De unidades militares no tenían más que el nombre. Se trataba de campos de concentración, así sin paliativos, con alambradas y todo
El infierno de la umap
Un texto de Nicolás Águila
Debiera escribir ‘las UMAP’, pero a mí no me suena así. A 50 años de aquel horror poco me importa la concordancia de número. Pongo la palabra con minúscula y en singular, a modo de acrónimo: umap, porque de esa forma lo decía todo el mundo en Cuba. Las ‘Unidades Militares de Ayuda a la Producción’, que es el desarrollo eufemístico de la sigla, poco o nada significaban realmente. Era solo una tapadera.
De unidades militares no tenían más que el nombre. Se trataba de campos de concentración, así sin paliativos, con alambradas y todo. Aunque los internos (reclusos, no reclutas), estuvieran dispersos por distintos puntos de la antigua provincia de Camagüey, la umap constituía un mismo todo siniestro y tenebroso. Y así lo percibía el pueblo. La gente decía: “A fulano se lo llevaron pa la umap”. Lo cual era como decir que se lo había llevado la muerte.
No me detendré aquí a detallar los abusos físicos y psicológicos, o las humillaciones, vejaciones, violaciones y otras atrocidades a que fueron sometidos los jóvenes internados en la umap. Ya de eso se ha encargado Félix Luis Viera con su novela testimonio ‘Un ciervo herido’ y, más recientemente, con su entrevista al escritor Héctor Santiago. Baste decir que los que sufrieron la experiencia de la umap todavía arrastran las secuelas de quien pasó una temporada en el infierno.