Cuba, nadie la dejamos en paz

Cuba, el país, el territorio más bonito, probablemente, de lo que van quedando en este planeta tierra, es un paraíso para los sentidos que no la dejamos en paz, y cada cual nos gusta dar y expresar los sentimientos que nos despierta su presencia, algo que, generalmente, no le agrada a los cubanos porque muchos de ellos entienden tal proceder como una injerencia en sus asuntos particulares y privados.

El viajero que va a Cuba, mi caso, con una sana esperanza de verla fuerte y pujante en lo económico, lo mismo que está fuerte y vital en el ánimo y la sonrisa, analiza, muchas veces sin proponérselo, los sentimientos que le van generando aquello que comienza entrando por sus retinas.

Decir que Cuba tiene las mujeres más mujeres del planeta, no es decir nada nuevo. Y es algo que han forjado aquellos paisajes, aquellas gentes de arribada a una tierra amable para la vida, generalmente mucho más amable que las procedencias de todos aquellos que un día llegaron y no respetaron lo que ya había viviendo por allí.

Decir que Cuba, territorialmente está desaprovechada, tampoco es ninguna novedad, porque el derroche de consumo de agua que significa el sacar adelante el cañaveral, es algo que ya no compensa de ninguna de las maneras; pero en Cuba da la sensación como si la caña de azúcar fuera el corazón de aquel precioso continente isla, que a nadie deja indiferente.

Decir que Cuba tiene un cerco económico cubano propiciado en mucho por los propios cubanos de fuera, cuando todo el dicho y el hecho oficialmente gira en el entorno de los brutales parásitos yanquis, no gusta ser escuchado; especialmente cuando nadie entiende como algo así, un hecho semejante, puede durar más de sesenta años, y cubanos de dentro y de fuera de la isla, los verdaderos protagonistas de todo, no han llegado ya a un acuerdo en beneficio de la gente de la calle: los que más directamente están padeciendo esta irregularidad que debería de provocar vergüenza y horror social desde el papado hasta lo más altos organismos políticos creados por el hombre, y, uno a uno, a todos los países del orbe; pero, en la más cruel realidad, es ahora algo que deja indiferente, como si Cuba junto a las aguas del Caribe, estuviera bañada y cercada de nacimiento por la sinvergonzonería y ultraje más grande contra una gente, contra un pueblo, que haya ideado la maldad humana.

Iba contemplado el Oriente Cubano, y mientras me regocijaba con la visión de unos paisajes de belleza como irreal, pensaba que aquellos mismos caminos, aquellas mismas tierras, dotadas de miles y miles de molinos generadores de electricidad, ubicados en el mar y en aquellos parajes terrestres adecuados, podrían generar una energía limpia y de muy bajo costo para las arcas cubanas.

Los molinos generadores, podrían ser perfectamente fabricados en Cuba y, a partir de su gran ventaja generadora de energía, desarrollar todo un mundo moderno de tecnología, respetando el medio ambiente.

El asunto ni es complejo ni admite más demora. Los que impulsan el cerco económico, ante una acción semejante de presente y futuro, podían tomar la reacción de matar a todos los cubanos de una sola vez; y aunque puede que una barbaridad, un genocidio semejante pueda tener cabida en alguna cabeza, dudo mucho que tal cosa aconteciera, porque lo que es antinatural e inhumano es tener a una gente pasando estrecheces porque le salga de sus compañones a un grupo que está viviendo utilizando el embargo como pértiga de apoyo para una serie encadenada de sinvergonzonerías, que los que más las sufren son los más débiles de la sociedad: los niños y los ancianos.

La historia hay que tenerla presente. El pasado; saber de donde viene uno, es fundamental; pero todo ese conocimiento hay que postergarlo al primer escalón básico social que es la comida y el vestido, que debe de sobrar en un país de la riqueza de recursos que posee Cuba.

Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

Salir de la versión móvil