El analfabeto Francisco Pizarro

Por algunos resquicios de la formidable crónica de mi admirado historiador, entre otras facetas, Mestizo Austral, Inca Garcilaso de la Vega, se vislumbra con claridad que, al margen de que a nadie nos gusta morir, al Inca sin lucir borla de tal Inca, el Inca golpista Atahuallpa, le fastidiaba doblemente que un analfabeto total como era Francisco Pizarro lo tuviese prisionero.
Dejar en manos de la inculta España la exploración y devastación de Las Indias, fue una triste putada del destino, pues como bien quedó demostrado en el genocidio del Perú, aquella España que se fue para allá, analfabeta hasta las trancas, que ni entonces ni ahora le preocupó nada la cultura, en su analfabetismo, estuvo la medida de la suela de sus abarcas, puesto que el fino zapato de cordobán cordobés, solo lo lucieron pies eminentes como los de mi admirado Inca, mestizo austral, don Garcilaso de la Vega, vecino, a la mayor gloria, por muchos años de la hermosa ciudad de Montilla en Córdoba de España.
Nunca se llegaron a entender; nunca pudieron salvo por escasos gestos que se suelen abreviar cuando el que tiene que ejecutarlos es un cazurro, ni Huáscar, el Inca de borla, legalmente sentado en su trono, ni el Inca golpista Atahuallpa, que asesinó a su hermano, aún cuando éste no pudo entenderse con ninguno de los dos Hernandos, el de Soto, y el Pizarro hermano de Francisco, por más que les prometió mucho más oro y plata y piedras preciosas, que aquel que  también prisionero en Cajamarca (No se una papa de quechua, por eso escribo Cajamarca: Casa de Nieve, Casa de Hielo) del que suele contar la crónica frailuna que marcó una raya roja en una estancia y prometió llenarla de riquezas si no lo mataban las gentes de Castilla.
El genocidio español en Cajamarca contra toda una población de miles de personas con los brazos caídos acatando órdenes del inca golpista Atahualpa, que en mala hora se le ocurrió dar semejante orden, es probable que figure en algunos libros de texto, o en alguna crónica al estilo del imperialismo español como una muestra de lo machos que fuimos los españoles, y lo bien que sabíamos luchar contra gente obediente en mala hora a su Inca, que sin ejecutar ningún gesto de lucha contra los castilla, ofrecieron, niños, hombres, mujeres, guerreros, y viejos sus pechos para que, con sumo cuidado de que no se les rompieran unas espadas de un acero importado de Flandes o Alemania, por orden de los Pizarro, se estimó que mataran a pinchazos, nunca dando mandoblazos, porque, por fuera de otros muchos mitos, lo del famoso acero toledano no pasa de ser otro más, en un país cuya ciencia mayor e indiscutible, es la de construir botijos mejor que nadie.
Ni Pizarro se entendió con los Incas, ni pasados los años pudieron haberse entendido supuesto que los únicos que aprendieron el castellano fueron los nativos, escuchando a los castilla, supuesto que España, ni entonces ni ahora le ha importado la enseñanza del español, que, con otro arreón del estilo franquista, o del resurgir del patriotismo de los monarcas católicos, a poco se pierde todo lo ibérico en beneficio y dejando paso a un latín romano, eclesial, que suelen definirlo como tardío porque no se entienden entre ellos ni los curas; o por lo menos no se sabe qué pintan tanto traductor o traductora que suele acompañar a los obispos y cardenales en sus santos desplazamientos para atender las necesidades de los refugiados en sus campamentos.
La tremenda importancia que tiene para la crónica de Indias la presencia en ella de una persona de la talla del mestizo austral Inca Garcilaso de la Vega, es que si fuera por la vía de la crónica de España, nada sabríamos acerca de aquellos tremendos genocidios de masas que se dieron en las tierras que estaban dormidas al escaso conocimiento geográfico del momento; y no deja de tener su triste gracia, que tendrá que venir el paso de los años, para que, en vista del cúmulo de banderas puestas en los balcones de una España botijera, sea gracias a los quipus peruanos, por la vía de los masacrados, por la vía de los que supervivientes a la espada murieron por causa de “los higos” que a modo de higueras le salían por el cuerpo contagiado por los recién llegados, gracias a sus honestos quipus, nos hemos podido enterar de muchas cosas que los cronistas liaron más que la sandalia de un romano.
Y gracias a los quipus hemos podido conocer que aquel cacareo de la crónica frailuna de que Atahuallpa entendió de inmediato lo de tres dioses en uno solo; es decir tres en uno, como el traductor del español al inca sabía contar, lo que le dijo a su jefe Atahuallpa, antes que se muriera de asombro y humillación, que los castilla sabían contar, y que tres más uno eran cuatro.
Puede que por eso, humillado ante tanta incultura, Atahuallpa, recibió un juicio justo al estilo tradicional español, y fue asesinado entre latines tardíos, tan solo con la oposición a su muerte de no más allá de treinta personas, entre las cuales, como era de esperar, no figura en los quipus peruanos ningún clérigo que se opusiera a tan grotesca falsa.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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