Votar a Mariano

Rajoy, durante su declaración por la Gürtel: «Mis responsabilidades eran políticas, no económicas.»

Votar al partido popular de la cortijá española sabiendo que Mariano Rajoy va a ser o puede ser el presidente de España, tiene el mismo delito que aquel que le compra y le aguanta una escalera para que no se caiga a un violador nato para que salte la tapia de un convento de monjas o de frailes para hacer destrozo.
No se qué pensaría el rey Fernando VII sí como Rajoy, el uno, el rey, sentado a la derecha del padre en el cielo, según diagnóstico del clero en una de las etapas más brillantes del poder clerical en España, pero mucho menor que la actual, y el presidente Mariano Rajoy, sentado a la derecha del poder judicial español, está resultando ser el más ferviente defensor de la corrupción que hayan visto los tiempos y el más aplaudido por los medios de comunicación españoles, o con residencia aparente en España.
Conclusiones después del hecho de ver un presidente galardonado con el enorme honor que significa en España estar imputado por la  justicia española, se pueden sacar bastantes. Pero esas, unánimes, de aplauso y buen hacer marianista, se las vamos a dejar que las hagan los imparciales tertulianos españoles que están supliendo con mucho tino y éxito el trabajo y purga que hicieron aquellos cien mil hijos de san Luis, cuando bajaron hasta aquí capando ibéricos en tiempo del gran rey Fernando VII, al que ha dejado en putos calzoncillos Mariano Rajoy I el campeador de los corruptos.
Tiene que ser jodido ser abogado en España en ejercicio de la profesión y presenciar lo que han tenido que ver representado en un tribunal al que poco ha faltado que el presidente de la sala se siente al lado del acusado (perdón, testigo ¡en qué coño estaría yo pensando!) y le dijera al oído: ¡Animo Mariano, se fuerte, vamos a llegar hasta donde podamos!. Y donde, para vergüenza generacional ha tenido que ser el abogado más vejete de los presentes el que rompa una lanza en defensa de algo que ha saltado en mil pedazos evidentes: toda la indecencia de un país que no le importa abrigar y potenciar el robo.
Hace unos meses, salían de una cafetería de aquí de mi tierra, tres señoras con el clásico peinado y tinte de las que se suelen ver en los mítines del partido popular (según la tele).
Justo, al salir de la cafetería, dos de ellas se quedaron rezagadas de una tercera, por lo que involuntariamente pasé por en medio de las tres en el momento que una de las dos rezagadas le decía en voz alta a la tercera que ya estaba fuera en la acera: “Todos los bolivarianos son unos hijos de puta”.
Como prácticamente lo gritó junto a mi oído me paré en seco delante de las dos mujeres que salían de la cafetería, y le dije a la que se había tan claramente expresando sobre la abundancia de oficio de las madres de los bolivarianos, y le inquirí: ¡Señora ¡podría usted decirme por favor como se llama  la capital de Venezuela y quién y de dónde era Bolivar!.
La que estaba más lejana al ver que yo estaba hablando con sus dos compañeras, se acercó, y como sus amigas la pusieron al corriente de mi demanda, me dijo: ¿Y a usted quién coño le ha dado vela en este entierro, viejo?.
Nadie – le contesté- pero es que da la casualidad que yo soy bolivariano, y mi madre fue una gran mujer, que, entre otras muchísimas cualidades hacia un arroz con habichuelas de tres pares de cojones, cosa que ninguna de ustedes seguro que sabe hacer…
La cosa terminó en que nos mandamos mutuamente a la mierda. Yo seguí mi paseo y aligeré el paso no fuera que las tres estuvieran casadas, y sus maridos estuvieran por allí, y me dieran para el pelo por mandarlas a la gran caca.
No habían pasado muchos días de este habitual adoctrinamiento de los medios en personas sin capacidad de pensar por sí solas, cuando agarrado a la barra de un autobús urbano, una señora, mirando al tendido como buscando la aprobación de los presentes, dijo: Yo, antes que al “Coletas” (en referencia al secretario general de Podemos) para que me robe, prefiero que sigan robándome los míos.
Tampoco me pude aguantar porque la señora en cuestión hizo un silencio en espera de escuchar opiniones al respecto.
Y yo, mirándola de arriba abajo, le dije: Señora, los suyos no han alcanzado todavía ni una esquinica del poder, los suyos siguen fregando escaleras, barriendo calles y tomando por culo.
Ni que decir que me bajé en la parada siguiente, que no era a la que yo quería ir.
Una de las grandes desesperanzas que dan, es que en España la gente no está pensando por su cuenta, y piensan por ellos una panzada de granujas.
Salud y Felicidad. Juan Eladio Palmis.

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