¿Y ahora, qué?

José Gabriel Barrenechea.

¿Y qué va a pasar ahora? No hay unas leyes de la Historia que digan que ya el final de la Dictadura está escrito. Hay, eso sí, desarrollos probables. ¿Cuál será el que ocurra en definitiva? En buena medida depende de que hagamos cada uno de nosotros. Sentarnos a esperar por la Historia, y dar por hecho un suceso como inevitable, es el recurso ideal para que ella eche a un lado nuestros sueños y aspiraciones.

Lo primero es analizar desapasionadamente la situación. Sin duda el aparato represivo del régimen ha logrado controlar las manifestaciones en cuestión de horas. No es nada de extrañar, ya que no hablamos de la Colombia o del Chile contemporáneos, y ni tan siquiera del Chile de los ochenta. Cuba es una dictadura con un control social muy superior a cualquier otra que haya existido alguna vez en el hemisferio occidental. A la cual solo se la puede superar si todo el país se echa a la calle, y no en una manifestación espontánea, como esta de ahora, sin una clara comprensión por un significativo por ciento de los manifestantes de que una vez en la calle solo se puede volver a casa tras derrocar al régimen, u obtener de él concesiones de importancia (entre ellas la de no tomar represalias).

El aparato represivo tenía un plan detallado de qué hacer, y lo ha puesto en práctica casi de inmediato. Ha movilizado a sus fuerzas represivas y sus partidarios civiles de las brigadas de respuesta rápida, ha ocupado los puntos estratégicos, ha enviado civiles a provocar a los manifestantes, incluso al atravesárseles en su camino, ha infiltrado las manifestaciones de agentes para identificar y detener a los organizadores y líderes de la protesta (y quizás a provocar violencia), y dónde las manifestaciones acéfalas no se han disuelto por sí mismas, las han disuelto a palos. Luego, tras lograr meter a los manifestantes en casa, han comenzado su cacería uno por uno, identificando a los elementos aglutinadores de probables futuras protestas. 

En semejante situación de terror y vigilancia, esperar por las próximas semanas manifestaciones de la misma magnitud y extensión que la de este domingo es utópico. El régimen todavía conserva un aparato represivo muy eficiente (es lo único que queda eficiente en él), que ha hecho y hace aún su trabajo. No me atrevo a cuestionar, no obstante, a quien considere que mantener la convocatoria constante a protestas públicas desgasta al régimen, aunque les recuerdo que los desgastes suelen afectar a ambas superficies en contacto, no a una sola.

Pero no obstante lo dicho, a pesar de la innegable victoria del aparato represivo régimen en las calles, la relación de fuerzas a su favor ha sufrido un grave deterioro, sobre todo en los imaginarios colectivos. Las manifestaciones, y el modo en que fueron controladas, han dejado al régimen con un grave deterioro en su legitimidad nacional, e internacional. Si antes lo único que salía de las manifestaciones en Cuba eran las imágenes que el régimen deseaba, ahora todos, tanto en el resto del mundo, como en Cuba, hemos visto desde las golpizas propinadas no por uno como en Colombia, sino por muchos “Escuadrones Móviles Antidisturbios”, hasta los desfiles de obsoletos cañones de la Segunda Guerra Mundial por las calles de pueblos del interior (al parecer el Dictador Miguel Díaz-Canel recuerda como en Los Miserables el ejército desbarataba las barricadas del pueblo a cañonazos, y ha creído conveniente recordárselo a otros lectores cubanos de Víctor Hugo).

Excepto para unos pocos intelectuales de izquierda del mundo, para quienes lo que importa es acusar a los Estados Unidos de todos los males del Universo, y para quienes el Pueblo es una entelequia tomada de alguna pancarta norcoreana, y no esa realidad cubana sudorosa, instintiva, nerviosa, desgarbada, fea y sobre todo muy prieta, ha quedado más que claro que el régimen no cuenta con un apoyo casi total, y que como en cualquier lugar del mundo para controlar la protesta popular pública debe de echar mano de su aparato represivo. El supuesto consenso del Pueblo alrededor de su Gobierno y Partido, en definitiva la excepcionalidad cubana que permitía justificarle todo al régimen, y que este propala a los cuatro vientos, han quedado expuestos como irreales, falsas manipulaciones.

En cuanto en Cuba, incluso aquellos que se han tragado la historia de que lo que ocurrió fue que unos cuantos delincuentes salieron a la calle a saquear tiendas, tirar piedras, y voltear perseguidoras, no han podido más que indignarse con las imágenes de la represión a las manifestaciones, y la constatación del subsecuente terror contra sus vecinos. Puede que ahora haya mucho miedo, pero el asunto es que el miedo, si bien paraliza al principio, mantenido durante mucho tiempo suele tener un efecto diametrialmente opuesto, sobre todo en la juventud. Y sin duda, a partir de ahora, el miedo es el único sentimiento para apoyar su estabilidad que el régimen puede hacer crecer en las almas de los cubanos. Existen otros sentimientos a su favor todavía, sin duda, pero ningún otro podrá ser incrementado por ellos para sus fines de mantenerse en el poder.

Por su parte, la otra parte de esa sociedad transnacional que es Cuba: la Diáspora, salvo muy raras excepciones que han apoyado la represión, implícita y hasta explícitamente, se ha radicalizado en estos días contra el régimen, no solo en redes sociales, sino también en las calles de todo el mundo occidental. Lo cual es muy grave para el Palacio de la (contra)Revolución, porque una de sus principales líneas de acción legitimadoras, es la de intentar hacer ver que la mayoría de los cubanos que viven más allá de las fronteras nacionales mantienen una posición de apoyo, o al menos de neutralidad, hacia el sistema político cubano. 

En semejante situación: ¿qué cabe hacer? 

Lo primero es no esperar de los sucesos del domingo más de lo que en realidad fueron: una explosión de indignación popular espontánea, sin dirección y en lo fundamental juvenil, por la situación precaria que vive el país, y sobre todo por el que para un amplio sector de la población el gobierno actual carezca de las capacidades para solucionar sus problemas, o la disposición a salirse de su política continuista, que no deja muchas posibilidades de maniobra política.

Lo segundo es no desilusionarse y pensar que nada puede hacerse porque el aparato represivo del régimen cumplió al cien por cien su cometido. De hecho, sobre sangre y algún que otro cadáver de nuestros compatriotas, ha cumplido tan bien su cometido, que se ha mostrado en su verdadera naturaleza a cubanos, y a extranjeros. En este sentido las manifestaciones han sido una victoria en cuanto a legitimidad para el posicionamiento que no coincide con el del gobierno, por desgracia sobre miles de mártires que o han sido asesinados, o heridos, o prisioneros.

Contra la vigilancia y la represión del régimen, lo primero es organizarse. Las calles este domingo han demostrado que quienes no formamos, o apoyamos a la facción gobernante, no somos unos pocos… y que en su gran mayoría esa facción está integrada por los jóvenes. Lo cual nos gana legitimidad. También lo sucedido nos deja claro que no importa la particular posición política que tengamos: para el régimen no hay neoliberales de derecha y socialistas democráticos, sino opositores, todos han recibido la misma dosis de represión, y encarcelamiento. Todos, por tanto, debemos luchar primero que nada por un espacio en que tener una opinión diferente, e intentar confrontarla con la oficial ante la ciudadanía, para que esta sea quien decida cual debe ocupar el poder ejecutivo por un determinado intervalo de tiempo.

La organización es vital tanto para intentar organizar acciones no espontáneas de protesta social pública, como para darles una dirección y unos fines a las espontáneas, que sin lugar a duda seguirán ocurriendo. Solo si el núcleo organizado y consciente de protestantes es amplio, puede evitarse en primer lugar que las acciones del aparato represivo dejen acéfalas a las manifestaciones, en segundo que los provocadores del régimen lleven a las masas a la violencia y los saqueos, y en tercero que las manifestaciones queden como una aglomeración de personas sin unos fines claros, más que el de pararse ahí, y que más temprano que tarde terminarán por disolverse.

Pero la organización es también vital para poder capitalizar políticamente lo ocurrido este domingo, en aras de lograr pequeños avances. El régimen tendrá que hacer concesiones, que serán mayores o menores en dependencia de si se enfrenta a una oposición atomizada, por más nutrida que sea, o a una oposición organizada en bloques capaces de consultarse entre ellos determinados acuerdos mínimos de acción conjunta. Esto es vital porque debemos acabar de entender que ningún grupo o ideología de las que circulan hoy por los imaginarios colectivos cubanos tiene la capacidad de acaparar a la mayor parte de los descontentos.

Lo ocurrido este domingo ha sido algo no visto en Cuba desde hacía mucho, pero no debemos dar por hecho que es el fin inmediato del régimen, sino el inicio de una nueva era política en Cuba, en la cual las viejas formas han quedado obsoletas. En lo inmediato puede acercarnos a parecernos a Corea del Norte, o agilizar el hasta ahora lento regreso de Cuba a la Democracia anterior a 1952. 

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