

Y luego, cuestión de colores, por aquello de que el color blanco papal simboliza la paz de la frialdad de la nevada, se siguen utilizando como intermediarios para solucionar los problemas, que, precisamente, no ha existido ningún problema del que ellos no hayan sacado una muy buena tajada económica.

Por todos y en todos los países es conocido el hecho de que los pastores son los mejores y más precisos lanzadores de piedras, bien a mano, o bien con la onda, y las pedradas de los pastores papales siguen en la actualidad escalabrando un tiempo que muy bien podía ser de mariposas volando, mientras subidos en los tractores, la humanidad estuviera vigilado la germinación de las grandes cosechas, gracias a la efectiva tecnología que disponemos, y no estar gastando litros de agua bendita bendiciendo muertos prematuros por la gran dejadez colectiva.

Pero no, el tambor se agita cada día en busca de los sones de gente alocada, de países alocados, de sectas alocadas, y se llama a los grandes desestabilizadores para que estabilicen a la luz, lo que en las sombras de los despachos cada minuto procuran desestabilizar para sus infinitos acaparamientos.

Si nos ceñimos a los derechos, divinos o no, de sucesión en cualquier corona, por ejemplo la de España, con cuatro o cinco cismas entre consanguíneos o no, se fundamenta todo el entramado sucesorio desde que arrancó corriendo el siglo XV.

Más o menos, sobre la misma fecha, o un par de centurias antes, fue cuando el clero vaticano empezó a coger fuelle como secta poderosa, cogiendo poder en el campo económico, en la realidad de las grandes tragedias epidemiológicas que padecían los humanos. Y desde ese inicio hasta hoy mismo, que hay revoloteando con un adjetivo diferente a cisma, dos espíritus santos volando sobre dos papas infalibles, suman más de veinte los cismas, las peleas entre papas por disponer de las llaves del arcón del dinero.

El primero se produjo entre Cornelio y Novaciano. El segundo, entre Liberio y Félix. El tercero, entre Dámaso I y Ursino. El cuarto, entre Bonifacio y Elialio. El quinto, entre Simaco I, y Lorenzo. El sexto, entre Sisino y Discoro. El séptimo, entre Estéfano III y Constantino. El octavo, entre Gregorio II y Sísimo. El noveno, entre León V y Cristóforo. El décimo, entre Juan XII y León VIII. El undécimo, entre Gregorio V y Juan de Plasencia. El duodécimo, entre Benedicto V y el peleón de León VIII. El decimotercero en el papado de Benedicto VIII. El decimocuarto con Benedicto IX. El decimoquinto, entre Alejandro II y Cadulo de Parma. El decimosexto, entre Gregorio VII y Antonio de Rávena. El decimoséptimo, en el papado de Pascual II. El decimoctavo entre Gelasio II y Burdino. El decinoveno, entre Inocencio II y Pedro de León. El vigésimo, entre Alejandro III contra cuatro aspirantes. El vigésimo primero contra Juan XXII y Pedro Corbario. El vigésimo segundo, entre Urbano VI y Clemente VII.

Probablemente debería de haber acompañado al nombre de cada papa aquellos que llegaron al rango de santos, que no se sabe por qué razón son más que santidad; pero, el anotar, pacientemente, uno a uno los cismas más significados de una institución sectaria nada pacifica, tiene por objeto dos cosas. Primero, que los listicos de los buscadores on-line los anoten y no haya que ser diplomado en Historia para conocerlos. Y, segundo, para que entendamos que la mediación papal no es nada aconsejable cuando dos países o varios entran en conflicto, porque no son precisamente ellos los más indicados para mediar en nada.

Salvo que sea de árbitros en cuadriláteros de boxeo o lucha libre, donde entren en juego el beleño y las navajas.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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